León es el cristalero de mi barrio. Junto a su hijo, con su perseverancia, con su buen humor, con su espíritu afanoso, lleva más de veinte años instalado, y desde hace unos cinco, cuando pudo ya rediseñarla, con el almacén y el taller separados, le quedó su tienda, donde expone las muestras y patrones de lo que con los cristales es capaz él de hacer, muy bien arreglada y dispuesta. Desde hace tres años empezó a notar, como casi todos, los primeros rigores de la crisis económica, que se tradujeron, claro, en los escasos encargos que de parte del vecindario le llegaban, a la vez que los diversos impuestos sobre su actividad en nada menguaban. Iba, de todas formas, apañándose, sin menoscabarse en un ápice su habitual entusiasmo, al que quizás contribuyeran de por sí las tiesas crenchas que de la cabeza le brotan, familiares por todo el barrio esas greñas, que como de una fiera jovialidad, a pesar de sus cincuentaitantos, le invisten.
Llamó entonces a su puerta el anuncio del Ayuntamiento de la localidad, por el que se convocaban ofertas para acristalar un nuevo y suntuoso polideportivo que, cara a las elecciones, pretendía inaugurarse. Hizo León una y mil veces sus números y concursó. Le concedieron el encargo, no se sabe si porque fue la de León la propuesta más beneficiosa o sólo porque fuera la única. Era una obra considerable y León tuvo que endeudarse para encargar materiales, maquinaria nueva que necesitaba y dos oficiales más a contratar para en la fecha convenida tener listo el encargo. Trabajó duro León, y disfrutó haciéndolo a la vez, y su hijo también, al lado y dirigiendo a sus nuevos trabajadores. Pudo así cumplir el encargo. Quien no cumplió, claro, fue el Ayuntamiento, a la hora de pagarle lo convenido por su trabajo.
Pensó León que sería una cuestión de tiempo, que, como siempre se pensaba, “estos tardan, pero al final pagan”. Pero no. El administrativo de turno, harto de rogarle que volviera dentro de quince días, a ver si por fin llegaba el dinero acordado, le remitió a otro negociado, y a otro. El concejal de la cosa al fin le recibió, y le ofreció disculpas, pero que si la construcción, que si también a él le habían asegurado que se dispondría de esos fondos, que si no se qué… y cuando León le dijo “pero es que a mí, señor mío, los bancos no me pasan una,… por qué me encargaron ustedes la obra si no tenían el dinero, que es para mí muchísima cantidad, cómo es todo esto posible”, no supo que más decirle, aunque ordenó que le comunicaran en lo sucesivo que estaba él siempre reunido.
Agobiado por todos los pagos a que no ha podido hacer frente, tuvo primero que despedir a los trabajadores. No ha sido suficiente. Los apremios le llevan a tener que cerrar su tienda, Cristales LEÓN, a abandonarla, a liquidar su empresa, a terminar con el fruto del esfuerzo y del tesón que derrochó él a raudales toda su vida, a enterrar también el significado de vivencias y recuerdos entre esas paredes encerradas, y que sólo León puede saber lo que eso duele. Todo eso me contaba León el otro día, y no sabía uno bien del todo qué hacer frente a ese hombre abatido, de golpe encorvado, como de súbito domada a golpes su espontánea alegría ante mí, qué hacer frente a su amargura incontenible y a un futuro amenazador. No acerté a decirle nada, excepto a dejar un instante mi mano sobre su espalda. Cómo puede ser que el mangoneo de una administración pública haga trizas de un viaje lo que a un pagano de mil y un impuestos le llevó veinte años establecer.
Nos despedimos. Me acordé luego primero de Bardem, que en Los lunes al sol, se liaba a cantazos con una farola porque le habían despedido. En España rozábamos entonces el pleno empleo. Yo no me puse, en nombre de León, a arrearle con rabia a la farola con la que antes me había chocado. Detesto y no valgo para la violencia, solo que uno es nadie. Luego me acordé, claro, de Juan José Millás, de su retórica invitación en el más señero periódico español a tomar las armas por motivo de la crisis. Me volví: los hombros vencidos y azules de León se perdían ya en la distancia. No, pensé, esa llamada a la violencia es un lujo que sólo se pueden permitir los escritores muy consagrados por el Sistema.
El pobre León ha caido bajo las ruedas de la mquinaria. Lo dramático de su queja radica en sus certeras palabras: "Porqué cojones( lo de cojones, permítame, lo añado yo) me han contratado si no había dinero?"
ResponderEliminar¿Porqué c. nos hemos endeudado sin la certera previsión de poder pagar? ¿Porqué c. es necesario tener cinco televisores, uno por habitación, si ahora nos cortan la luz por impago? ¿Porqué C. tenemos que ir a cenar "aroma de centollo eunuco, a las finas hiervas helvéticas de los montes del Caurel, cuando la vaca del caurel está cojonuda y resulta que ahora el kilo vale 1,6 euros???"
Porqué, porqué, porqué?? Sólo se me ocurre una respuesta: somos un poco estúpidos.
Que me disculpe si alguien está libre.
Los coqueteos con los Ayuntamientos, amigo Del Pozo, o acaban así o acaban `asá´, según el momento
ResponderEliminarPermitan que les refiera brevemente una pequeña historia que acabó `asá´
En un municipio cercano al mio (me da no sé qué decir que era el mio), el Ayuntamiento iba a celebrar una evento de mucho tronío y tiros largos. Para embellecer el lugar encargó a un almacén de flores de la localidad que se ocupase de los ornamentos florales. Abrevio y digo que días antes de la inauguración recibió la llamada de un funcionario cancelando el pedido. "Soy un mandao, no sé nada más, usted disculpe, adios", le dijo. Como quiera que el comerciante no era rencoroso, se acerco con su señora a la inauguración. Y como el oficio tira, el hombre observo los detalles florales y descubrió una etiqueta olvidada que daba razón del proveedor. Exacto, el proveedor era un competidor con el que hacia junta una concejal de los del poder.
Digo yo para terminar, que si la misma circunstancia se diera ahora no habría habido cancelación de pedido, porque ahora solo hay sangre, el oro relucía en la época de la cancelación del pedido. Oro que se llevó el que hacia juntas con el del poder. Luego, supongo, vendría el reparto.
Y todo esto te lo digo, amigo Del Pozo, para no parecer ansioso por saber algo de las tres leonas. Un abrazo
Es increíble que estemos administrados por semejantes sabandijas capaces de destruir el sostén y la ilusión de trabajadores que depositan su confianza en ellos, a la vez que contribuyen activamente con su trabajo e ilusión en la proliferación de la comunidad.
ResponderEliminar¿Se puede ser más estúpido?
Lo siento, pero es que la indignación me cala y me sobrepasa.
Saludos.
-Cesar: lo del aroma de centollo eunuco es heavy
ResponderEliminar-Javir:es también ejemplar la historia que cuentas; digáselo con flores.Y en cuanto a las leonas, ya verás, ya verás amigo, mi Relato del Antro revisitado, va a levantar ampollas, aunque es un poco fuerte... lo reconozco. Espero que la Historia de la Literatura no me la tenga en cuenta y que a cambio me acerque a un editor de los de ahora.
-Jose C: es indignante que no paren algunos de buscar la foto electoral como sea y psando por encima de lo que sea, y seguro que encima duermen de putísima madre. Un saludo