miércoles, 6 de abril de 2016

Como un músico de los que tocan en el metro



   Me gusta verme así, eso es, como uno de esos músicos que a la vuelta de un largo pasillo suburbano, en el breve nudo de una encrucijada de líneas, te encuentras; uno de esos sin Nombre que con peor o mejor acierto y medios precarios despliegan el manto de su creatividad para intentar cautivar y ensanchar y engrandecer la jornada de los que por allí pasan. A veces muchos de ellos lo consiguen, ¿verdad? Ellos tienen el metro, si les dejan, y yo tengo las redes sociales, mientras me dejen. Es lo que tengo. Como ellos pongo yo mi cartelito solicitando la voluntad de los transeúntes, amigos en las redes, a cambio del Mío libro y de mi pobre arte. He vuelto a arriesgar mis dineros con otra obra mía que muy pronto ha de ver la luz. ¿He de avergonzarme por ello? ¿Qué otra cosa puede hacer hoy un escritor sin Nombre ni contactos? Me siento un escritor que arriesga su dinero y que pelea por sacar adelante su obra. Creo en lo que hago, eso es todo.

     No quiere decir que porque toquen esos músicos en el Metro sean ya pobres de solemnidad. ¡Les gusta tocar! ¡Aman la música! Piden la voluntad, pero, más que para comer, lo piden para sentirse lo que son, ¡artistas! Como ellos, toco yo para todas las personas a las que tengo acceso, con independencia de todas las circunstancias que a todos nos rodeen. Me siento muy afortunado en las redes, pues aquí he hallado un puñado de personas sensibles y comprensivas, de quienes me siento cómplice. ¿Es tan difícil de comprender que les guarde a ellos una especial deferencia? Ellos saben de sobra el inmenso agradecimiento que yo les guardo por, sin conocerme de nada, solicitarme e impulsar así mi obra, que vale diez euros. Supongo que yo algo les he dado a cambio a ellos. Eso se molestan en escribirme unos cuantos, al menos. 


MÁS LECTORES DE MI OBRA QUE ME ESCRIBIERON (VER DÍAS PRECEDENTES)
Lenika me escribió:
     Armando es una especie de niño grande, así lo he visto yo todo el tiempo al menos, sobre todo porque dentro de sus cuarenta años y de  la devastación emocional que le acompaña tras el abandono de su mujer siempre parece acompañarle un halo de ilusión y esperanza, como un niño, conforme leía casi parecía que podía ver sus ojos brillantes, esperanzados ante algo nuevo, y solo podía sonreír e incluso emocionarme en algunos momentos ante el arrebato de ternura, defensa y protección que Armando despertaba en mí.
   Manolo López Bárcena así me escribió:
   “Es una novela intimista y llena de lirismo, rica de bellas metáforas. Su lectura es trepidante con un humor sutil y erudito no exento de enjundia. Una narración sobre la cotidianidad de la vida de personajes con los que nos podemos encontrar todos los días. Descriptiva magistral, no de cosas y paisajes, sino de sentimientos abordados con una elegante sensualidad y frescura. En definitiva una obra muy amena para pasar un rato estupendo”.

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