Tuvo la bondad Euclides de
escribirme al blog:
“… tu libro es una pasada, está bien
escrito, bien trabajado, te ríes un montón con él y vale la pena. Por si te
sirve de algo mi ejemplar debe de andar ahora siendo leído y seguramente
traducido en China, pues allá que se
fue de la mano de una sobrina que allí trabaja. ¿Se puede llegar más lejos?
Saludos y un fuerte abrazo.”
Hum, gracias, amigo Euclides,
ya lo creo que de mucho me sirven tus líneas. Gracias de verdad por tus
palabras. Cuánto celebro, de corazón, que mi libro te haya gustado. Me acordé
al momento… de mi tuiteo con Leguina,
acaso por lo reciente del mismo. No, mi libro no conocerá una 3ª edición en
sólo diez días, ni con el tiempo, ni con la suerte, eso es fijo. Como fijo es
también que de fracasati no saldrá
uno, y qué se le va a hacer. Ahora que, detalles como éste, el que hace posible
y aquí me deja escrito el buen Euclides,
el escueto hecho de que un ejemplar de mi pobre libro ande ya dando tumbos por
las milenarias tierras de la China,
que hasta los lindes de la misma Conchinchina y a las riberas del Río Amarillo pueda en volandas mi bobo asomarse, dios mío, me llena de
una ensoñación y de una gratitud de esas que no existe moneda que las pueda
comprar.
No sé, como a un niño chico con los Magos de Oriente, del Extremo
Oriente now, al leerlo cerré los ojos y se me acumularon de golpe entre la
cabeza un sinfín de, aún consabidas, muy fantásticas imágenes… inmensos arrozales,
interminables murallas, vastísimas manchurias, infinitas llanuras del mismo
color del flan mandarín, el sueño eterno
de aquella ruta asedada por Marco Polo,
niñas de caolín y de jade, la exquisita y milenaria ceremoniosidad oriental,
ese último emperador niño con su gigantesco globo amarillo como un sol a
cuestas que Bertolucci nos legara… hum,
el fruto de mi desvelos, mis pobres ínfulas entre todas esas maravillas
entremezclándose y dorándose. ¡Es que, como en una hermosa profecía que se
autocumple, en uno de sus pasajes para mí más emotivos, en mi libro sale una
pobre chica china, música peculiar ella, que en el Metro se compadece y ayuda a
mi bobo. Ah, qué más todo lo demás
–el desánimo, el desaliento, el continuo chasco que al bloguero sin nombre
acogota- en ese momento nos daba. Con cosas así de pequeñas, pero a la vez tan
grandes, casi que nos conformamos los de mi Orden. Gracias, amigo.
El camino en la vida está compuesto de pequeñas cosas y hay que saborearlas cuando se cruzan en nuestrocaminar.Saludos
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