Arranca una música de cámara entre incitativa y melódica, envolvente y
reiterativa. Sobre el negro del fondo se imprime el crédito “La Cuenta Expansión
del Banco Sabadell presenta”, como si de una productora ante una obra artística
se tratara. Presenta “Relaciones”,
el título de la obra, y vemos luego sobreimpreso el nombre de los
protagonistas.
Estamos ante una escenografía minimalista, despojada en apariencia de
retórica y a la vez atiborrada de la misma: ese blanco y negro tan depurado que
exuda “qualité”, esa fina alfombra en contraste, los discretos y simétricos
muebles laterales para sostener idénticos utensilios y medidas del agua, sobre
todo ese frontal y larguísimo sillón, funcional y elegante a la vez, sin nada
en sus bajos fondos que ocultar, como
boca franca que nos convoca. En suma, ese distinguido espacio irreal sin
estridencias diseñado para la fascinación y para brindarse a la mirada admirada del
espectador.
Vemos llegar de espaldas, cada uno por un
lado, a los protagonistas, que se sitúan en los respectivos extremos del
sillón, patentizando entre ellos el hueco de un espacio abierto –ese espacio ya
no del todo privado- para que el espectador de alguna manera pueda acomodarse
en él.
Quién diría a la vista del cuadro que estamos ante el anuncio
publicitario de un banco. Salvo el logotipo de la firma, omnipresente en el
margen izquierdo de la pantalla, estamos en las antípodas de esa publicidad
gritona y trasnochada que a nadie persuade ya. La sofisticación y sutileza del
mecanismo es extrema: anótese que para nada se impone una descripción ventajosa
del producto –ni siquiera de la entidad- ofrecido. Se busca sobre todo inducir
e incidir en el inconsciente del receptor la catarata de “entrañables”
resonancias afectivas y morales –el prestigio “espiritual” diríamos- que los
protagonistas y lo que nos van a contar levantan en quienes les contemplan para,
en candado sensorial, asociarlo en ese inconsciente a la propia marca del banco
sin que en ningún momento lo parezca, sin que resulte deliberado. Una seducción
publicitaria que, no pareciéndolo, sea más eficaz que ninguna.
En la televisión el spot se
ajusta a su dirección canónica, pero en las “redes sociales” (a las que va sobre todo dirigido) se extiende
durante casi veinte minutos, en los que Víctor
y Ana rememoran en diálogo su común historia personal, su relación ideal,
como paradigma o espejo no declarado pero en el fondo propuesto de una similar relación idílica entre cliente y
banco. El refinamiento y la estilización de la propuesta se basan en una
esmerada realización, atenta a capturar para el espectador en encuadres “poéticos”
los rictus, los mohínes, las sonrisas y las miradas embelesadas y embriagadoras
de Ana B, bellísima en este blanco y
negro que parece en ella liturgia y envoltura ideal para realzar su guapura.
Víctor quiere aportar el sentido del humor para mejor acercarse así a nosotros.
Y lo que cuentan ambos, lo que en su diálogo se ensalza, son sobre todo
virtudes como la confianza mutua, la complicidad, la unión, la laboriosidad,
los mismos valores que, no casualmente, deberían presidir de forma ideal las
propias relaciones entre un banco “de
rostro humano” y su potencial cliente. Con todo, no dejan en la conversa de
escucharse cosas, que de no darse en ese satinado marco de lujo aséptico que
todo lo engulle y edulcora resultarían bien chocantes.
Dice así Víctor a propósito
del flechazo con el que todo entre ellos empezó: “recuerdo que ibas vestida
entera de blanco (¿casualidad con el blanco y negro? ¿parodia de Bogart con la Bergman en Casablanca?)… recuerdo que sólo pude fijarme en una parte de tu cuerpo… el culo” (¿hemos oído bien? caramba con
el corazón tendido al sol, ¿es creíble? ¿o es retórica para pasar como un tío
normal?, Ana le ríe la machista alusión, pues vale, reímos nosotros también) .
“A la gente le gusta ver cosas
amables en el escenario” apunta Víctor en otro momento: ¿alto, eso es
íntima convicción -en las antípodas entonces de su legendaria pose de cantante
protesta y airado- o es frase de guión
que conviene a lo que en el anuncio hacen y que al tiempo predique como
cualidad del Banco en la sombra? Lo sabrá él, Víctor Manuel.
