Ahora que de su periódico lo han
apartado me acordé. En aquel entonces ni siquiera bloguero yo era. Bueno,
éramos entonces jóvenes e indocumentados también nosotros, está ya más que dicho. Nos
habían mandado en la Facul una entrevista de personalidad y en Ellos
dos desde el primer momento pensamos. Manos a la obra que nos pusimos: llamadas
telefónicas a los respectivos diarios, EL
PAÍS y DIARIO 16 entonces, oh,
Tiempos. Sucesiva escalera de telefonistas, cancerberos, extensiones, secciones,
disuasores, secretarias, la ronda de unos días al teléfono en pos del Señor
Director… Verá, es que somos estudiantes de periodismo y quisiéramos entrevistar
al Señor Director, por favor, y que tal y tal pascual, por favor.
Y ya de entrada la más que notoria diferencia: encontrar a Mr Cebrián resultaba una pura quimera
de nuestra imaginación peliculera. Mr
Cebrián nunca estaba. Mr Cebrián
hallábase siempre de viaje, de creer, claro, a la inflexible secretaria
–también lo era el tono mecánico y sin aristas, casi metálico, de su voz- a la
que al cabo de burdas tretas conseguimos acceder. Como perfectos indocumentados
que éramos, no por ello nos arredramos: en las inmediaciones de EL PAÍS que nos plantamos muy temprano
una mañana, por si al asalto y de coña pillábamos a Mr Cebrián. Nada de nada, claro, aunque sí nos sirvió el madrugón
para comprobar que el Diario Independiente de la mañana parecía por fuera
entonces la factoría de una multinacional farmacéutica, tal eran el empaque y
la factura de aquellas naves tan asépticas como superfuncionales, con gentes de
seguridad que por fuera las protegían. Rogamos a aquellos centuriones,
accedimos sólo a la hermética recepción, hicieron desde allí una llamada: …nada,
que Mr Cebrián andaba de más viajes.
(Sí, en viaje… de negocios, añadimos nosotros, maliciosos, por lo bajini).
Desistimos ya.
Y como en una película de buenos y malos, nos fue del todo diferente
nuestra muy modesta historia real con Pedro
J. Una amable secretaria –lo era también su voz- a la segunda llamada nos
dio cita con el Señor Director. Allá que con nuestros tabardos y nuestra greñas
–oh, oh Tiempos- a su encuentro arribamos.
Sí, el Diario 16, su redacción,
tenía todas las hechuras -el ambiente frenético y ruidoso, las nubes azuladas
de la nicotina flotantes, el olor acre a tinta que desde algún lugar llegaba-
de los periódicos clásicos que salían en las películas de Hollywood de los años 50, esa iconografía trepidante de información
y denuncia que vista allí –era sólo una primera impresión- resultaba ya arrebatadora.
Aún estábamos respirando toda aquella tópica pero muy real fascinación
cuando tras una puerta y dos zancadas se nos apareció Pedro J. Vestía ya entonces esas camisas de escándalo y sus míticos
tirantes, verdes primavera aquel día. Sentaos, venga. Y, como si en vez de
frente a unos parvulitos anónimos, a una entrevista en el prime time de la Milá de entonces se enfrentara, el
mismo elocuente despliegue de razonamientos, de citas, de historias, de gestos
abrió ante nosotros. Le preguntábamos cosas sobre su persona y se las apañaba
él para contarnos su teoría de los periódicos como “perros guardianes de la democracia”, que se la había a él
transmitido Ben Bradlee, el del Washington Post, como si en realidad
nos dijera que lo importante, so pardillos,
no es el quién, sino el qué, aunque su propia brillantez y los tirantes tan
verdes primavera le desmentían a la vez. Ya digo, contestaba Pedro J a cada una de nuestras
preguntas con idéntica amplitud y seriedad a la que pondría de hallarse ante Oprah Winfrey para la CNN. Y toda esa dedicación del Señor
Director hacia nosotros, que éramos la nada perdida, en mitad del remolino
informativo de la mañana, en aquellos años de continuos sobresaltos en los
teletipos, por muy azarosa que pudiese ser, por fuerza revelaba una generosa humanidad muy
de agradecer. Compareció al fin la secretaria que al teléfono nos había citado
para con inagotable amabilidad rescatar a Pedro
J de la barbaridad de tiempo que nos había concedido. Nos estrechó fuerte
la mano él antes de desaparecer, antes de volver de nuevo al puesto de mando de
su velero bergantín.
Obligada conclusión maniquea también de esta modesta historia: bueno, el
50% de nuestro trabajo para la
Facultad nos quedó de lujo. Y con el tiempo y las posteriores trayectorias de
ambos Dos, creo hoy que tuvo nuestra modesta peripecia con Ellos valor de
adivinación y simbólica enjundia, y me
parece que objetivamente puede sostenerse que, con sus aciertos y sus errores,
en el filo de la navaja que supone siempre confrontar y flirtear con y desde el
Poder, con todo eso a cuestas, Pedro J ha sido y es un periodista monumental (y Cebrián,
un bancario fenomenal).
LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS
(Resumen y análisis de la obra en estos enlaces)
154 pgs, formato de 210x150 mm,
cubiertas a color brillo, con solapas. Precio del libro: 15 Euros. Gastos de envío por correo certificado incluidos en
España. Los interesados en adquirirlo escribidme por favor a josemp1961@yahoo.es
“No soy nada, no quiero ser nada, pero conmigo van todas las ilusiones
del mundo” (Pessoa)
He de estar de acuerdo contigo; es un periodista inmenso. Aunque, lo mismo que me ocurre con Cebrián, posee un algo en su sonrisa que me intranquiliza. Lo mismo debió ocurrirle a Rajoy..
ResponderEliminarP.D. No me hagas mucho caso, pero un día observé como desde un BALCÓN y pasando por su sonrisa le iba resbalando una especie de karma que se perdía en la acera yendo a parar a las alcantarillas. Creo que era parte de su cacareada imparcialidad.
-desde luego a estas alturas de la peli, Cesar, ya no creemos en Superhombres Puros, ni en imparcialidades totales, el periodista más que imparcial ha de ser honesto y en esto como en todo buscamos solo al menos malo.
ResponderEliminarsaludos