Después de todo un partidazo, que nos embriagó por su acendrada calidad y emoción, muchísimos quilates de puro fútbol ahí restallando –diríamos-, los futbolistas españoles doblegaron a los Superatléticos Galos y en su propia casa ante los ojos del Mundo consiguieron el Oro Olímpico. Eso, como en tiempos de los griegos clásicos se hacía, hay que escribirlo. Ah, bravura granada de los españoles, cómo supieron primero adelantarse –en pleno agosto en París, un San Fermín, oh, la lá-, qué lanzamiento mágico de Baena luego, con qué entereza supieron sobreponerse al penalti del último minuto, qué dos maravillosas vaselinas de Camello –una, tras un divino pase infiltrado, la otra, después de un lanzamiento inconmensurable de 70 m con la mano de nuestro cancerbero- sobre el Arco francés al fin, con algo de penúltimo tango en París en el lance. Toma fútbol. Bravos, bravo, muchachos, ya sois de Oro.
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