Con la victoria en el Open USA ha cerrado Rafael Nadal –gane o no el Masters- el círculo mágico de una temporada y una trayectoria de asombro, destinada a perdurar, cuando la perspectiva del tiempo remanse y adense en su verdadera valía la enjundia de sus proezas, entre las más escogidas páginas de la historia del deporte mundial. Y se admira, y más, se quiere a Nadal, y se sufre y se disfruta con él, y se le lleva muy dentro, a pesar de ser para la mayoría sólo el haz fugitivo que rellena una ráfaga de puntos luminosos sobre las pantallas de todo el mundo, por el cúmulo de cálidas significaciones que de su mano atraviesan y traspasan el espejo cóncavo de las televisiones.
Hubiera perdido Nadal y no por eso le habríamos querido menos, tal es el influjo que la ley de su gracia derrama sobre nosotros. No, no son los dígitos, ni los récords, o las burdas cifras de sus victorias y trofeos, no es la miseria de lo cuantitativo lo que mejor explica la veneración que hacia Nadal sentimos. Son las emociones positivas y esenciales que en Nadal explotan las que nos contagian y mueven a, sin conocerlo de nada, considerarlo uno de los nuestros.
Repitámoslas, sin sentir vergüenza alguna al hacerlo, una vez más: su pundonor, su fortaleza, su humildad, su entrega, su esfuerzo, el caudal de esa alegría desbordante como una riada que con él nos llevara por delante, su tenacidad, la capacidad de superación y sacrificio que hasta en el momento más adverso atesora, su caballerosidad, su saber ganar y su saber perder, su novia de siempre, la madurez impropia de su edad, su inquebrantable fuerza mental, la fe indestructible que le pone a su trabajo, la bravura indómita de su batallar, como un piel roja que nunca se rindiera.
Acaso se halle, en definitiva, en la estela informe y luminosa que toda esta ringlera fulgurante de asociaciones benéficas que Nadal deja tras de sí, y a las que sin él pretenderlo a todos convoca, mucho más que en el vacuo fetiche de los números del éxito, las “razones” por las que vale la pena mirar y admirar, vivir y convivir con Nadal, a quien somos legión los que estamos para siempre agradecidos por hacer nuestra vida más plena. Cada uno de nosotros, como el anciano del anuncio célebre, con Nadal vibramos, y para nuestro coleto también nos decimos: “Yo soy Nadal”.
Yo soy Nadal.
ResponderEliminarYo soy español.
¡Menudas ancas tiene Serena Williams....!!!!!
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