Cuentan las crónicas que hace unos días visitaban los Príncipes de España, en loor de multitudes, claro, la redacción de Onda Cero. Carlos Herrera, que se declara monárquico, en buena lógica cumplimentó allí con cortesía a tan altas dignidades. Sorprendieron un poco, por su parte, Julia Otero e Isabel Gemio, preclaras contestatarias al Sistema y ácidísimas debeladoras de cuantas crueles injusticias y penosas desigualdades de rango asolan este perro mundo, prestas en esta ocasión a encaramarse a todas y cada una de las inúmeras fotografías al lado de sus reales altezas. Veíaselas radiantes y desenvueltas en la más corta distancia con los elegidos por los genes como sucesores al Trono. Señalan los cronistas que Julia Otero le demandó incluso una foto dedicada por su mano al Príncipe Borbón. Resultaba, con todo, algo estrafalaria la escena, ese súbito revuelo cortesano en dos de las más notables defensoras que de la verdadera causa del Pueblo puedan hoy nombrarse en España.
Recordaba un poco la escena de los Príncipes, la alegre expectación general, el triunfal recibimiento, el trajín de la comitiva de directivos y asociados, esos siseos contenidos de admiración como una estela que también les precede, a aquellos gloriosas acogidas que históricamente dispensaban los pueblos a sus queridos emperadores, Alejandro Magno, un suponer, cuando entre sus súbditos se dejaban ver.
Bueno, pues como en esos hechos históricos en los que, por acontecer de pronto algo desacostumbrado, quedan fijados para la Historia como un extraordinario relato que de boca en boca se pasa, también en la visita de los Príncipes a Onda Cero saltó la liebre de lo insólito. Y es que al parecer, mientras recorrían las instalaciones, quiso el Principe acercarse a un editor, que se afanaba preparando el próximo informativo. Le dio el Príncipe un toque de saludo en la espalda, y el periodista, sin saber de quién se trataba –si es que hemos de creer a los cronistas- dejó sin acaso quererlo él la frase extraordinaria: “No me molestes, que estoy trabajando”.
Lo que no refieren ya los relatores del evento es si las mismas Julia e Isabel acudieron presurosas al quite del embarazoso silencio que en buena lógica hubo allí de producirse. Seguro que la proverbial campechanía borbónica hizo a todos superar el trago, y que una colectiva carcajada rubricaría la ocasión para la Historia. Claro que acaso también el curioso incidente trajera al caletre de alguno de los allí suspirantes la conocida y antológica respuesta de Diógenes, aquel gran sabio cínico, en presencia del refulgente Alejandro Magno, cuando le había ofrecido éste cualquier cosa que él pudiera desear: “Apartáos Majestad, me quitáis el sol”.
Las normas de urbanidad, esa pequeña molestia que nos facilita las relaciones...
ResponderEliminarLo que me ha impactado es que Otero le pida un autógrafo al Príncipe. Es la primera vez que me sorprende, ella, tan previsible.
Un saludo
Esa es España, basta una visita a la obra y todo el mundo deja de currelar.
ResponderEliminarSeguro que el que se quedó trabajando era el becario. Un saludo.
Y gracias por su apreciación de ayer,
Gracias, Javir y gracias Neo por vuestra colaboración, que es un impulso: no se siente así uno como un zumbao de Hyde Park. Bueno, tampoco esto está tan mal, qué carallo. Un abrazo
ResponderEliminarQué buena anecdota. Lo de Julia Otero e Isabel Gemio es una enfermedad que, curiosamente, afecta a la mayoría de escritores actuales: falta de compromiso con sus propios ideales y falta de fe en su vocación.
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