Hace unos días volví a verlos, a los Enamorados que saqué en el Mío
blog, digo. ¿Los recuerdas (post 14-2-12)? Sí, aquella pareja de cuarentones
con niña, cogidos ambos por la cintura y besoteándose con alevosía y sin
premeditación en medio de la vía pública.
Esperaba yo, igual que aquel día, a mi hijo a la salida del Instituto,
cuando, por la misma acera que yo pisaba, los vi acercarse a lo lejos.
Demonios, ¿cómo les iría lo suyo? Habían pasado tres meses desde
entonces y en los tiempos que vivimos, para los pantanosos terrenos del Amor, más aún que para los de la Bolsa, es esa una distancia inabarcable
en la que es todo más que posible. Sólo por hacerles quedar mal a la mayoría de
los escritores y creadores triunfantes, que rinden complacido culto a la
seducción del Mal y de la Infidelidad, con todas mis fuerzas
deseé que perseverara en ellos si no la fuerza de ese Amor, al menos sí la del
cariño.
Deseaba por tanto observarlos con detenimiento sumo, escrutarles los
rostros y los cuerpos hasta llegarles al alma, adivinar sólo por la muestra
exterior su más profundo interior. Claro, debía disimular un poco la mirada,
para no resultar a ojos de mis Enamorados
lo que a todas luces parecía, un descarado fisgón. No me sentía sin embargo en
nada un sucio voyeur, al contrario, era entonces yo sólo el emocionado notario de una fenomenal
contienda que en el Mundo libraran a través de los humanos las brumosas fuerzas
del Amor y del Desamor universales, de cuyo resultado dependiera la propia
descomposición del sentido de la Vida y el establecimiento de un reinado de
confusión y de sombras errantes.
Me las apañé como pude, lector. Eran las primeras horas de una tarde
luminosa y los pájaros cotorreaban su jolgorio entre las acacias. Observé que
venían sin niña, caminando muy juntos y bien erguidos el uno al lado del otro,
un indicio ya. Claro que, tampoco era
esto prueba definitiva. Cuántas aparentes uniones encubren los témpanos
heladores de la conveniencia. Traía ella de nuevo, como la otra vez, -y a mí
esa continuidad me agradó- el pelo recogido en moño, que le dejaba muy airosa
la nuca al aire. Llevaba unos vaqueros azules ya gastados y una camiseta blanca
reluciente. Él iba también en vaqueros bajo una camiseta gris. No podía ver, de
frente como venían, sus brazos, qué extraño. Tuve entonces que bajar la vista,
pues llegaban ya a mi proximidad. Y cuando me daban la espalda y pude a placer
observarles… sin quererlo me tuve que sonreír.
Por todos los demonios… ¡es como si fuera la parejita de enamorados la
misma corporeización andante de mis mejores ilusiones, y que como maniquíes
míos desfilaran ahora delante de mí, su creador! Pues, ¿no llevaban acaso ambos
tras la espalda y sobre dónde esta pierde su nombre los cuatro brazos y las
cuatro manos entrecruzados, cada uno de los de él trabado con el opuesto de
ella, formando así una simbólica celosía del Amor, la trama inseparable que a
ellos fervientemente enlazaba?
Era una composición de los cuerpos muy romántica, pre-adolescente, y a
la vez un poco forzada y antinatural, que me hizo recelar por un instante de si
no estarían ellos –los amantes de Alcorcón, en lo sucesivo-
cachondeándose de mí, como si estuvieran al cabo de mis quimeras y se dijeran
embromados, mira, ahí anda el tarambanas este, vamos a posar para él, vamos a
darle carrete a la cometa que se trae, verás mañana lo que escribe en il suo
blog.
Claro que, esto era más extravagante y aún de más imposible probabilidad.
Bobadas, es el Amor, me convencí,
que todavía les conserva aéreos y soñadores, que les embadurna de toda la
inocencia y la plenitud aladas que le son propia. Y como si estuvieran
leyéndome entonces el pensamiento, los
amantes de Alcorcón, alejándose ya de espaldas a mí, sin soltarse un ápice
la enredadera de las manos sobre la trasera de sus cuerpos, se besaron como Di Caprio y Winslet en el barco aquel, solo
que aquí con suburbiales trazas fisonómicas. Y ya no sabía yo si estaba viendo
una película de serie B o qué, pues era el mismo día del catacrash de la Bankia esa,
y estos solo hacían que besarse, y en esa posturita además.
Esperemos que esta vez no se hunda en el mar frio....un abrazo.
ResponderEliminarQue no se hundan y que triunfe el AMOR jaja Un abrazo José Antonio....
ResponderEliminarEso, que no se hunda como Bankia. saludos
ResponderEliminarYo me quedo con la magia del amor, aunque todo acabe, siempre nos queda el recuerdo.
ResponderEliminarSaludos.
Siempre habrá un barco que se hunde y una mano dispuesta a salvarnos....
ResponderEliminarBesos