Murió la Duquesa de Alba.
Mucho nos encantó su penúltima figura, su elevado ejemplo
en la etapa postrera de su vida, por contraste sobre todo con el Reinado de la Mugre que nos cerca, y mucho
nos encandiló el cómo, a medida que se le marchitaban y averiaban el rostro y
el cuerpo, más resplandecía y reverberaba en ella el noble sentimiento amoroso,
que en público para sí, y de este modo para todos, radiante reivindicaba, casi
ejemplo vivo ella del quevediano “amor
constante más allá de la muerte”. Como Quevedo
pudo ella muy bien decir:
Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco día… serán ceniza, más tendrán sentido, polvo
serán, más polvo enamorado.
Este bloguero plebeyo y sin Nombre quiere hoy a su modo despedir a una
de las musas que ha inspirado su pobre bitácora y así recordarla viva y
enamorada en los dos textos que sobre ella escribió –y que según San Blogger, el Romance es el más visto de todos los
que sobre los muros de esta covacha lleva puestos-. Nobleza bloguera obliga,
pues. Ahí van. Descanse en amor, Duquesa.
Rosa
en el fango, luz en la tiniebla, ave entre los hediondos reptiles, mientras las
bobas Celebrities bajo el Reinado de la Mugre adoptan y expanden la
desalmada jerga telebasurienta, (caca-pedo-culo-follar-peineta-mierda-puta)
persevera, encomiable en su alto y noble ejemplo la Duquesa de
Alba, tan a contracorriente de estos tiempos sarnosos, como si a la
perfección intuyera ella que la verdadera aristocracia del espíritu, más que en
la posesión de títulos, reside en un buen hacer y decir que a todos haga
aspirar a lo elevado y no, como es hoy moneda común, a hozar sobre el instinto
bajuno.
¿O no es acaso emocionante escucharle y leerle a la del Alba,
a pesar de su mucha edad, a pesar de sus duros achaques, vindicar
con palabras sencillas, las que mejor entendemos todos, la excelencia del puro
sentimiento amoroso? Ha dicho la del Alba en una revista
del cuore, a propósito del verdadero idilio que a ella con su
-funcionario de origen- joven Alfonso envuelve,
que… “estos años han sido una maravilla”. ¿Se puede resumir mejor
ese interregno de la plena e intensa felicidad mutua vivida en pareja? ¿Acaso
no reverbera en esa escueta afirmación una modesta victoria de los duraderos
frutos de lo espiritual sobre los pasajeros réditos que lo carnal ofrece?
Ha dicho doña Cayetana más: “Alfonso
es un hombre con el que no te aburres nunca. Siempre tiene salida para todo.
Parece tranquilo, pero… sólo lo parece”. Divertido, inteligente,
apasionado… ¿no nos parece, tras estas en apariencia modestas palabras, quizás
en las postrimerías de su vida, la del Alba una chiquilla
radiante, sobre una nube de ilusión catapultada, llena por tanto de vida,
deseosa de contarle al mundo entero los dones incontables que en su amado
destacan sobremanera? ¿Qué otra Celebritie sería capaz de producirse ahora así?
No hay lugar a dudas: así sólo puede hablar una persona enamorada. Y
eso sí que es hoy revolucionario.
Atienda
el universo mundo
abra
los ojos la Humanidad
ríndase
a la lección de Amor
puro
y desprendido sin igual
que
la más alta noble española
al
orbe infinito acaba de propinar
y
que si la emoción no le traiciona
pasa
ya a encomiar este juglar.
Pues
si una foránea regidora
de
los Paises Bajos nacional
consintió
en las almenas de Olite
la
muy prosaica y salaz
-oh,
Tiempos estos de la Mugre-
en
ser empitonada por detrás,
quiso
ahora la Duquesa de Alba,
sensible
y conmovedor el ademán,
-contra
los cánones de este mundo
descarriado
en pos de lo material-
legar
poético y amoroso gesto
en
la más platónica dignidad.
Como
si contra el furor del instinto
tan
celebrado en la actualidad
tan
mil veces aireado en las pantallas
quisiera
ella desde el alma protestar
y
frente al rudo apremio del cuerpo
el vínculo
espiritual afirmar,
el
que entrelaza los corazones
el
que en mieles los funde de verdad
el
alto impulso que mueve las estrellas
el
dulce yugo que los trovadores cantan sin cesar.
No
cabe pasión más limpia
ni
se puede componenda adivinar
si
en los confines mismos de la vida
cuando
no hay fuegos ya que sofocar
grito
de amazona enamorada,
a
los vientos puesto su enajenar,
rebelde
contra Todo y contra Todos
es
capaz una mujer de enarbolar.
Y
prueba de que de Amor se trata
más
allá de los abismos de la edad
estriba
en el humilde funcionariado,
la
social condición de su galán;
cuando
viérase que aristócratas
y
demás gente del principal
-más
en Era tan agiotista,
tan
dada al cálculo del metal-
públicas
y señaladas nupcias,
duquesa
revolucionaria bien real,
con
grises y anónimos ganapanes
ardiera
en anhelos de celebrar.
Que
sólo el más hondo Amor procura
el
milagro propio de su obrar
y
así una señora de ochenta y tantos
con
achaques, con tembleques, encorvá
bajo
el misterio de ese manto sublime
échase
de pronto con duende a bailar
sevillanas,
habanera, rumbas
y
lo que se tercie con el pueblo festejar.
Y
con qué mimo y alba ternura
a
un palmo la embarcaba su galán
que
si fulminara un rayo a la Duquesa
presto
estaba allí don Alfonso, su jayán,
para
acogerla entre los suyos brazos
y
salvaguardarla ya de todo mal,
cuidado
tan primoroso y atento
sólo
mirlo enamorado sabe prodigar.
Porque
sólo ciego Amor transfigura,
eleva
a las personas a la plena majestad,
por
eso el sabio pueblo sevillano
como
si sobre anciana fuera divinidad
a
la de Alba a voces proclama guapa
corrigiendo
a la miope realidad.
Y
si Goya otra Alba más maja pintó
vestida
y desvestida en el diván,
con
trascendente sentido de Quevedo,
no
en quevedo burlón y mordaz,
este
juglar con torpes pinceles
quiso
así a esta Alba dibujar,
ochentona,
regadera, lo que quieras,
en
amores subyugada inmortal,
dijérase
ella hoy tan sólo
una
chavalilla enamorá.
No está nada más la poesía para la Duquesa Roja.
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