Por si el sr Follet pudiera o pudiese, a través del cibernético espacio, por raro milagro oírme: ¡Ken! ¡KEEEEEN!, tenga a bien escucharme, Mr Follet, olvide su plomiza trilogía proyectada y pégueles el ojo y el oído a la intelectualité española, que está la pobre que de sí misma se sale. Que está salidísima, vamos. La penúltima fantochada de Dragó (que antes la montó de budista, y antes de manchesteriano liberal, y posó también en bolas, y luego de falangista cantando el cara al sol, y antes de experimentado homosexual, y luego de tántrico atleta sexual, y antes de mitinero de Aznar, y antes de partenaire en frac con la Obregón, y antes de comunista de postín, que acaba Dragó él solito con todos los antes, tal es la frivolité inmisericorde de su ego Super, que al mismo Freud hubiera vuelto tarumba) exige también colosal estatua, broncínea como la suya, Mr Follet, y me parece a mí que de lujo quedaría emplazada esa talla al lado de la torre inclinada de Pisa, frente a frente con otra que a pulso gánase a diario Berlusconi, gemelos ambos dos a sus añitos en idéntico y desatado furor puericial. Vaya par.
El libro que ahora mismito a su manera promociona Dragó lleva por título “Dios los cría y…”, y paréceme ello gratuita alusión al Altísimo, a no ser que donde pone Dios pongamos nosotros la Televisión, en efecto Suma Hacedora hoy de famas y haciendas, que sólo endriagos parece capaz de producir. Debe resultar apelotante el llegar a ser toda una “vedettona” de la literatura y la cultura patrias, y soltar luego la primer sandez que por el caletre se te cruce, con la única condición de que aquilate la misma los más fenicios de los intereses propios, brújula máxima en estos tiempos detestables. El que a la misma vez se siente acreditada plaza de Superácrata y contestatario librepensador al Sistema roza ya la cuadratura del círculo.
Claro que, vistos la celebridad y el caché que Dragó legitimísimamente ostenta, no le vendría mal a uno aplicarse el cuento, es decir, retomar el relato del Antro que de esta covacha apenas salió y darle una vuelta, a la “dragoniana maniera”, por ver si el pobre respirar pudiera el oxígeno ambiente y crecer y crecer hasta hacer de mis seguidores legión, y que los ecos de la misma a las oídas de un editor llegara y prestara éste al fin algún caso a lo mío, celoso seguidor como soy, gemelo en eso yo también de Dragó, si bien gemelo fracasati, del caché y la celebridad antes reseñadas. Y si no, seguro que usted puede, Mr Follet, que célebre también es el tamaño descomunal de su magnanimidad, el subvenir con apenas una propina suya la publicación de lo mío. Ya ve, Mr Follet, que el cuento de la lechera es de universal alcance.
Voy a empezar entonces por recrear, a tu lado, paciente lector, el lance que con indiscutible oficio puso en pié Dragó y por el que a todos los noticiarios vióse arrojado. Resúltase que “en Tokio, un día, al salir del metro, me topé con unas lolitas de esas, ahora hay muchas ( y es que habla Dragó de hace cuarenta años, que siempre fue él, por si lo habíamos olvidado, adelantado en todo y cuando los demás vamos está ya él de vuelta y media de la cosa), pero no unas lolitas cualesquiera (veamos, veamos en que se distanciaban las suyas de las ninfas nabokovianas, que por fuerza habían de ser las de Dragó en algo singulares), sino de esas que se visten como zorritas, con los labios pintados, carmín, rímel, tacones, minifalda… tendrían unos trece años (oséase, Dragó, unas lolitas verbeneras, era esa su especificidad). Subí con ellas y las muy putas (alto, alto: véase el ritmo desenfrenado que toma la acción, que fue llegar Dragó y besar el santo señor a las muy…, qué decir de esas instantánea captura psicológica del alma de los personajes, ni Dostoievski, aunque a la vez tenga la cosa maneras como de chiste de tasca) se pusieron a turnarse. Mientras una se iba al váter… (si supónese que no iba a vomitar la criatura, ni a hacer sus necesidades, ni a de cosa dragoniana limpiarse –lo habría él dicho-, cabe deducir que iba allí a con oriental paciencia guardar el turno, que las dos asistir a la vez a las fauces en acción del dragón debía ser grande pecado)… la otra se me trajinaba (bárbaro el encabalgamiento de reflexivos, que por lo demás sugiere la muy plástica imagen del sr Dragó, soberbio gallo, allí magníficamente expuesto y pasivo, apenas mera corpórea presencia enhiesta, sólo para que las muy niponas saciaran su lolitismo único, dígame, ¿no escucha aún, Mr Follet, el suave cloqueo del folleteo dragoniano?).
