El Verano, las vacaciones escolares, el atolondrado despuntar de la adolescencia, la irrupción del otro sexo y... el temblor único del primer amor, ¿no? Sucesivos eslabones encadenados en el discurrir de la vida de casi todos. De acuerdo, pero… ¿y Verano y primer desamor? ¿No se dan acaso, en el mismo auge del estío, aguaceros terribles, como el de anoche en los madriles que todo lo arrastran consigo? ¿No se repite año tras año también el estruendo intimidante de las tormentas de verano? ¿Fue una de esas tormentas la que yo viví con Silvia, mi compañera de clase, durante el verano que siguió a la excursión del colegio a la Playa de San Juan?
Mejor júzgalo tú, fiel lector. A Silvia le habían suspendido las matemáticas. Se quedó sin vacaciones. Yo no iba a marcharme a ningún lado tampoco, aunque, claro, no me importaba lo más mínimo. Vivíamos en el mismo portal y yo la veía cada tarde, con sus trenzas, jugando a la rayuela en el patio de enfrente. Bueno, sería más justo decir que yo la espiaba, agazapado tras los visillos de mi habitación, que daba al patio en que ella jugaba. Me moría de vergüenza sólo de pensar que ella pudiera descubrirme, porque ella era rubísima y algo más alta que yo, que era ya entonces un chico un poco birria.
La veía jugar y cada tarde me decía, venga, valor, José Antonio, ahora saldrás a la calle, te harás el encontradizo y le dirás, “ Chica Rubia de Celeste Diadema, si quieres, yo puedo ayudarte con las ecuaciones, ¿sabes?, no son tan antipáticas, te lo aseguro. Y luego, si tú quisieras, nos meteríamos con los logaritmos, no son tan horribles, de verdad. Estarías aquí, en este cuarto de estar, a mi lado”. Yo quería estar muy cerca de ella siempre. Pero nunca terminaba de atreverme.
El sol, un oro fundido derramándose sobre su melena, la hacía más rubia todavía aquella tarde calurosa. Silvia miró alrededor, como si adivinase que desde algún lado yo la observaba, como una cierva en alerta que abrevara en el aire el inconcreto rumor de mi pesar. Y fue como si el aire me devolviera también a mí entonces el boomerang de su ánimo . "No entiendes nada, Chico Birria. Hay veces que sólo quieres que te dejen en paz. Jugar tranquila en el patio, y nada más.Bueno... y mirar ahora mismo como encesta ese Chico tan Mono". Glups, yo tragué saliva tras la ventana.
Por el otro lado del patio, en efecto, apareció en ese momento un chico de nuestra edad, con ropas deportivas y una pelota de baloncesto en la mano. Ágil y raudo como un alevín de héroe, con un torso de músculos ya bien apuntados, aquel chico aceleraba con su ímpetu los latidos de la tarde. Empezó a tirar desde todos lados a canasta. De gancho, en suspensión,en carrera, de un lado, desde el otro. Canasta. Canasta. Canasta. El tío no fallaba ni una.
Hasta que notó sobre sí la mirada clara de Silvia. Le sobrevino entonces un sudor frío, como si algo invisible le atacase. Empezó a fallarlas todas, tirase como tirase. Ni una sola le entraba. El atleta aquél empezó a ponerse más y más colorado y yo, tras los visillos, me sonreí. Entonces, chasqueando la lengua, Silvia se levantó. Se ajustó con decisión la diadema. “Pásamela, anda”. Dio apenas dos pasos y se paró, sin dejar de mirar la canasta. Y desde allí, desde los siete metros, ella saltó muy alto y enhebró un triple estratosférico, que sublevó con limpieza las mallas a su paso. A Chico tan Mono le temblaron un poco las piernas.
“Te has fijado, ¿no? Pues hazlo tú igual. Y no pienses en mí, bobo, que te pones bien feo.”, le dijo. Le lanzó entonces la pelota al cuerpo, pero Chico tan Mono la atrapó con fuerza esta vez, y enarboló delante de Silvia una sonrisa que ni Burt Lancaster. Yo ví entonces como Silvia le sonreía también y se ponía a tirar canastas a su lado. Chocaban los cuerpos -las manos, las cinturas, la piel- entre sí riéndose, como si se toparan por casualidad. Desolado, cerré los ojos y dejé caer la frente contra el cristal. “Silvia, Silvia, por qué siempre os gustan los guapos. Es tan injusto. Dime, por qué, por qué”. Y un trueno atroz resquebrajó entonces la bochornosa tarde de aquel verano infausto.
Me acuerdo de este relato, amigo José Antonio: lo leiste en clase, año y pico atrás. Y me sigue gustando, tanto o más, como cuando lo expusiste para los compañeros.
ResponderEliminarYa no solo el estilo que utilizas, tan tuyo, tan rico en el léxico y a la vez tan juguetón con los términos semánticos. En el relato se ve un tridente de evoluciones: todos los personajes de tu cuento evolucionan. Cada cual a su barrio, pero avanzan y no son planos. Un lenguaje alto pero comprensible; uno de tus mayores talentos. El ritmo de las frases es sensacional, muy musical.
