La carta que
alumbró la criaturita es que es, lector, del todo ya
desarmante. Juzga tú mismo si no lo es. Merece glosa en su estricta integridad, desde luego:
“Queridos Justin, Gavin, Jarred, y Oluseyi. Soy Elijah Porter. Tengo
diez años y vivo en Terranova, Canadá. (es soberbia la mesura de esa presentación,
esa demorada cita expresa de cada uno de esos nombres de pila y del propio, la medida
exacta de esos datos esenciales, piénsese en ello, porque muchos escritores
cotizadísimos ni en sueños tendrían ese acierto) Cuando me enteré de lo que
sucedió el 11 de agosto, estuve mal (vuelve a maravillarnos la extraña
contención y a la vez la extraordinaria elipsis con que el niño refiere los
hechos básicos: la expresa cita de ese día 11, la cadena de resonancias que ese
11 despierta, esos “lo que sucedió” y “estuve mal”, de una concisión tan
controlada como sobrecogedora). “Las reglas no estaban en lo cierto, pero al
menos me di cuenta de lo buenos que eráis” (que como frase de
transición, como trampolín, es espléndida para la apoteosis que ahora viene). “Nosotros
somos canadienses. Perseveramos. Mejoramos la vida de los demás. El frío no nos
impide vivir en el norte. No perdimos la guerra. Nos adaptamos y sobrevivimos.
Nos hemos ganado nuestra propia libertad”. (uff, literalmente nos eriza
la piel ese encadenado de vibrantes aserciones autoafirmativas, ojo, referido a
toda una nación, impropias de un niño, como si por su lápiz hablara el
compendio de los mayores Hombres de la humanidad, Jefferson, Lincoln, Kennedy,
Roosvelt, sí, pero también Shakespeare, Camús y Aristóteles resuenan en cóctel
único aquí. Qué decir de la insólita precisión quirúrgica para expresamente
referirse a la guerra –la 2ª GM, se entiende- en el momento de esta banal
derrota deportiva, trascendentalizada así al máximo por ese genio. Claro que
falta aún lo mejor, la traca final que nos deja ya… por los suelos, como los
atletas cuando entonces, sí). “Algún día, si me convierto en un biólogo,
si me hago rico, y si me acuerdo, voy a donar dinero para los deportistas
olímpicos de verano y los de invierno. Espero que os guste la medalla”. (cómo
no rendirse ante ese niño avizorando el futuro con tan enorme responsabilidad, con ese prodigioso crescendo de
condicionales, envuelta esa radiante abnegación
incluso en la ironía superior del “si me acuerdo”, que incluye la altruista
donación genérica futura, en el contexto de la crisis presente para más inri,
y que estalla “simbólicamente” en esa medalla que ahora mismo el niño entrega a
los Titanes derrotados, de la que sólo espera que “os guste”).
Jooder, exclamé al leer la carta. A este niño habría que nombrarle ya
mismo Primer Ministro del Canadá,
qué digo del Canadá, de la ONU. Resulta tan inverosímil y sospechosa la historieta. ¿Por qué tiene tanto eco, por qué funciona? Ahí
tenemos en todo su esplendor la extraordinaria inversión de las mentalidades en
que esta confusa época con placer se agita. Hombretones gimotendo por una chapa y
pequeñuelos razonando como egregios filósofos.Detrás de tantos tiarrones lloriqueando, la época revela la secreta
pretensión del ciudadano (¿?) postmoderno, que reclama a la vez la ventaja de
todos los edades (la inocencia, la travesura, el sentimentalismo y la alegre
despreocupación de los infantes, el “sentirte niño” el “sed malos” que a modo de viático nos
imparten como imperativo los famosos hoy, para que más así les amemos) pero
ninguno de sus inconvenientes (las obligaciones, la responsabilidad, cierta autocontención, la madurez
que exige la vida adulta).
Pero también se descubre aquí la paulatina disolución de cualquier
criterio objetivo de referencia (la edad, los valores, el deber, la exigencia
moral, el sentido común, el propio sentido de las cosas) que defina un status
estable y nítido de derechos y de obligaciones. Si viene a ser un niño milagroso
el que marca la pauta del obrar a unos tiarrones, y si los media recogen con
fruición el Hecho, y si además, como asegura el propio cronista, la propia Opinión Pública mundial se halla
conmocionada, es decir, casi como los mismos atletas la tarde de autos, es que
anda esta sociedad sin brújula cierta a la que aferrarse. A no ser que fueran
todos los críos como este canadiense de marras y de un golpe nos mandaran a los
adultos al más absoluto ostracismo, para tomar luego ellos las riendas del
mundo.
Y dejo como penúltima providencia, lector, mi conspiranoica sospecha de
que este tipo de extravagantes noticias, que asolan desde hace un tiempo los
medios de comunicación una detrás de otra sin que apenas nos demos cuenta de
ello, apuntan a la existencia de toda una floreciente industria de “noticias
falsas” en algún lugar fabricadas para “colocarlas” a las agencias y medios
informativos, cuya indagación y alcance dejo a gentes con más medios y posibles
que los que dispone este pomposo bloguero. Nos engañan como a niños, eso sí.
Post/post:gracias a Winnie0, a Anónimo, a Hiperion, a MAMUMA, a Fran, por completar el blog, por bloggear conmigo ayer, GRACIAS.
Enhorabuena por tanta lucidez.
ResponderEliminarSaludos blogueros
Con niños así la humanidad continuará su brillante transcurrir en el futuro .
ResponderEliminarlos niños y los beodos dicen las verdades saludos J A
ResponderEliminarSIN PALABRAS....ENHORABUENA!!!
ResponderEliminarDEberian nombrarle presidente de eeuu saludos
ResponderEliminarDEberian nombrarle presidente de eeuu saludos
ResponderEliminarPrecioso.
ResponderEliminarPerdonen mi ignorancia olímpica, pero de dónde, cuándo y de quién llegó esta carta? Acabo de llegar de un blog (Cuba Testigos) y me doy a golpe de jarro con este valioso blog. Si que la autora de aquel sabe elegir sus blogs....Saludos José Antonio.
ResponderEliminarGracias por esta publicación tan buena. Sabés cuánto le falta al hombre para igualarse a este niño.
ResponderEliminarGracias a que estoy recuperando los blog a los que sigo, puedo comentarte. Cariños.
Me apunto a la teoría de la conspiración.
ResponderEliminarAún así, si fuera verdad...yo veo a ese niño sentado ante el papel , con el bolígrafo en la mano y veo a su madre, detrás de él, como Hada Azul, traduciendo las ideas del niño en frases sencillas, creando un puente entre los deseos del hijo y la realidad, asintiendo, sonriendo, señalando con el dedo el lugar exacto en el que dibujar el texto, proyectando una sombra protectora sobre el papel....