Lo que queda del día, la novela de Ishiguro, me trajo… hasta il mío
figlio. Ya sabrás, lector, a estas harturas del blog, que soy el padre yo de un
indolente mozallón… japonesófilo. Cuenta el rapaz diecisiete tacos recientes y
vive para estar tumbado (tumbao, sería más apropiado
decir) leyendo mangas, aparte de para terminarme este año Primero de
Bachillerato y de restregarme por los morros un 8 final en el english del British
Institute tras el que casi se me saltan las lágrimas. Digo casi, porque en
indirecto homenaje al mayordomo Stevens,
me abstuve. Sólo salió de su tumbado
cuando el Desastre de Fukushima, y
tanto me conmovió esa estirada entonces, y el alarde insólito de ese noble
corazón, que incluso aquí lo conté (ver post mío del 16-3-2011).
El sumatorio de la afición por el tumbao de los mangas, más la
súbita conmiseración fukushima, más los
ojitos de alguna amiga suya aficionada también al aura del país del Sol
naciente, hicieron del mío figlio un
enardecido japonesófilo. Se puso dos tardes por semana a estudiar japonés con
un profe. Le gusta, dice. Al menos entonces no está tumbao-con-los-mangas.
Bueno, pues a cuenta de aquel alarde fukushimo, cuya onda tanto me animó
a mí también, me acordé de la maravillosa película de James Ivory, con Anthony
Hopkins y Emma Thomson en los estelares papeles. Quise en su momento leer
la novela, pero, no me digas lector ahora cómo, se me pasó. Recordé, claro, que
la había escrito un japonés y que alguien me había hablado muy bien de ella. Me
dije, ¡zape!, ocasión que ni pintada en un manga para que el Padre, a la vez que “canaliza” el ocio de su vástago por altos y
artísticos senderos, gánase la cercanía sentimental del hijo. Ya sabes, esa
dependencia idiota de los padres modernos en sentirnos queridos por los hijos.
Me dije luego, a ver cómo crisantemos encuentro yo ahora esa novela
descatalogada. Me interné en el Intenné, buceé en el Liberlibros creo que se
llama y… ¡Banzai! … allí que estaba Lo que queda del día, que era entonces
para mí muchísimo y valiosísimo. De segunda mano, vale, pero a un precio
irrisorio y a sólo unos quilómetros de casa. ¡El Destino Sintoísta me hacía la
reverencia! ¡Ganaría la querencia de mi hijo, más el dulce nirvana que debe
seguir a la misma!
Me costó encontrarla, pues estaba en un callejón más que apartado, pero
al fin me planté en la deliciosa tienducha de libros viejos. ¿Se me habría
adelantado algún Padre necesitado también de filiales quereres? ¿No se
produciría ahora al pedir allí Lo que
queda del día uno de tantos errores del Intenné? ¿Se notaría quizás la tan
poco oriental ansiedad que a mí en esos momentos se me desbordaba por el pecho,
y me exigiría entonces la avispada dueña un millón de yenes por el librajo de
marras? Procuré como pude disimular los temblores y le dije, “¿por casualidad tendrías, guapa, Lo que queda del día”? Entonces...
Post/post: entonces continuará mañana, lector, que por lo que resta del día ya abusé yo bastante de tu atención. Gracias a Shikilla, a JOSÉ -gracias por leer desde Malta! post atrasados míos y por decírmelo-, a CSPeinado, a Fernando, a CHARO y ROY -no, no vi a la Oramas,cachis-, a Yolanda Valenzuela, por gastar algún Tiempo de sus vidas en este blog, que es tambien suyo, por bloggear ayer a mi lado. GRACIAS
Las librerias de viejo son restos a desaparecer, lamentablemente. Eso sí, en las que quedan (Cuesta de Moyano, San Ginés, ábaco y otras de aquí, Madrid) se pueden encontrar si se sabe rebuscar auténticas joyitas y algunas a muy buen precio. Que me lo digan a mí, je, je.
ResponderEliminarPor cierto, esta dirección está muy bien: http://www.iberlibro.com/
Salu2
Estoy impaciente.¿Qué le contestó la guapa al bloguero?.
ResponderEliminarMe estoy riendo,ahora mismo,porque
se me ocurre una contestación graciosa,Jose,pero....no son horas.
-Por supuesto,queremos que nos quieran.Y los hijos,más aún.
Abrazo Josehiguro.