El espeluznante contraste entre tantísima y milmillonaria corrupción (tan extendida en el tiempo
además), en el contexto de escalofriantes datos oficiales de pobreza y exclusión (tasa de paro 30%, tasa juvenil de
paro 50%, gran número de familias sin ingreso alguno y de niños mal nutridos…
conviviendo con las Gloriosas Mariscadas de las Castas Sindicales) y la casi nula protesta social en Andalucía es más escandaloso aún que la continua reiteración de los episodios de
mangancia, que para más inri suelen consistir en el saqueo de miles de millones
de euros para los más necesitados destinados. Pues objetivamente sucede que apenas (salvo
las escasas marchetas propagandísticas de
atrezzo de Gordillo&Cañamero) existen ni marea alguna ni Indignación una en Andalucía.
Ese clamorosa distancia entre una previsible desesperación colectiva y
la mínima protesta social existente evidencia así un clamoroso mentís a la
sobada teoría izquierdista de las condiciones
objetivas de los conflictos sociales,
más que nunca demostradas en este caso como plenamente subjetivas: el cotarro del resentimiento y la desigualdad lo
remueven y azuzan muy concretas personas, de muy concretas organizaciones, y
cuando a sus intereses partidistas conviene.
Diríase entonces que los ladridos del “cabreo social”, como el célebre perrito de Pavlov, están condicionados por los azucarillos que, cuando
interesa, les ponen delante sus amos domadores. Puede así insólitamente llevar
el mismo partido de forma ininterrumpida casi cuarenta años apalancado en el
Poder, sin el menor viso de alternancia. Con la boca grande la Presidenta dice que a los corrutos les crujan y con la chica
blinda a los consejeros señalados por las investigaciones policiales y
judiciales, y aquí pasa nada. De ser ella representante de la Derecha española se vería forzada a
vivir en la clandestinidad.
En fin, el cúmulo de estos hirientes contrastes hubiera hecho más aún
palidecer a los pálidos hispanistas que a finales del XIX y principios del XX
arribaban pasmados a las mágicas tierras de María Santísima. Acaso un nuevo Gerald Brenan escribiría hoy un nuevo Laberinto andaluz, al fin del cual,
consternado, hubiera podido musitar… ¡Vivan las Mariscadas!
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