“… A los doce/ trece años yo, que soy de pueblo, lo que pensaba era… yo
voy a cantar también, yo me voy a Madrid, me
voy a hacer rico, voy a volver con un haiga (coche de lujo de la época) al
pueblo y voy a poner una cafetería”: ¿en serio que a los doce años en su tiempo
pensaba él en tales términos, en hacerse rico y poner una cafetería, o es treta
de identificación con el receptor del anuncio y a la vez disfraz de su elitista
presente? Pues, se queda uno a cuadros en todo caso con esas mercantiles
revelaciones tan precoces.
“Finalmente lo importante en la
vida es la familia, los amigos, los viajes, las risas… y después de eso ya hay
pocas cosas que merezcan la pena”, asegura Víctor, y ante cuadro de valores
tan pequeñoburgueses y conformistas, en boca de tan heroico como infatigable
activista, va ganándole a uno más y más la estupefacción, y también la sospecha
de que están este par de truhanes a todos dorándonos la píldora, al Banco, a
los clientes, a los espectadores y al Sursum Corda, … los viajes, las risas,
vaya tela.
“Hay una canción que es la que nos explica mejor, son nuestros
principios… No seré nunca un juguete roto, no estaré arriba de cualquier modo, con lo que tengo me basto y sobro” (muy
bonito, sí, lo único que esa autolegitimación, esa loción de honestidad y
soberbia humildad que ellos mismos ahí mismo sobre las cabezas se derraman… ¿no
se da precisamente de cabezazos con la
publicitaria colaboración con un Banco? Es como si, habiendo sido pillado
con las manos en la masa, el Protopatrono de la Ceja protestara con golpes de
pecho: eh, que esto no es lo que parece, y ante esa esencial impostura, ante
ese cinismo sin fronteras, es ante el que ya uno ha de reprimir la náusea, la
existencial y la otra).
“Hombre, sí, cada uno tiene lo suyo, sí… ¡ay!” con ese escéptico
relativismo remata Ana B el
sabrosísimo intercambio habido. Se incorporan entonces, se acercan, se besan,
le coge él de la mano, salen al fin de escena nuestra paradigmática pareja de
novietes eternos. Llegó cada uno por su lado (a la manera que llega también uno
a un banco), vánse juntos: el diálogo les re-unió. Desde luego que tiene cada
uno lo suyo. ¡Viva el Banco de Sabadell,
claro! ¡Y viva Víctor Manuel!
Post/post: gracias a Alijodos, a Sinretorno, a Juan Carlos, a Juante, a Bucan, a Xad Mar, a Teo, a George Orwell, a Winnie0, a El Fugitivo, a Anónimo, a NVBallesteros, a Euclides, a Cesar, que desatendiendo un momento sus propios y excelentes blogs, bloguearon ayer y hoy conmigo, es decir, haciendo este también suyo, y haciendome, con sus oportunas reflexiones, notar su compañía y su afecto, GRACIAS.
Hola José Antonio; Excelente análisis del anuncio, pero si paso de telebasura, más paso de estos dos. de todas formas aunque lleven un guión escrito, no pueden disimular su falsead, al final el anuncio del banco demuestra falsedad.
ResponderEliminarY perdona, pero lo he pasado rápidamente, porque no les dedico ese mogollón de tiempo a estos falsarios.
Saludos cordiales José Antonio.
Si es que al final capitalistas o no todos se arriman a lo mismo:los billetes..por esto mismo muchos comunistas de antaño se pasaron a ser sociatas...Buen fin de semana...
ResponderEliminarPero ¿estos no eran "antimercados"? será cuando no afecta a su bolsillo como siempre, y luego se irán a la Puerta del Sol con los chuchoflautas como si lo viera, viva la coherencia de la siniestra caviar
ResponderEliminarYo me quedo simplemente con su faceta de cantantes y con su música (más con la de ANA)del resto....paso José Antonio Un besote y buen finde
ResponderEliminarTambién me quedo con su faceta de cantantes....
ResponderEliminarQue tengas un buen fin de semana
Besos