Pocas imágenes tan absolutamente desoladoras como esta de la niña Asunta en el banco del parque: la alegoría
del desamparo. Es cierto, todo cuanto hemos sabido después “satura” de trágicas resonancias la visión de
la imagen, pero antes incluso, a poco que se observe, contenía ésta ya algo de
premonitorio emblema del más puro desvalimiento. La niña tan viva y tan guapa, tan
sola; la luna llena de ese rostro a medias aún de hacer, la expresión
contenida, la alegría y el recato indecisos en su cara, la adulta postura, esa
madurez que en ella se apunta, las piernas y los brazos cruzados delante del
cuerpo, las manos que ocultan el tobillo y el arranque de la pierna desnudos, como
un débil escudo de defensa y de pudor ante el fotógrafo, ante nosotros mismos
que la miramos, el insólito sentarse a un extremo del banco, sin ocupar el
centro, esa velada confesión de suma humildad y de tantas ausencias reconocidas
en esa oquedad, todo cuanto a Asunta le
faltaba gritando en el vacío escandaloso del banco, su radical soledad.
Erguida, despierta, alerta, sola, la niña Asunta, con un pie firme sobre la tierra y el otro en el aire
volando, como su misma vida, su seriedad de caolín, con algo de oriental Caperucita en medio del bosque, como si
la fronda y los lobos avanzaran ya hacia ella, como una ardillita algo alarmada
ya también ante acechantes crujidos a su alrededor, como si una fiera noche de cazadores se cerniera ya
vagamente sobre ella en esta foto, poco antes de ser asesinada quizás por los
mismos que un día le ofrecieron una mejor vida.
Asunta, la niña a quien trajeron desde los confines del Extremo
Oriente, la niña precoz y brillante, a quien todo se le daba bien y que a todos
maravillaba con su viva inteligencia. Asunta,
que escribía también un blog, hermanita mía y de todos los blogueros del mundo
entonces en este vicio, -cómo no
temblar un poco al teclearlo- sobre el que intuitivamente vertió el sueño
anticipatorio de su propio asesinato, de tanto dolor y de tanto terror que en
su crudísima carne ya adivinaba. La niña Asunta,
sola, varada en el extremo del ajado banco de madera de un parque gris. Ese
banco de listones maltrechos, despintados, a trozos devastados, con germen de féretro
ya en sí, de la misma madera sin lustre quizás del barco que de su país un día
la trajo. El epítome de la inocencia rota ella también, una amapola única, tronchada por el Horror, Asunta.
LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS
(Resumen y análisis de la obra en estos enlaces)
154 pgs, formato de 210x150 mm,
cubiertas a color brillo, con solapas. Precio del libro: 15 Euros. Gastos de envío por correo certificado incluidos en
España. Los interesados en adquirirlo escribidme por favor a josemp1961@yahoo.es
“No soy nada, no quiero ser nada, pero conmigo van todas las ilusiones
del mundo” (Pessoa)
Cuánto dolor me produce esta historia.
ResponderEliminarUn beso hoy triste ( o dos).
Mucha sensibilidad en tu relato de un tema extremadamente doloroso ..
ResponderEliminarYo lo segui un poco desde aqui. Y en qué quedo todo?