sábado, 17 de diciembre de 2011

Misterioso asesinato en el Museo de Cera



     
      Pues nada, que me escribió Ana (Ana Oramas, naturalmente) y con la amabilidad que en ella es categoría plena de su Ser me agradeció el post que le había yo confeccionado. Que se había reído mucho y eso, que muchas gracias y mieles tales. ¿Gracias? Las tuyas, Ana, las tuyas, fue lo único que se me ocurrió entonces atropelladamente por escrito responderle, bobo de mí. ¡Me volvió a escribir a los dos minutos! Pensé, es que eres un merluzo, tío, la has liado buena, seguro que, airada Ana por tu gracieta, te mandará ahora a Parla con el remite de burdo machista en la frente del correo electrónico. ¡Me citaba a las diez de la noche en la Plaza de Colón! Que allí me explicaría ella todo. Bueno, excuso decir que casi sufro una lipotimia frente al ordenador.
     ¿Qué podía hacer esta nada interbloguera sino plantarse en la madrileña plaza quince minutos antes de la fecha señalada? Las ramas de los altos árboles de la calle Génova lucían primorosos collares navideños prendidos en intenso azul. No sentía el cuchillo del airón decembrino en el rostro, claro. Pensé que podía tratarse de una broma pesada, que quizás alguien quería sólo cachondearse un rato del muá. Un minuto antes de las diez alguien tocó mi espalda y… allí estaban los ojitos azules de Ana (Ana Oramas, naturalmente) otorgándole calidad de suntuosa gala a la noche. Llevaba puesta una gabardina bogartiana que en ella quedaba muy glamourosa, sí. Me tendió la mano y, como solo a ella le sale eso, me sonrió por un instante. Bajo la estatua del Descubridor, me temblaron entonces las piernas, lo noté.
     
      No tenemos tiempo que perder, dijo ella, electrizando de urgencias la noche. Que tenía ella privilegiada información de un horrible crimen que en el Museo de Cera iba próximamente a tener lugar, y que era preciso adelantarse y evitarlo. Pe, pe, pero yo, yo soy sólo un jodido bloguero, yo, yo, no no tengo ni media leche, Ana. ¡Jose Antonio del Pozo!, bramó ella contra mi rostro, avergonzándome ya sólo con la mirada. Por el amor de Dios, ¿vas a dejar tirada a tu heroína, vas a ser capaz de hacer eso?, añadió.
    Suficiente el dulce silbo de su voz para armarme ahí mismo de valor. Está bien, Ana, va… sólo dime por qué yo, Ana, por qué el muá. Se apartó un mechón de la cara y suspiró: por increíble que te parezca, la política es así,   … sólo puedo ahora confiar en ti, José Antonio… no podemos perder un segundo más… o los batasunos nos ganarán por la mano, ya te contaré, vamos.
     Seguí sus pasos, cortos y apresurados, taconeantes sobre las baldosas de los bajos de la Plaza. A veinte metros unos raperos ensayaban sus gimnásticas contorsiones, atentos sólo a su pericia. No me pregunten el modo en que Ana lo hizo, pues iba yo del todo alucinado por la situación, que claramente me sobrepasaba, pero, como si con con algo parecido a una ganzúa fuera forzando ella cuantas compuertas del Museo de Cera nos salían al paso, como si conociera las claves que desactivaban las alarmas –tecleó Ana rauda una combinación en su blackberry- en un periquete estábamos dentro de aquellos sombríos y solitarios corredores. ¡Todas aquellas horripilantes estatuas en la oscuridad, aquel cúmulo de pomposas celebridades reducidas a cerumen que parecían salirnos al encuentro, qué canguis!
     
