Esa luz prodigiosa que bullía en ellos, que
bulle. Los ojos de Alfredo Landa,
que han reflejado, que han apresado, que han salvaguardado ellos solos, quizás
como ningunos otros, muchos años de España,
y más allá, muchos años de la existencia misma de cualquier hombre.
Primero fueron los ojos novicios, desorbitados, encabritados, vivaces y
concupiscientes, rebosantes de Deseo, es decir, de vida, de sus primeras
películas. Turbión de deseo en la mirada que Landa embridaba –ahí ya su valor de actor- con un poso último como
de pánico escénico ante lo desconocido, como si de alguna forma atisbaran
también esos ojos el eterno y amenazador misterio del cuerpo femenino una vez
que por ese mismo deseo resulta éste desatado. Era también la mirada de un país
hasta entonces atrasado, que rompía así las tablas de su encierro, que empezaba
a mirar alrededor y que, por mor del turismo y de la apertura, comenzaba a
desarrollarse y a expandirse con ganas. Los ojos de Landa entonces, el Eros.
Y fueron a la postre –junto a otras excelsas creaciones-, como a la
vuelta de un largo viaje a través de la Vida y el Deseo, los ojos detenidos,
desolados, velados de amargura, atravesados de una casi palpable decepción,
gélidos y algo yertos de Alfredo Landa
en El crack. Como si con esa
tristeza traslucieran además los mismos el aciago descubrimiento de que tras
tanto ropaje de relucientes promesas, la Vida, el Deseo, la única verdad que
encubren tras de sí es la del vacío y el fracaso. Los ojos de Landa ahí, el Tánatos. Sólo que era
capaz él, incluso en esa devastación de la mirada sin ilusión, de atesorar un
último vislumbre, una penúltima chispa de esperanza con minúscula, la que sí
podía prender en la honestidad de su persona. Eran también los ojos del
desencanto de un país, que de golpe hubiera comprendido que las doradísimas
utopías son un fatal acné, propio sólo de adolescentes.
Y como en ningunos otros, en los ojos de Alfredo Landa, bajo el consumado dominio de su Arte, toda esa novela de la vida –ese viaje
que tanto promete y que tan poco a la postre ofrece- pudo leerse. Viva Alfredo Landa.
LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS
(Resumen de la obra en post del 27-1-2013 y 1-2-2013)
154 pgs, formato de 210x150 mm,
cubiertas a color brillo, con solapas. Precio del libro: 15 Euros. Gastos de envío por correo certificado incluidos en
España. Los interesados en adquirirlo escribidme por favor a josemp1961@yahoo.es
“No soy nada, no quiero ser nada, pero conmigo van todas las ilusiones
del mundo” (Pessoa)
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarActor infinito, este Alfredo Landa. Y totalmente desaprovechado para el cine serio en el país de la astracanada. Este país es puro desencanto, a cada paso, a cada suspiro buñueliano. Aunque también lo es la vida, como bien apuntas, pero tiene sus responsables.
ResponderEliminarGrande, tu homenaje.
Un saludo
Es cierto que creo un estilo, era como ver al vecino del barrio, en su vida cotidiana, con su falta de atractivo físico, que le pasan cosas que a ti te pueden pasar o al vecino.
ResponderEliminarCon el tiempo vimos que detrás había un gran actor que interpretaba con normalidad o exageraba según que personajes..saludos.
Precioso homenaje por tu parte a un grande del cine. Bellas y sensibles palabras. Gracias
ResponderEliminarMe dió mucha tristeza la pérdida de este actor, saludos, buen dia.
ResponderEliminarA todos nos caía bien. No era alto, n o era guapo, no era rico. No nos podía hacer sombra! No nos podía dar motivo de envidia.
ResponderEliminarPorque era tan tajante en sus ideas como Bardem con las suyas.
Y de vez en cuando arañaba seno! Un héroe Landa.
Siempre le recordaré con una sonrisa.
ResponderEliminarBonito homenaje.
Me ha hecho gracia encontrar este blog. Para mí, durante muchos años en mi infancia, Alfredo Landa era el señor en bañador o calzoncillos que salía en ciertas películas. Hasta que un día fuí al cine a ver "El Crack". Y los ojos de Alfredo Landa aparecían como faros, profundos, con una fuerza increíble mostrando lo gran actor que era. Unos ojos preciosos, envolventes, con unas cacho pestañas y una sensibilidad... Así es que, voy a aprovechar y decir que me perdone Paul Newman, pero prefiero la mirada de Alfredo.
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