Interpretamos lo que leemos durante las horas diurnas, al hilo del
tumulto y de las prisas propias del día, según el criterio que nos dicta la recta Razón, la instancia propia de las Luces como tantas veces se ha
dicho. Esas lecturas mañaneras aparecen cribadas, por así decirlo, por las
severas instancias fiscalizadoras de un criterio que se atiene sobre todo a los
cánones del frío raciocinio. ¿No hablamos acaso de “un sol de Justicia”,
asociando así la extrema claridad con la más impersonal ecuanimidad? Nos entran
los textos diurnos entonces por la
aduana de un frío tribunal que sólo se atuviera a abstractas consideraciones. Emitimos
sobre ellos un distanciado veredicto.
Sin embargo, sobreviene la hora del atardecer, la hora bruja –cuántas
veces se habrá dicho-, y notamos un poco como nuestras irrevocables
afirmaciones diurnas empiezan ya a flaquear. Qué decir con el caer de la Noche, y con el extenderse junto a
ella el dominio de los misteriosos sortilegios que su diferente latido pone en
oleaje dentro de… ¿nuestras entendederas?, mejor sería decir de nuestras
sensibleras, de no estar este vocablo tan peyorativamente cargado. Y cómo
referirse entonces ya a cuánto nos sobreviene por dentro al compás de las muy enigmáticas
Noches de verano, tachonadas por
miles de estrellas en lo alto, que gravitan y nos hacen gravitar a la vez al
antojo mágico de millones de constelaciones que en las noches de estío con su
chisporroteante arcano nos arrastran. Tiene sin duda la Noche, otro tempo, otra
cadencia, otra trama.
Ah, bienaventurados los textos que pasaron el áspero fielato diurno y fueron reservados a la instancia segunda y
definitiva de la Noche. Porque entonces,
cuanto leemos en la Noche sosegada nos penetra a través de los cauces desbordados
del sentimiento y de lo volitivo, por encima del ventanuco de la gélida y
escueta reflexión. Frótase el Poeta las manos, pues son ahora las palabras, más que grises medios,
fines en sí mismos, más que vocablos, frutas que mordisquear, flores que
aspirar, cachorrillos que acariciar, brisa balsámica; es sobre todo que las
palabras bajo el influjo secreto de la Noche estival se hacen música
embriagadora y por lo mismo cobran vida más intensa y más se adentran en los
confines del alma que de verdad estremecen al lector para allí por mucho más tiempo
quedarse a vivir. Los textos nocturnos de alguna forma nos poseen.
No lo digo yo, pomposo bloguero al cabo, lector, lo dice el grandioso San Juan de la Cruz: “Oh, Noche, amable
más que la alborada, oh, noche que juntaste Amado con Amada, Amada en el Amado
transformada”.
Post/post: gracias a Anónimo, a Purificación Fernández Guijosa, a Bucan y a Bego, y a manolo tolosana, que es seguidor ya de este blog, precioso aliciente todos ellos para seguir escribiendo, por bloggear ayer a mi lado, GRACIAS.
GRandes y magníficos versos los de San Juan de la Cruz (y excelente tu prosa José Antonio) Salgo en dos horas de vuelta a los madriles...¡qué pereza! jaja Besos
ResponderEliminarla fotografia me recuerda a Texas uno ha visto muchas maravillosas peliculas gracias jose por tu prosa
ResponderEliminarEs que la noche siempre es aliada del alma y abre puerta a esas letras que la luz del sol no llega a entender
ResponderEliminarCuando usted se pone de esta guisa cala
Un placer volver por estos lares
Como siempre es un placer nadar entre tus letras
ResponderEliminarQue tengas un buen inicio de semana