     Atravesamos salas, recorrimos galerías, bajamos escaleras, - la antorcha de los cabellos de Ana, que me precedía- nos adentramos en lóbregos sótanos iluminados sólo por mínimos pilotitos de emergencias con la respiración en vilo. De pronto, a la vuelta de un recodo, una figura amenazante pareció abalanzarse sobre nosotros faca en alto. Ana dio un respingo y sin pensarlo se apretó con vehemencia contra mí. Las curvas de su cuerpo menudo pero incitante encajonándose un instante contra el mío, el goce fugaz de ese súbito acoplarse de órganos cóncavos y convexos. Un instante sólo. Aun detrás de Ana, lancé una patada hacia quien fuera aquel oscuro coloso desafiante. Ni se movió. ¡Como que era la estatua de Marichalar, con la que de bruces por puro azar nos habíamos topado!
     Extrajo Ana una linternita de la gabardina, se la enfocó a la cara y… allí estaba don Jaime, con expresión encarnizadamente burlona. Verle y saltársenos a ambos también la risa, fue todo uno. Oye, Ana, plis, dime qué carallo estamos haciendo en el Museo de Cera a las tantas y de furtivos, le inquirí al cabo a mi heroína canaria. Verás, José Antonio…, me susurró ella –sus labios rozando los míos en la noche del museo, rodeados por aquel monstruoso estatuario, que me pareció entonces que me guiñaba un ojo en lontananza Elvis- …los batasunos pretenden dar un golpe de efecto mundial en la investidura de Rajoy, plantificando por sorpresa en el estrado la figura de Urdangarín bajo una guillotina, y rebanarle el pescuezo en efigie,  proclamar luego a voces ¡el Delenda Monarchia est!  …imagínatelo, chico, la que se va a armar, y necesitan robar para eso la estatua de aquí, en cualquier momento llegarán, tenemos que impedírselo, Jose.
     Me dio la risa. Ana Oramas, tú no estás bien, quiero decir, que estás muy bien… pero, vamos a ver,  qué me estás contando. Quise reirme con audacia de galán, hacerme el duro. Psschh, me tapó de golpe la boca con su mano ella. Se escuchaban en el piso de arriba violentas pisadas acechantes. Ostias, pensé yo, y tragué saliva. ¡Los batasunos! ¡Vamos!, susurró Ana. Sí, vale, pero hacia adónde. Interrogamos con angustia el céreo rostro descacharrado de Marichalar. Reparamos en que su mano izquierda tenía el dedo corazón extendido hacia el más oscuro rincón del sótano.
     
      ¡Albricias! Allí estaba Urdangarín, su estatua en cera quiero decir, vestida de calle ya y, curioso, pareciera que a la expresión de la cara se le hubiera subido una roja vergüenza inconsolable. No pudo evitar Ana al verla –Ana Oramas, naturalmente-, abofetear la efigie y lanzarle por lo bajini un insulto inimaginable a su dulzura. Pero acto seguido, sacó un diminuto serrucho del magín de su gabardina y con formidable energía en un pis pas maniobró y me dijo, vamos, chico, cógele tú de los pies. Oíamos cada vez más cerca y más estridentes las pisadas. Por ahí, y me señaló Ana una puerta de emergencia.
     Subimos con el Duque de Palmarena a cuestas las escalerillas que nos llevaban de nuevo a la Plaza. Lo que pesaba aquel olímpico Ducado, la mare deu. Nos faltaba el resuello. Ana, ajigolada, los cabellos rubios revueltos, estaba aún más guapa. Los raperos seguían practicando sus contorsiones. En un tris decidimos agregarnos a su corro, sosteniendo a nuestro Duque en pie entre nosotros dos. Jaleamos a los raperos, que nos miraron extrañados un segundo, se sonrieron luego aceptando nuestra presencia… para seguir enseguida a lo suyo. Sonaron los ecos lejanos de una sirena policial. De reojo vimos escapar del Museo, por las mismas escaleras nuestras pero hacia el Prado, a los batasunos, contrariados y lanzando euskalherríacas imprecaciones. Bueno, les habíamos chaflado el plan.   
       Estábamos los tres en la Plaza de Colón, que parecía haber ganado en el interim de nuestra aventura un mayor aspecto navideño. El run rún del tráfico parecía el rumor musical de un río muy poderoso. Ana marcó algo en su móvil. Miré hacia arriba y el Descubridor parecía apuntarnos. Le dije, mira, Ana, Colón nos señala. Entonces ella, con la confitura envolvente de su voz al oido me dijo: y ahora tú, chico, vas a cerrar los ojos y vas a contar hasta cuarenta, y piensa,  Jose Antonio, que la política es así,  que fue maravilloso conocerte, y que es eso lo que cuenta. Aunque tenía ganas de llorar, cerré los ojos y empecé a contar. Lo hice sólo porque pensé que Ana –Ana Oramas, naturalmente- besaría al menos mis labios antes de desaparecer. Hacia los veinte escuché el frenar de un cochazo. Abrí al llegar a cuarenta los ojos y, naturalmente, nada, ni del Duque ni de ella, había ya por allí. Increpé –pobre, qué culpa tendría él- al Descubridor al estilo Mou: ¿pur qué? Pero, tan arriba, con tanto coche, no podía él escucharme. Vuelta a casa. Y que this is the end.   
       
