Consuelo, la hermana valiente
de Gregorio Ordóñez, aquel Titán al
que mataron mientras comía. Precisamente llevar sobre sí ese nombre común que
en ella se hace propio. Dar consuelo, decimos, procurar un alivio en la pena
que a uno le consume. Consuelo ella, que le mataron al hermano que se jugaba el
tipo por todos. El nombre, la palabra,
me llevaron a Lo que queda del día,
la extraordinaria novela de Kazuo
Ishiguro.
Hay allí un pasaje estremecedor –no en el sentido sensacionalista del
término, sino en el de ser capaz de remover en el lector instancias muy hondas
de lo humano- en el que, al coincidir la agonía de su padre –sirviente también
en la mansión- con el desempeño de la más crucial ocasión de su vida profesional
y de la de su Señor, a las que ha consagrado él su existencia, vemos al mayordomo Stevens sacudido de dolor –siempre
hacia sus adentros, nunca exteriorizándolo- entre esos radicalmente encontrados
sentimientos. El mayordomo Stevens opta por su “profesión” y no está presente en el
momento que su padre fallece, aunque sabemos los lectores –maestría del
escritor nipón- el dolor que a la vez no
deja de atravesarle.
Cuando miss Kenton, el ama de
llaves, más vulnerable a la intemperie de los sentimientos que el mayordomo,
-no conozco una historia de amor, a la vez no declarado ni realizado pero
inmenso en su verdad, superior a la que entre ella y Stevens
en las páginas de la novela vive- , que sí ha asistido a ese fallecimiento,
acude conmocionada a comunicarle la reciente muerte de su Padre, el Autor, dentro del
consumado dominio de los registros de lo indirecto –más complejos y por lo
mismo más duraderos que los ya trillados por lo obvio- con maestría simplemente
pone en sus labios estas palabras:
“Lo siento mucho, mister Stevens.
Quisiera poder decirle algo que le sirviera de consuelo”.
Con esa medida confesión de la propia impotencia de las palabras para
poder traslucir en ellas cuánto de verdad por dentro uno siente, a la vez por
alusión revela esto mismo de una manera excepcional. “No es necesario, miss Kenton”, es la helada respuesta que Stevens le devuelve. “Estoy seguro de que a él le gustaría que
siguiera con mi trabajo”.
Cómo me gustaría, lector, haber poseído esa maestría de Ishiguro, y aquel lejano día -tan cercano- en que
unos etarras mataron a Gregorio,
haberle hecho llegar una nota anónima a su hermana con esa idéntica leyenda:
“Quisiera poder decirle algo que aliviara su pena”. Y también para hoy, a la
vuelta de su memorable “Ni olvido ni
perdono” a Lasarte, escribirle
aquí, en la humilde covacha de este blog, eso mismo a Consuelo Ordóñez: “Estoy seguro de que a Gregorio le gustaría que siguieras con tu trabajo”.
Post/post: gracias a Eleonora The Light, a María Barrio Corral, a Fernando, a Juan Risueño, a CSPeinado por dejarme su brillante comentario, por bloggear a mi lado ayer, GRACIAS. Y mañana, lectores mios, TACHÁN, TACHÁN... ¡RELATO! (o algo así).
Extraordinaria reflexión que comparto plenamente. Estoy de acuerdo contigo en que las palabras de consuelo, cuando uno las busca, apenas encuentra alguna que siempre se queda escasa.
ResponderEliminarDe lo que queda del día, también me quedé con esa imperturbabilidad de Stevens, (Hopkins, magistral), y la profesionalidad en el seguir con su responsabilidad, su trabajo, cumpliendo, de seguro, el deseo de su finado padre.
No creo que nadie tenga palabras de consuelo para el dolor de Consuelo Ordoñez, nadie las ha inventado, porque el dolor duele igual, con o sin palabras.
Saludos
José Antonio, perdona, pero es que, en este post, no puedo decir nada más ni nada menos. Ni siquiera poner una guinda, el colofón final. Lo has dicho todo.
ResponderEliminarPero, por otro lado, hacía mucho tiempo que no entraba en tu bitácora y me ha fascinado la entrada de Rosa Benito. Estoy viviendo en Malta y gracias a Dios aquí no llegan los tentáculos de Telecinco y Sálvame, pero me hubiera gustado ver eso.
Una cosa, más que zorro, jorge Javier es zorra. La única puntualización, si me permites.
Un saludo
Ni olvido ni perdono, esa es la réplica que a los etarras daría un estado decente y no uno acomplejado cómo el que tenemos. Las víctimas lo merecen todo, los asesinos nada y en éste país siempre es mejor el vaso medio vacío al medio lleno.
ResponderEliminarUn saludazo.
Imposible superar el modo con que has recordado a ese maravilloso ser humano que asesinaron cuando almorzaba. Desde aquí envío un abrazo a su hermana y una de las mujeres fuera de serie del PP, que le acompañaba en ese trágico momento y que ha sido abandonada por los "políticos" de esa derecha cada vez más lejos delos principios que debemos respetar.
ResponderEliminar-Ya ves qué amarga es a veces la vida.Resulta que el PSE acusa ahora a Consuelo Ordoñez de montar un circo mediático.Así,en esta disposición,el dolor nunca se adormecerá.Solo la rabia aumenta. ¿Se podrá poner fín algún dia a tanta frustración?.¿A tanto desvario que pueda ser reconducido?¿O es que la desesperanza vá a ser eterna?.
ResponderEliminar- Yo también creo que la excelsa película superó a la buena novela.Y que en el alarde interpretativo que produjo en los personajes de Anthony Hopkins y Emma Thompson se deslizaron expresiones y secuencias que llegan al fondo de la tristeza.Y de la incapacidad sentimental.Y del caldo de cultivo social y educativo que lleva a comportarse a los seres humanos como autenticos amputados emocionales.
La escena final de la despedida en el tranvia me dejó absolutamente "groggy".
-JOSE,¿has visto a tu adorada ANA ORAMAS en LA NOCHE EN 24 HORAS de ayer?. Chico,he de confesarte que me tiene superado.Mira,no hay más: O ES UNA INGENUA increible o es que de verdad está enamorada de ZAPATERO.Espera con ansiedad que LA HISTORIA le ponga algún dia en el OLIMPO que merece.
- ¿Cambiará algún dia,de verdad,este Pais?,¿Podremos?.
un abrazo.