martes, 30 de junio de 2015

Malaventuras de bécquer en la Red

    


     El sábado pasado tuiteé:
     -Ese pobre niño que ha muerto de difteria en Olot… ¡si llega a morir en la Sanidad madrileña antes de las elecciones, la que monta la Recasta!
      
   Al minuto, un tuitero borroka –que me sigue y a quien sigo, porque mi divisa es devolver el follow, es decir, reconocer capacidad interlocutora al Otro, ya que por mí se interesa, cualesquiera sean sus ideas- emboscado en una cuenta sin nombre, que ya en otra ocasión me lo había hecho y se lo había dejado yo pasar entonces, por su cuenta y riesgo, quizás escocido, me etiquetó por ese tuit como  #elMiserable del Día. Al minuto siguiente cayeron sobre mí,  acaso prolongada en ellos la escocedura, siete u ocho tuiteros de los de su cuerda repicándome el sambenito y añadiendo yaque una sarta de graves insultos hacia mi persona: h d p, mierda, miserable… en fin. Otro me colocaba ya en no se qué banquillo.
     
   Mira que a diario pueden leerse atrocidades en el Twitter, muy especialmente por cuenta de gente tan noble y humanista como ellos. Uso la crítica, sí, la ironía y el sarcasmo, jamás el insulto, nunca la amenaza. Lo saben de sobra, pero van a bloque. Inútil, el tratar de razonar con ellos. Como si además no viéramos la realidad: tuits de Ada Colau y demás cuando la enfermera del Ébola, tuits y manifestación mientras Cristina Cifuentes era intervenida de urgencia, algarada por el sacrificio de Ex –calibur… en fin, para qué seguir, si hay casos y mareas para dar y tomar, si ellos mismos han reconocido que el agitar las calles y las redes es la secular especialidad de la casa. Como dice la ahora portavoz del Ayuntamiento de Madrid, ellos son activistas y están orgullosos de ello.
       
   Es decir, los tuiteros borrokas en absoluto buscan dialogar contigo. Te señalan en público, ponen el cartel infamante con tu nombre para que todo su mundo te coloque, se arrojan personalmente sobre ti, mil veces te insultan. Quieren intimidarte, claro. Conozco personas que ya no tuitean, agobiados por ese marcaje coaccionador. Además se siguen entre ellos a miles, mientras los no izquierdistas a menudo nos ignoramos. Los graves insultos me hicieron recordar mi avatar, el Bécquer tras el que tuve que resguardarme un poco tras recibir amenazas de muerte en dos ocasiones –no sabes en realidad con quién estás hablando-, simplemente, ahí está mi twitter, por manifestar mis opiniones políticas.
    
   Me insultan. Insultan también al escritor que soy. Lo más descorazonador del caso es que casi son ellos los únicos que “a su manera” reconocen mi trabajo. Vaya ful.

    


  
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4 comentarios:

  1. Tienes razón. Cuando esta jauría, auténtico Santo Oficio de nuestros días, te señala y te acosa está, a su vez, con el vomito de su odio, laureando tu valía, tu cordura e inteligencia. Es triste, pero así es la vida. Reconocer la propia integridad, honestidad y valentía es más que suficiente recompensa frente a la conjura de los necios.

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  2. gracias, Alejandro, buen amigo, por tus palabras, estoy de acuerdo contigo: gracias de nuevo por solicitarme mi libro, que es el oxígeno que alimenta este blog. Un abrazo

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