     
 
   
    

15 comentarios:

  1. ¡¡Juajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajuajaujuajuajuajuajuajuajuajuajuajuaaaaaa!
    y
    ¡Plasplasplasplasplasplasplasplasplasplasplasplasplasplasplasplasplasplasplasplasplasplasplasplas!
    ¡Buena RELACIÓN DE AUTOS, Amigo Mío!
    ¡Y es que lo que no Consiga una Mujer de un Hombre, a pesar de las Modas Desviadas que nos Intentan Imponer, Nadie lo Consigue!
    Nada Menos que ALLANAMIENTO DE MUSEO, Pateo de un "FLORERO" y ASESINADO "IN EFIGIE", CON FEROZ DESCUARTIZAMIENTO Y POSTERIOR HUIDA, CON DESAPARICIÓN DEL "CORPUS DELICTI", En PORCIONES...
    Sumando Delitos y Años Más el "DESCUENTO" SEGÚN INTERPRETACIÓN JUDICIOSA DEL TOGADO DE TURNO, Sin "Enchufes" Me Salen unos 375 Años...
    Con Enchufe y Dada la Personalidad Múltiple de la ASESINA y sus ARTES SEDUCTORAS, "PARA OBTENER COMPLICIDADES BABEANTES", "ARCHIVADA VEO LA CUESTIÓN", PAra élla...
    Para Vos, Lo Dicho 375 Añejos con el Plus de XENOFOBIA Y REPUBLICANISMO ENCUBIERTO...
    Total 3.575 Años y Un Día.
    ¡Espero que Hayáis Disfrutado del "SOBO IN PENUMBRAM", Porque si no, lo uestro, Será PARA LLORAR,Cuando la Dama os Denuncie por Todos los Delitos Enumderados...
    ¡Y es que el Amor, nos Mete en Asuntos que con la Cabeza Más Fría ni se nos Pasarían por la Imaginación!
    Asi Pues lo Dicho
    un Cordial Saludo.
    Un Brindis
    y
    ¡¡RIAU RIAU!!

    ResponderEliminar
  2. En ese museo está pasando de todo....da miedo

    ResponderEliminar
  3. quièn serà el pròximo/a en ir al desvàn, esto se està poniendo muy serio, y tu Josè Antonio como siempre en el candelero...jajaj

    Espero que el pròximo año te traiga paz, tolerancia y trabajo...bueno y tb un editor...Feliz Navidad

    Un fuerte abrazo

    fus

    ResponderEliminar
  4. JaJaJa ¿pur que?. La Oramas y no digo mas.
    Saluditos Don José.

    ResponderEliminar
  5. Un relato brillante,estimado amigo que tengas unos felices dias junto a tu familia,un abrazo.J.R.

    ResponderEliminar
  6. ¿Recuerdas aquel vídeo-vial en el que le "robaban" el escaño a Zapatero?...¡¡jo, pues porque no estaba la pareja Ana-Jose Antonio!!

    Muy bueno el relato. Un abrazo

    ResponderEliminar
  7. Una mujer trabajadora, se va hacer rica con tantos cargos y para no perder silla se arrastra a los delincuentes.
    ¡Hay! la Laguna ¿no habrá sido o seguirá siendo una segunda Marbella? sin un Julian, claro.
    Valla con la amiguita del ZP, otra más, esta no corre, vuela.
    Dejo un enlace sobre esta para quién quiera ver.

    http://www.universocanario.com/politica/el-rey-juan-carlos-/congreso-de-los-diputados/ana-oramas/cc-nc/grupo-mixto/291516

    Entre unos y otros, valla cuadrilla de ineptos de la honestidad.
    Saludos.

    ResponderEliminar
  8. De nuevo por tu casa, disfrutando de las cosas que nos dejas.


    Saludos y feliz domingo.

    ResponderEliminar
  9. Divertido, ameno y magistral relato de tus aventuras entre toneladas de cera.
    Un abrazo y que pases unas felices fiestas.

    ResponderEliminar
  10. ¡Muchas felicidades! Mis mejores deseos para ti.
    Que Dios te colme con Su gran Amor.
    ¡Feliz Navidad!
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  11. Me gusta mucho esta faceta tuya de inventor de historias; eres muy divertido.
    Un abrazo grandote y pre-navideño.

    ResponderEliminar
  12. Vaya, qué faceta José Antonio!
    Gran relato, espero disfrutar de muchos más.

    Sigo leyéndote amigo, aunque pocas veces deje firma. Lo haré más a menudo.

    Saludos!

    ResponderEliminar
  13. Desternillante post, sublime y perfectamente estructurado. Es usted un genio de la narrativa.
    Mis saludos y Feliz Navidad.

    ResponderEliminar