Una pega, José; tienes dos "como" en el texto que deberían ir acentuados, ya que actúan como cuantificadores (o como se llame), no como comparativos; y no meto más "como" en la frase porque no me cabía jajaja.
Un fuerte abrazo,
Pablo
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ResponderEliminarCesareo el de mi pueblo le compro mas de cien helados a una veraneanta que luego ni se caso con el ni nada. Pero nada de nada.
Ligar es una fuente incesante de frustraciones. Servidor es partidario de los matrimonios concertados, como en la India. Te ahorras un monton de problemas.
Por cierto, Jose Antonio, esa foto que pones en la que sales tan azul y con cinco dedos de frente ¿Eres tu en realidad? Das una imagen como muy de derechas. De otra epoca. Nada que ver con estos tiempos de telebasura y botellon. Me llama mucho la atencion, eso es todo.
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Es tan extraña la memoria que hasta embellece una frustración y la convierte en otra cosa.
ResponderEliminarUn saludo
*“Cesareo el de mi pueblo le compro mas de cien helados a una veraneanta que luego ni se caso con el ni nada”. Chipewa, un minirelato excelente, y, encima, así, como si nada.
Sr Zorro: muchas gracias por tus sugerencias y por tus paraules de ánimo. Sabes que lo que tú haces en tu madriguera a mí también me encanta.
ResponderEliminarChippewa: gracias por comentarme. Tiene razón benjamingrullo: has dejado, como sin querer, también para mí, un excelente breve. Me recuerda mucho un memorable relato de Angel Zapata.¿Matrimonios concertados, dices? Dicen que son los que nunca fracasan. Si a ti te va bien, avanti. Tiempos de telebasura y botellón, sí.
Benjamingrullo: gracias por sus palabras, saludos
Estimado José Luis.
ResponderEliminar¿Cómo olvidar aquel verano que siguió a la excursión a la playa de San Juan?
¿Cómo olvidar aquella tarde de calor insoportable en el que, a cada paso que dabas, crujía el suelo al pisar las moscas que se habían caído de las paredes?
Allí estaba yo, con mi ropa deportiva y mi balón de baloncesto. Una canasta, otra, y otra más. Me sentía una mezcla de Epi , Romay e Iturriaga. En aquellos momentos, quizá los más maravillosos de mi vida, flotaba en aquella cancha como si me hubieran otorgado la “mano de oro” de la NBA.
Y ella estaba allí, jugando sola a la rayuela, con su pelo dorado como el trigo. Saltando sobre las casillas numeradas, como si fuera un ángel descendiendo desde el cielo.
Largas horas había pasado preparando ese encuentro. Largas horas meditando cómo acercarme, y que mi primer y único amor, tuviera por lo menos una impresión visual de mí.
Desde el día en que nos dieron las vacaciones no hubo ni un sólo momento en el que no pensara en este encuentro.
Recuerdo con cierta sonrisa en los labios todas aquellas tardes que pasé en el gimnasio del barrio robusteciendo mi cuerpo para este primer encuentro. Horas y horas de sudor.
Pero había llegado el momento y allí estábamos. Mi amor y yo.
Yo notaba esa sensación de ser observado, y lejos de volver la vista hacia a aquellos ojos que me miraban, comencé mi actuación. Fallo tras fallo. Crecía en mí la convicción de que el plan estaba saliendo redondo. Estaba consiguiendo lo que tanto había ansiado: La persona que más amaba se había fijado en mí.
Ella se acercó y me dijo con cierto matiz de orgullo en la voz: Anda, ¡pásamela!
Tomó la pelota en sus dos manos, votó tres veces y lanzó sin mostrar apenas esfuerzo. El balón entró limpio en la canasta. ¡Había lanzado desde más de seis metros!
Después todo fue coser y cantar. Pases, canastas, chocar nuestras manos. El sueño se había hecho realidad. El esfuerzo había merecido la pena. ¡Lo había conseguido! Mi amor se había fijado en mí.
Pero las fuerzas de la naturaleza desbarataron el arduo trabajo de todo un verano. Un trueno rompió el hechizo y todo se fue al garete. Ella corrió hacia su portal y se introdujo sin ni siquiera decirme adiós. Me dí cuenta de que mi primer amor, mi único amor, ya no estaba allí, cuando miré hacia tu ventana yhabías dejado de mirarme!
La chica que jugaba a la rayuela era yo (jajaja). Ahora en serio, Jose Antonio, me ha gustado mucho tu blog, te seguiré de cerca. un saludo.
ResponderEliminarNeo: excelente versión.Tiene más ironía que la mía Muchas gracias.
ResponderEliminarVictoria, chica de la rayuela, muchas gracias, el tuyo está también muy bien
¿Son ustedes tan jóvenes que no han pensado en la película de Summers, del rosa al amarillo, o es que resulta demasiado obvio?
ResponderEliminarMe ha pillado, Carlota. Touché. Gracias por su comment
ResponderEliminarCarlota,
ResponderEliminarGracias por llamarme joven.
Un saludo cariñoso.