viernes, 21 de noviembre de 2014

Adiós, Duquesa de Alba, adiós

  


    Murió la Duquesa de Alba. Mucho nos encantó su penúltima figura, su elevado ejemplo en la etapa postrera de su vida, por contraste sobre todo con el Reinado de la Mugre que nos cerca, y mucho nos encandiló el cómo, a medida que se le marchitaban y averiaban el rostro y el cuerpo, más resplandecía y reverberaba en ella el noble sentimiento amoroso, que en público para sí, y de este modo para todos, radiante reivindicaba, casi ejemplo vivo ella del quevediano “amor constante más allá de la muerte”. Como Quevedo pudo ella muy bien decir:
   Cerrar podrá mis ojos la postrera sombra que me llevare el blanco día… serán ceniza, más tendrán sentido, polvo serán, más polvo enamorado.
      
   Este bloguero plebeyo y sin Nombre quiere hoy a su modo despedir a una de las musas que ha inspirado su pobre bitácora y así recordarla viva y enamorada en los dos textos que sobre ella escribió –y que según San Blogger, el Romance es el más visto de todos los que sobre los muros de esta covacha lleva puestos-. Nobleza bloguera obliga, pues. Ahí van. Descanse en amor, Duquesa.


   Rosa en el fango, luz en la tiniebla, ave entre los hediondos reptiles, mientras las bobas Celebrities bajo el Reinado de la Mugre adoptan y expanden la desalmada jerga telebasurienta, (caca-pedo-culo-follar-peineta-mierda-puta) persevera, encomiable en su alto y noble ejemplo la Duquesa de Alba, tan a contracorriente de estos tiempos sarnosos, como si a la perfección intuyera ella que la verdadera aristocracia del espíritu, más que en la posesión de títulos, reside en un buen hacer y decir que a todos haga aspirar a lo elevado y no, como es hoy moneda común, a hozar sobre el instinto bajuno.   
     
   ¿O no es acaso emocionante escucharle y leerle a la del Alba, a pesar de su mucha edad, a pesar de sus duros achaques,  vindicar con palabras sencillas, las que mejor entendemos todos, la excelencia del puro sentimiento amoroso? Ha dicho la del Alba en una revista del cuore, a propósito del verdadero idilio que a ella  con su -funcionario de origen- joven Alfonso envuelve, que… “estos años han sido una maravilla”. ¿Se puede resumir mejor ese interregno de la plena e intensa felicidad mutua vivida en pareja? ¿Acaso no reverbera en esa escueta afirmación una modesta victoria de los duraderos frutos de lo espiritual sobre los pasajeros réditos que lo carnal ofrece?
     
   Ha dicho doña Cayetana más: “Alfonso es un hombre con el que no te aburres nunca. Siempre tiene salida para todo. Parece tranquilo, pero… sólo lo parece”. Divertido, inteligente, apasionado… ¿no nos parece, tras estas en apariencia modestas palabras, quizás en las postrimerías de su vida, la del Alba una chiquilla radiante, sobre una nube de ilusión catapultada, llena por tanto de vida, deseosa de contarle al mundo entero los dones incontables que en su amado destacan sobremanera? ¿Qué otra Celebritie sería capaz de producirse ahora así? No hay lugar a dudas: así sólo puede hablar una persona enamorada. Y eso sí que es hoy revolucionario.


Atienda el universo mundo
abra los ojos la Humanidad
ríndase a la lección de Amor
puro y desprendido sin igual
que la más alta noble española
al orbe infinito acaba de propinar
y que si la emoción no le traiciona
pasa ya a encomiar este juglar.

Pues si una foránea regidora
de los Paises Bajos nacional
consintió en las almenas de Olite
la muy prosaica y salaz
-oh, Tiempos estos de la Mugre-
en ser empitonada por detrás,
quiso ahora la Duquesa de Alba,
sensible y conmovedor el ademán,
-contra los cánones de este mundo
descarriado en pos de lo material-
legar poético y amoroso gesto
en la más platónica dignidad.

Como si contra el furor del instinto
tan celebrado en la actualidad
tan mil veces aireado en las pantallas
quisiera ella desde el alma protestar
y frente al rudo apremio del cuerpo
el  vínculo espiritual afirmar,
el que entrelaza los corazones
el que en mieles los funde de verdad
el alto impulso que mueve las estrellas
el dulce yugo que los trovadores cantan sin cesar.

No cabe pasión más limpia
ni se puede componenda adivinar
si en los confines mismos de la vida
cuando no hay fuegos ya que sofocar
grito de amazona enamorada,
a los vientos puesto su enajenar,
rebelde contra Todo y contra Todos
es capaz una mujer de enarbolar.

Y prueba de que de Amor se trata
más allá de los abismos de la edad
estriba en el humilde funcionariado,
la social condición de su galán;
cuando viérase que aristócratas
y demás gente del principal
-más en Era tan agiotista,
tan dada al cálculo del metal-
públicas y señaladas nupcias,
duquesa revolucionaria bien real,
con grises y anónimos ganapanes
ardiera en anhelos de celebrar.

Que sólo el más hondo Amor procura
el milagro propio de su obrar
y así una señora de ochenta y tantos
con achaques, con tembleques, encorvá
bajo el misterio de ese manto sublime
échase de pronto con duende a bailar
sevillanas, habanera, rumbas
y lo que se tercie con el pueblo festejar.

Y con qué mimo y alba ternura
a un palmo la embarcaba su galán
que si fulminara un rayo a la Duquesa
presto estaba allí don Alfonso, su jayán,
para acogerla entre los suyos brazos
y salvaguardarla ya de todo mal,
cuidado tan primoroso y atento
sólo mirlo enamorado sabe prodigar.

Porque sólo ciego Amor transfigura,
eleva a las personas a la plena majestad,
por eso el sabio pueblo sevillano
como si sobre anciana fuera divinidad
a la de Alba a voces proclama guapa
corrigiendo a la miope realidad.

Y si Goya otra Alba más maja pintó
vestida y desvestida en el diván,
con trascendente sentido de Quevedo,
no en quevedo burlón y mordaz,
este juglar con torpes pinceles
quiso así a esta Alba dibujar,
ochentona, regadera, lo que quieras,
en amores subyugada inmortal,
dijérase ella hoy tan sólo
una chavalilla enamorá.




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