Miles de fantasmas recorren el Mundo: los fantasmas del bloguerismo. Todos los Grandes Escritores del Orbe se han unido en Informal Alianza para ahuyentar esos fantasmas: Ken Follet y Millás, Pérez Reverte, Almudena Grandes y la Sgae, entre otros. Ha llegado el momento, companieros, de que los blogueristas mostremos con orgullo al mundo nuestra faz: la ilusión que nos agita, sí, la injusticia que nos oprime, también.
La historia de la Escritura hasta nuestros días no ha sido hasta ahora sino la historia de la lucha de clases entre escritores: los del Establishment, de un lado, a quienes todo galardón parece pequeño y que con avaricia de agiotistas acumulan uno tras otro –más las argénteas recompensas que les van anejas- sobre sus augustas plumas y cabezas, incluso navajeándose entre ellos en el empeño, tal es su avaricia desatada, que hasta les roba el sueño y todo, y las hormiguitas del Inframundo bloguero, del otro, que sólo de las migajas del desprecio y del cruel anonimato se mantienen, que se hacen entre sí, en bien tierna estampa, seguidores los unos de los otros, como caritativa mancomunidad de apostólicas insignificancias. Sigámonos, blogueros del ancho mundo, todos a todos de verdad y ahora en esta lucha semifinal.
Tienen unos, ya se ve, patente de corso para publicar cuanto les pete y en los más privilegiados escaparates, facilidades mil para dar rienda suelta al lujoso caletre de su mollera y llevar el boato de su voz a todas partes, cotización al alza para subastar la más peregrina de sus ocurrencias y apalancarse muy generosos anticipos. ¿Qué tienen los otros sino la negrura de su infortunio, la amargura de su ostracismo, el perpetuo revés de la invisibilidad a que vénse aherrojados? Sí, ¿por qué a unos se les ve tanto –y hasta el plumero, que ya incluso estragan- y en tantos saraos y fregaos envueltos y revueltos, mientras a los otros, sin importar siquiera el rigor extremo del más crudo invierno alrededor, con la misma puerta en las narices se les arrea, en cuanto osan asomarse un poco, como taciturnos niños del hospicio, a ese club de los negocios raros?
Almacenan los unos sobre sí mismos –a despecho encima de un mensaje de airado tono redistributivo- mil y unas colaboraciones periodísticas, literarias, mediáticas, conferenciantes, en las mil y una suertes con que la Industria Cultural favorece a sus primas donnas, que son otras mil y una formas de multiplicar sus crasas plusvalías, y otras mil y una patadas en las posaderas de los oscuros blogueros, que nada en claro le extraen a su desvarío, que tanto tiempo y afanes se dejan en el cuidado de su blog, al que sin embargo aman tanto como a un hijo propio, pues como éste, extensión de su misma carne y sangre es. Y si hasta hace bien poco le daban hasta dos mil quinientos euros a cada niño que viene al mundo, ¿no debería en igual forma subvenirse a esos hijos preciosísimos de la imaginación y la ternura que son la inmensa mayoría de los blogs? Y no digamos ya los blogs de los poetas, que derraman gratis et amore un elixir de belleza no recompensada cada día sobre el mundo. ¿No podría en todo caso un poco repartirse la pitanza?
¿No merece tanto desvelo aunque fuera sólo una mínima subvención de la Innombrable sociedad de los Autores, que lo es hoy sólo de los Autores encumbrados? ¿No se cansan de repetirnos los propagandistas estos tan pesados que todo trabajo merece ser retribuido? Hágase entonces. ¿No se jacta acaso uno de los príncipes de este perro mundo de que la Tierra no pertenece a nadie sino al Viento, (y qué es un blog, sino simple escritura en el Viento, que raudo se lo lleva al piélago del desamparo, al fondo tenebroso del mar de los sargazos desconocidos) que hay demasiados pobres (blogueros, blogueros) y muy pocos ricos (los de arriba, los de arriba nominados, entre otros).
Entonces, adelante, blogueros, adelante, y como dicen los sindicalistas “liberados” (¿y por qué los ínfimos blogueros que nos dejamos los ojos y la vida en la escritura, que ponemos en ella el alma, habríamos de ser menos, por qué no habríamos nosotros, creadores inmersos en la niebla fría del olvido, reclamar la igualdad?) si esto no se arregla, GUERRA, GUERRA, GUERRA.
¿Es acaso justo tan desigual reparto de elementales bienes? ¿Hemos de soportar además que posen y pasen encima los grandes Acaparadores de libros, de pasta y de honores por inmaculados santones revolucionarios? ¿Pero que contradiós es éste? Despertad, blogueros del mundo, no creáis los piropos envenenados que de cuando en cuando os regalan los escritores consagrados. Abandonad la mansa resignación. Cuestionad sus privilegios. No les riáis las gracias. Discutidles la desmesura de su rango. Os copian las ideas además, sabedlo. Sed bien conscientes, en fin, de nuestra verdad: no residimos en las brillantes estrellas de la Ciberesfera como quieren hacernos creer. Esas galaxias aparatosas las copan ya los bien afamados escritores, son ellas el negociado de sus intereses, que siempre han venido ellos a hablarnos de su libro. Es lo nuestro el inframundo, las sombras de las catacumbas, los senderos municipales de los parques de un barrio triste. Mirad allí un hormiguero, divisad esa hilera animosa e incansable que de cuando en cuando el capricho de un gigante juguetón desbarata y aplasta. Eso somos, blogueros del mundo, hormiguitas alrededor de olímpicas estatuas (como la real de Follet en Vitoria) que ni se inmutan a nuestro paso y que todas las guirnaldas se cuelgan.
Despertad, borrosos blogueros del subsuelo, heroicos escritores de la humildad, dulces escribanos sin nombre casi, hermanos-hormiguitas de la fraternidad del blog. Enarbolad ahora el blog, la flor que destila vuestro desamparo, como una espada justiciera. Puedo casi ver ahora mismo el calibre de vuestro desconsuelo, el prodigio incalculable de ilusión con que elaboráis vuestros escritos, el latido de belleza que os sacude por dentro y que queréis en el blog estampar también para el mundo entero, la franqueza de vuestros ojos radiantes ahora. Son los míos, también, camaradas. Ponéos en pie como una formidable marabunta: Guerra a la Opresión, ya. Blogueristas del mundo: fundíos. Adelante. Adelante. No tenéis nada que perder, sólo vuestras condenas.