Las tan estúpidas como premeditadas “provocaciones”, ese surtido de
bobas y continuadas obscenidades que la tal Miley Circus, en la cima del éxito planetario ella, despacha a los “media” y a las redes “sociales”, y que estos con íntima fruición urbi et orbe le
repiquetean, son sólo otro ejemplo clamoroso más de lo que este bloguero de la
nada ha dado en llamar –con nula acogida, está claro- el Reinado de la Mugre, como fórmula que mejor defina el espíritu –la
negación del mismo más bien- de estos tiempos malhadados.
El Reinado de la Mugre consiste
sobre todo en la autosatisfecha celebración global del mal gusto, en el masivo
regodeo en los más bajos instintos de la clientela, es decir, en la planetaria
eucaristía de los sucedáneos propios, apenas a un paso de los originales, del
porno, del satanismo y de la abyección moral, mucho más fáciles al parecer de
colocar estos “productos” entre las orgullosísimas masas de las Sociedades de la Telebasura. Si Lenin
definía el comunismo como electricidad más soviets, definiré yo la Mugre como burricie más molicie, qué pasa.
Así, que si Miley Cyrus se
nos muestra un día medio en cueros y desmadrada, o morreándose a lo bruto con
otra tía, o fumado porros “colocada” en plena gala, sacándonos la lengua en las
poses no se sabe si más lúbricas que horripilantes, o pidiéndose pista con escandalosas
declaraciones (“soy una zorra y eso me gusta”, “me ofrezco como mentora sexual
de Justin Bieber”), en fin, revolcándose encantada en los lodos de una estética
videoclipera paraviolenta, psicotrópica y feísimamente escabrosa.
Ella misma reconoce luego que es todo
calculadísima estrategia comercial. ¡Eso es lo que ahora triunfa! La seducción
del Mal, sí, pero sin estilización alguna, seducción del Mal fatal, ahora. Y
molesta mucho más en ella si cabe -y a la vez es una de las mejores pruebas de cargo de la regresión cultural denunciada- por proceder de dónde procede. Todo lo que en
la adolescente Hannah Montana resultaba
ingenioso, irónico, inteligente, adorable, creativo, lleno de gracia, de forma
funesta –en penosa regresión, en inversa metamorfosis la bella mariposa ha
devenido horrible capullo- se ha trocado
en la modernísima Miley Cyrus:
vulgarota a más no poder, previsible, soez, gansa y ordinaria hasta decir
basta.
En tu magnífico comentario, José Antonio, sólo hecho de menos una palabra: estereotipo. Porque encima está chica, que no carece de talento aunque se empeñe en ocultarlo, no es en absoluto original.
ResponderEliminarGracias, Eugenio. Muy cierto lo que me apuntas.
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