No me había animado a contarlo hasta
ahora, como si fuera necesario antes diluir un poco en el Tiempo tanta vergüenza. Eran los finales de junio. Teníamos Javier y yo que afrontar el último y
trascendental partido de esta temporada. Nos jugábamos el vital puesto número
107 –empezamos por el 220 tres años ha- en el ránking de nuestro suburbial club
padelero. Era para nosotros, pues, como la final misma de nuestra particular
Olimpiada.
Nos enfrentábamos a una pareja que sólo conocíamos de oídas: Samuel, el Tapón, que como su apodo
sugiere es un pequeño y regordete pero muy fajador padelero, de sólido juego
aunque recién vuelto a las canchas tras una lesión; y Johnny, el Largo, un zurdo, alto y silencioso como un pistolero, de
juego suicida, capaz por tanto de lo mejor y también de lo peor con la pala en
la mano. Veníamos Javier y yo de una
racha buena de juego. Estábamos por eso mismo confiados en nuestros poderes
padeleros.
Fue difícil ya el acordar la hora del partido. Ningún horario les convenía
y el plazo se acababa. Al final cerramos jugarlo un domingo a las ocho de la
tarde, fuera de nuestro hábito. Allí estaban ya, cuando llegamos a la pista, el Tapón dale que te pego al
calentamiento, y el Largo recostado
en la alambrada, enjaretándonos adusto tras unas gafas de sol cuyas lunetas nos
devolvían cabezona la imagen. Yo creo que hasta mordisqueaba un purito contra la
esquina de los labios para intimidarnos más.
Naturalmente toda esta parafernalia suburbial para nada impresionaba a Javier, mi compi, que hasta se sonreía
por lo bajini como diciéndome, “¿has visto, Jose, qué par de manguis están
hechos estos dos?”. Pero a uno, que es un poco impresionable, este tipo
de recursos escénicos de baja estofa le carcomen el ánimo lo indecible y noté entonces
como si me creciera en el pecho una bola que me oprimiera ya el respirar.
Me había colocado yo una camiseta roja, roja como una sandía pepona. Nos
pusimos un rato a calentar. Era ya esa hora crítica en que cae el sol en
oblicuo sobre la pista y por unos instantes te ciega la trayectoria de la pelota,
bien es cierto que al cambiar de campo ese obstáculo lo es para todos igual. No
sé, tuve muy pésimas vibraciones desde los primeros compases... CONTINUARÁ
Post/post: gracias a MAMUMA, a Kayla, a Winnie0, a CLAVE, a Shikilla, a Juante, a Zorrete Robert, a NVBallesteros, a Norma por redondear con sus reflexiones el post, por bloggear ayer a m lado, GRACIAS.
¡¡¡ ME QUEDO EN ASCUAS !!!
ResponderEliminarJA JA entre El tapon, el Largo y los manguis me ha parecido una panda de gangsters...Besitos
ResponderEliminarvayacraks saludos Antonio
ResponderEliminar