“Estás muy guapa”, les dicen a las Celebrities, o a las aspirantes a serlo en los
programas de la Telebasura. La belleza como teologal virtud suprema hoy. “¡Fea!”, le chillan a una guapa juez los toscos mamporreros
sindicales, como insulto sumo. Guapura y fealdad, valores cenitales del ahora.
¿Y en el Antro?
Hum, esa pareja de bellísimos especímenes, hombre y mujer, que sin
conocerse de nada, en medio de grupos distintos, a distancia mutuamente ya se
admiran. Mira más él, aupado sobre la
sonrisa lumínica que una buena estatura y unas facciones bien delimitadas
regalan. Pero ella, un bombón glasé bellísimo, con toda una cascada de pelo
sobre los hombros desnudos, de hito en hito también le devuelve la mirada,
sosteniéndosela un instante, prolongándola con el medido atisbo de una
sonrisa, ese plácido coqueteo visual en
el que, más allá de los respectivos círculos en que se hallan, por un momento
ambos se balancean juntos. Esa deslumbrante guapura que abole allí las
distancias sociales que entre ellos pudieran darse. Es también ese sutil rito
la tácita contraseña de la mutua superioridad que los dos se pasan, el secreto
–nada secreto- de lo que ambos así en sí reconocen y comparten, prototipos
perfectos y triunfadores en medio de la tribu de los cuerpos vulgares, la
moneda decisiva que ellos atesoran, su belleza. Se mueven, incluso sin conocerse,
como peces en el agua, claro; es de verse esa sinfónica armonía de movimientos –risas, roces, guiños,
baile, manos, cuellos, labios, como otras tantas notas de una misma melodía
cautivadora- que despliegan en la gigante pecera del Antro. Con qué fácil
naturalidad transcurre todo para ellos allí, ese su majestuoso ritual de
admiración y aproximación, su roneo de hermosos animales, reyes radiantes en
esa Creación, haya o no luego acoplamiento, qué edén a su medida el Antro, qué
horizonte tan mirífico ante ellos se abre.
Vemos también a la otra pareja, los
menos físicamente agraciados, un poco contrahechos, algo feúchos, sí. Ah, no
aciertan a mirarse cómo y cuándo deben hacerlo para que resulte natural su
aproximación, no dominan esas claves, no acordan como debieran los gestos del
cuerpo, no se sonríen, no se tocan, ni se rozan, tienen los brazos contra el
pecho, tropiezan, parecen maniatados en
su mediocre torpeza, en la gris timidez con que bucean allí, patosillos, como
unos extraviados peces abisales. Intentan con el habla llenar su impericia,
pero se trabucan, no fluyen entre ellos fáciles las palabras, se atoran: el
estrépito de la música, el contraste con los otros, no es su hábitat. Qué
cuesta arriba se les hace todo allí, qué rabia allí su escasa destreza, qué mal
acabados sus rostros. Ha derramado él parte de una copa sobre el vestido de ella sin
pretenderlo, para más aún incrementar el mutuo sonrojo. Se producen pausas y
vacíos entre ellos, no se encuadran con los ojos, miran mucho hacia todos
lados, como a punto de salir huyendo el uno del otro.
Y sin embargo, lo verdaderamente emocionante es descubrir, por encima de
su desastre ritual, lo verdadero, lo único verdadero en todo el Antro que está allí con trabajo
entre ellos dos, sólo entre los dos, naciendo: la hermosísima flor del amor. El estar ellos, muy lentamente
y contra todo, el uno del otro enamorándose.
LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS
(Resumen y análisis de la obra en estos enlaces)
154 pgs, formato de 210x150 mm,
cubiertas a color brillo, con solapas. Precio del libro: 15 Euros. Gastos de envío por correo certificado incluidos en
España. Los interesados en adquirirlo escribidme por favor a josemp1961@yahoo.es
“No soy nada, no quiero ser nada, pero conmigo van todas las ilusiones
del mundo” (Pessoa)
Como todos los finales felices entre hombre y mujer...ficción.
ResponderEliminarQue pena. Ni la pobreza da salud ni la fealdad felicidad. Por lo menos, no necesariamente.
Creo que esos dos feos son sólo dos naúfragos en un mar de moda y belleza y que nada más ven el otro ese tronco a la deriva a que abrazarse.