"...Y sin embargo, a contrapelo de lo que yo percibía, que puede que esos quince días a solas en mi cubil me hubieran trastornado, el índice húmedo de Mari Gloria recorrió por sorpresa, desde una de mis patillas, todo el envés cartilaginoso de mi oreja hacia abajo, el dorso de campanilla de mi lóbulo rozado al pasar, el borde inferior de la nuca, esa piel como de mazapán recién horneado que todos tenemos ahí, la media luna del cuello por detrás, de nuevo otra vez para arriba ese índice como por una nieve ardiente hasta arribar al puerto de la otra patilla. Luego Mari Gloria se disculpó, “vaya, se me ha ido un pelín”. Lo que son las cosas, casi agradecí la herida, porque ella, con desvelo de enfermera atentísima, aplicó bálsamo allí y fue la excusa perfecta para...". (pg 29)
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