En el principio en ella fue ya el nombre, que pareciera que una
divinidad furiosamente nominalista (el nombre es ya el alma de la cosa) y
guasona dirigiera la marcha de los asuntos en este mundo descarriado. Olvido le pusieron, como
predestinándole así al descuido y al extravío en sus afanes y trabajos, acaso
en los manuales también. Hormigos,
su apellido, que designa también un dulce postre compuesto de almendras tan
tostadas y machacadas en miel (ah, la luna de esa miel), que al pasarlas por un colador no parecen sino
eso, un hormiguero, similar imagen a la del mismo corazón de las tinieblas
femenino, predisponiéndonos ya sólo ese apellido a un inquietante hormigueo de
los sentidos. Y en Los Yébenes
(etimológicamente monte en árabe) tuvo que ser, como si el de Venus asomara ya
por ahí su anfibologíco genérico.
Entonces, con todas esa constelación de nominaciones precedentes encima, quizás
poco margen le restara ya al azar digital para estallar.
Sostienen los platónicos que existe un reino superior de Formas e Ideas abstractas y universales
donde estas se preservan puras y eternas, y de las que las subsiguientes copias
terrenales son solo sombras y sucesivas degradaciones de aquellas. Y tentados
estamos en, a propósito del affaire de la bravía concejala yebení, darles la
razón. Pues, en uno de los más excelsos poemas amorosos y espirituales de la
Historia de la Literatura, en toda su inspiración y belleza está de alguna
forma ya prefigurada la demasiado humana peripecia de Olvido Hormigos.
Hablamos, claro, de La Noche
oscura del alma de San Juan de la Cruz. Ojalá sirviera el olvido de Olvido
para que miles de personas recalaran en la extrema maravilla de este poema:
…
En la noche dichosa,
en secreto, que nadie me veía
ni yo miraba cosa,
sin otra luz y guía
sino la que en el corazón ardía.
…
El aire de la almena,
cuando yo sus cabellos esparcía,
con su mano serena
en mi cuello hería,
y todos mis sentidos suspendía.
Quedéme y olvidéme,
el rostro recliné sobre el Amado;
cesó todo, y dejéme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.
Todo cesó, se suspendió todo, dejando
mi cuidado entre las azucenas de los yébenes olvidado, dulce Olvido, sí.
Post/post: gracias a Manuel Rocha y a Juan Fernández por seguirme, a Mateo, a Mónica, a Winnie0, a Cesar, a Norma, a NVBallesteros, por redondear con sus reflexiones el post, por bloggear ayer a mi lado, alicientes todos para seguir dándole a la escrituta, GRACIAS.
(Y MAÑANA... "Impotencia del blog", que yo no me la perdería, claro)
(Y MAÑANA... "Impotencia del blog", que yo no me la perdería, claro)
Un poema absolutamente maravillosos José Antonio. Besos y buen martes..."olvidemos" lo que se lo mereza
ResponderEliminarPrecioso poema, al incluirlo en la noticia sobre Olvido, la historia de la concejala pierde su parte cutre y pasa a ser algo bello.
ResponderEliminarSan Juan sí; pero ella no, mucho me temo que no sea consciente de su terrible olvido. Como Salomé con San Juan.
ResponderEliminarGran post, amigo. Impacientes nos tienes.
Qué culpa tiene la señora de llamarse así. Impacientes esperamos a que llegue mañana. Saludos
ResponderEliminar¿ A quién se le ocurre darle a una concejala un teléfono de última generación?, si luego no lo entienden.
ResponderEliminarUna manera muy bella de comentar el desliz de Olvido
ResponderEliminarMe gustaría llevar ese nombre...El poema extraordinario...Besos
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