viernes, 13 de enero de 2012

Ensayo sobre la ceguera mío SIETE

   
      No las tenía yo todas conmigo –mi natural, lector, tiende al canguis, puro Curro Romero que uno es ante el miura de la vida- pero, acaso aupado sobre los vapores aún actuantes del festín, y deseoso como estaba por demostrarle a Soto mi innato altruismo hacia la Humanidad, para nada incompatible con mis ideas facciosas, me adelanté a atender el requerimiento del ciego descomunal. “Sí, cómo no, señor, por supuesto, señor”. Tomé de su mano las monedas –me llegó desde el tabardo del ciego cierto aroma a vino muy guerrero-, ni siquiera le pregunté por qué quería dos billetes si estaba allí él sólo, giré sobre mis talones e introduje las monedas por la ranura.
     Me pareció de reojo que una aviesa sonrisa se dibujaba entonces sobre la cara del ciego. Pensé que sería ademán de agradecimiento. Sólo que… qué cojones ocurría allí …que ni las monedas, ni los billetes, venga a pulsar yo todos los botones y a toda leche… y la jodida máquina no me devolvía nada. Transcurrían los segundos, que eran siglos, tocaba yo aquí y allá… y que nada. Empezó el ciego, como los toros en la plaza, a remover impaciente los pies sobre las baldosas. Imploré con la mirada la ayuda de Soto… Pronto se percató él del verdadero intríngulis del asunto: “tío, esta máquina es sólo para tarjetas, joder”. Mastercard de Soto antes y máquina de tarjetas precisamente ahora, subrayado sobre subrayado… en otra situación hubiera dicho yo que degeneraba la cosa en vodevil, que el guionista en las alturas estaba de lo lindo patinando. ¡Mas era toda y nada más que la real realidad!  “¿Qué ocurre, qué pasa con mis billetes?”, bramó el ciego, sólo a un paso ya de mí.
      

    Pensé en dos segundos siete cosas a la vez: ostias, no sé si con los tres euros que me quedan tengo para pagarle al ciego los dos billetes más el mío, ni de coña, la he cagado, o sea, la he cagado pero bien, y si fuera todo esto un truco habitual del ciego para con el panoli de turno y con las prisas sacarse unas monedas, y si el ciego de un puñetazo me estampa contra la máquina de los billetes, por ver si de este antiguo modo le escupe ésta sus monedas,  y si salgo corriendo y paso de todo, y si me detiene la policía por aprovecharme de un pobre invidente, y si... Uff.
     Menos mal que estaba allí Soto. Me dijo: a ver, hombre,  búscate al tío de Metro, que estará por ahí, y que te abra la máquina, que saque las monedas y ya está, joder. Oh, gran Soto, me dije, se necesitan en el mundo personas como tú… Sólo que el muy rojo, en vez de quedarse allí con el ciego mientras hacía yo su mandado, acto seguido y sin encomendarse a Lenin, acaso pensando que era todo ya cosa de nada, sacó su billete de la máquina de al lado y enfiló hacia los tornos. ¡El hijo de la gran URSS!
     Allí que me vi, yo solo frente al gigantesco ciego. “¿Qué demonios ocurre?”, me chilló ya esta vez, tomándome a la vez del brazo y envolviéndome del todo entre su vinoso hálito... CONTINUARA

9 comentarios:

  1. ¡No están los tiempos para fiarse de nadie! Un abrazo

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  2. Me resulta imposible de creer que te habían timado. Eso no entra en mis cálculos, mi buen José Antonio.

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  3. jajaja! estoy por ver cómo sale usted de esta...

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  4. Gigantesco ciego! Miedo me da...
    ya nadie se puede fiar de nadie, tantas son las perrerías hechas.
    un abrazo.

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  5. Ja, ja, ja.. No dudo que será usted un buen lazarillo. ¡Mira que en la que le han metido esos cincuentones! Le han dejadop solito.espero la octva, ya. Saludos

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  6. Lo dicho, mala cosa es no acabar con un gintonic en al mano...

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  7. Me estoy riendo aún con estas crónicas de cincuentones, a las que les he echado un vistazo desde el principio para ponerme en situación.
    ¡Son divertidísimas!
    Un abrazo de una cincuentona, estimado segoviano.

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  8. Me recordaste el tufo a libro viejo de cuando leí el Lazarillo de Tormes. Tendré pesadillas con tu ciego, como sudé con el otro mientras leía y crecía o al revés.

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  9. Vaya con las confianzas, como para fiarse de cualquiera. Que buena crónica, y lo mejor el Santa Lucía de Miguel Ríos. Saludos cordiales.

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