Con el cine, con la generalización del primer plano a toda pantalla,
viene a ser la calidad de los
microgestos faciales la verdadera moneda que descubre la valía de un actor:
cómo con sólo un movimiento mínimo de los ojos, de la boca, de las cejas o la
lengua, expresar mejor el total desvalimiento, el arrobado idilio o la más
completa angustia, en fin, el complejo universo de los sentimientos. Los
actores modernos, si te fijas, ya raramente “actúan” con todo el cuerpo,
concentrando su pericia y su arte en esos simples atisbos sobre el rostro.
Pues bien, si lo observas, la generalización y la yuxtaposición de
teléfonos móviles y redes sociales también han hecho de todos nosotros eso,
grandes actores de los microgestos. Lo ves en las paradas del autobús, en la
cola de la panadería, en medio de la gestión en un banco o en el médico,
durante un atasco, en el mismo paseo o trabajo: mientras el resto del cuerpo
desempeña otra función, en los rostros de las personas estallan, según el guión
o la pauta que marquen el Facebook, o el
Twitter, o el Whatsap del día (con avidez de arúspices consultados, como si
en ellos viéramos la señal de nuestro
Ser y de nuestro Destino) esos primorosos asomos de ira, de esperanza, de
ilusión o de hastío, en fin, conatos de sonrisas o de lágrimas. Las redes y los smartphones han hecho de
todos nosotros consumadísimos actores, sí. Algo es algo.
LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS
A Armando, un cuarentón de
clase media, un buen día su mujer le señala la puerta de salida de casa. Ella
ha encontrado a otro más alto, más fuerte y más guapo que él. “Aprende a
quererte y los demás te querrán”, le sentencia. Descubre entonces Armando, de golpe, su minusvalía
emocional: un paria en la tierra de los afectos. Ha de salir y abrirse al
mundo. A un mundo que, por temperamento, le es ancho y ajeno. Cómo superar su
desconcierto, cómo sobrellevar esa zozobra, cómo suturar la herida… Cómo
aprender a re-armarse como persona. En las asombrosas peripecias humorísticas,
librescas y sentimentales que le suceden -discotecas dudosas, fatales mujeres,
rollizas peluqueras, un sofá misterioso y abrazador, un cartel de Comisiones,
un buzón en el que ya no figura tu nombre, la dentadura perfecta de Burt
Lancaster, el fiasco de una noche de verano, una chinita que hace como que toca
el violonchelo en el metro, una niña que juega en el patio a la rayuela
mientras otro niño la observa tras las cortinas y un tercero enchufa triples
como un descosido, una tía y su sobrino en la sagrada edad de la iniciación
erótica de éste, Nocheviejas agridulces, risas y humo, ginebra y música, un
amigo fiel, una mujer solitaria, otra mujer bella y propagandista, los
malentendidos en que consiste a veces la existencia, alguien del pasado que
reaparece para bien y para mal, un héroe local, el lío de un sms enviado por
error, unas navidades tristes, una Venecia imaginaria, un vikingo fenomenal, la
memoria de la emigración, un juego de dardos al límite, un padre y un hijo
paseantes y ofuscados, un ascensor y una comunidad de vecinos estrafalarios, un
cumpleaños insólito cantando a lo Sabina entre polacos…- en ese cúmulo de
emocionantes encuentros y desencuentros… ¿hallará siquiera a medias Armando su lugar al sol?
Sí consumados y consumidos por tanta tontería y perdida de tiempo por estar a todas horas hablando de la mas perfecta superficialidad entorno a la más sublime banalidad.
ResponderEliminarEn todo caso, un mono con un sonajero puede resultar más expresivo que muchos guaseando sobre benzemá o rossi.
misael