Y se entiende de sobra, además, más aún en estos tiempos postmodelnos,
que a un chavalote de diecisiete tacos “Lo
que queda del día” bien poco le diga. Me hubiera sucedido a mí otro tanto,
seguro. Ocurre con los libros, creo, por muy valiosos que sean, que dicen cosas
sólo apreciables a según qué edades o circunstancias del hombre –o de la mujer-
que los lee, y sin esa “comprensión” que el lector de su parte le pone al
libro -también porque sabe éste removerla hasta conseguirla- el libro, por
decirlo así, no existe.
Lo raro sería que una historia de amor tan íntima, sin desplantes, sin
melodrama, sin épica alguna, sin arrebatamientos y casi sólo insinuada como la que aquí nos ocupa,
entusiasmara a un adolescente, tan deseoso naturalmente a esa edad de muy tremebundas
Pasiones y Aventuras. Se ha de recorrer, creo, un amplio trayecto de vida para
paladear en su maravilla plena esta conmovedora historia de un amor negado, la
historia de una renuncia.
De esta manera, lógicamente pues, a las pocas páginas de Lo que queda del Día, la bruma de mi
tristeza paterno filial se había por completo disipado. ¡Qué inesperadamente
feliz me sentía viviendo y avanzando muy despacito entre esas páginas! Ya mío
figlio algún día las saborearía, y peor para él si no. ¡Ah, el que quería de veras
arrodillarse ante el nipón autor desconocido, el que se hallaba suspenso de
admiración y embebido en cada recoveco de la lectura era el muá! Que le dieran
por Buda a mío figlio ahora, ya él
regresaría.
Maravillosa tanto en lo que cuenta (el relato a lo largo de los años
de ese inmenso amor no revelado –ni el mismo que lo sufre osa a solas al menos
una vez ni en su fuero íntimo reconocérselo-, entre un perfecto mayordomo,
sentimentalmente hibernado, lastrado por su devoción al trabajo y a su Señor, y
el ama de llaves, más sanguínea y vital, más abierta al huracán de la Vida,
enamorada también, pero incapaz de traspasar la máscara de granito en que el
otro se ha convertido), como en la manera en que se cuenta: destreza suma del Autor en el dominio de la sugerencia y
la distancia, de los registros de lo sutil y lo indirecto, de lo delicado, en la adopción de un único punto de vista –la visión del
mayordomo- que dota al relato de una cerrada coherencia narrativa, en la
composición de las escenas y de los personajes, como soplados por una
profundidad y una humanidad envidiables...
Post/post: gracias a Elena, a Metamorfosis, a Inmaculada Moreno Hernández, a Ruiz, por además de sostener sus excelentes blogs, hallar tiempo y gentileza dentro de sí para dejar sus pertinentes y lúcidas reflexiones en el mío, que es también suyo, y enriquecerlo así con su generosidad, GRACIAS.