Recuerde, Mr Follet , que arrancábamos la temporada con la Teoría del Incesto según Sabina, que quería él convencer de las bondades del mismo a sus hijas, por lo que ésta en verdad mágica historia de Dragó (qué lejos, sin embargo, de aquella monumental guía mágica de Gárgoris y el otro que escribiera él in illo témpore, y cómo mueven a pena estas idioteces en quien es a menudo un extraordinario animador cultural) rezuma todo un familiar aire de ambiente. Se piden luego disculpas, se jura luego “por el propio honor” (¡) que es todo mentira, y aquí paz y después gloria, y a ver si así se vende un poco más el libro, que está la cosa muy cruda. ¿En qué se diferencian tantos figurones de la intelectualidad de los calculadores concursantes del Gran Hermano? Recabar de ellos un algo de responsabilidad queda tan… estúpido.
Ya le digo, Mr Follet, voy yo a darle una vuelta de tuerca puerca al mío relato del Antro, a ver si así.
Me da una rabia seguir el rollo de estos titiriteros del dinero del tres al cuarto... Ya he opinado más de la cuenta de este tipo en varios blogs, participando, sin yo quererlo, del circo publicitario de su último libro. ¡Qué pena me dan todos!, y más los que hacen comparación de Dragó con el protagonista de Nabokov. ¡Qué tendrá que ver el Heavy Metal con la ópera!, a no ser que los dos pueden incluirse en el mismo soporte, el cd.
ResponderEliminarSaludos cordiales.
A Ken Follet los habitantes de Vitoria le han erigido una estatua por tener el autor una estrecha relación con la ciudad vasca. Su obra literaria no es "El Quijote", pero al menos se lo curra y no hace el ridículo.
ResponderEliminarEl Sr. S. Dragó tuvo, pero parece que no retuvo e intenta mantener su buena fama de díscolo intelectual haciendo el ganso y montando numeritos a cual más ridículo. Es una pena porque prometía y parecía listo.
Comparar la última "obra" del susodicho, con la espléndida novela de Nabokov cuya bibliografía es además extensa e intensa, se me antoja una payasada ¡qué más quisiera!.
Y en cuanto a Freud, creo que poco o nada tendría que hacer: él se dedicaba a analizar patologías "honradas" no a justificar espectáculos tramposos en mor de una discutible fama.
Un placer leer sus artículos D. J Antonio.
Un abrazo Á.
Benjamín Prado, Gustavo Bueno, Fernando Savater, Luis Racionero, Antonio Escohotado, Silvia Grijalba, José Luis Garci,....
ResponderEliminarContra la quema de libros. Manifiesto por Fernando Sánchez Dragó
http://www.elmanifiesto.com/articulos_drago.asp
-Hola, Mercedes:pues te agradezco mucho que a pesar del hartazgo hayas dejado aquí unas cuantas palabras inteligentes más.
ResponderEliminar-Angeles:Ya,pero por tener una relación estrecha te levantan una estatua? parece más bien una idea de agencia de viajes, aunque respeto opiniones.
También es un placer leerla a usted, gracias.Otro.
-Juan: bienvenido, agradezco su presencia, salvo que... me deja usted una lista de Personalidades y me remite a un Manifiesto contra la quema de libros. ¿Y? Yo no he pedido quemar nada, eso fue Cristina Almeida quien lo pidió. Déjeme por favor, Juan, un argumento suyo y lo podremos aquí valorar.