Diríase
que Woody Allen, ochenta y pico
tacos ya, necesita hacer cine para
sentirse, más que vivo, un hombre digno. Es, por supuesto, un genio
extraordinario, de cuyo talento inmenso sólo nos daremos del todo cuenta cuando
no esté ya aquí, si es que antes el continuo vómito de imágenes sobre las
pantallitas en que consiste la vida hoy no acaba de liquidarnos por completo
la sensibilidad y la memoria. Como es más que sabido, hasta en sus películas
más rutinarias, más estrictamente terapéuticas,
diríamos, encontramos tan notables brochazos que valen ellos solos más que toda
la obra de tanto autor.
Pero ya cuando de tanto en tanto construye Allen una de sus acabadas obras magistrales –y posee ya en su haber
más de docena y media indiscutibles, díganme, plis, autor comparable- una vez
más se nos vuelve a revelar Grande entre los Grandes del Arte. Es el caso, a mi
modo de ver, de Blue Jasmine, a cuya gozosa vivencia, mucho más que mera
contemplación, la otra noche pude asistir. Es maravillosa la historia y el retrato de una dama que allí Allen logra, la agridulce peripecia de
esta bella ricachona caída en desgracia,
en la que se apunta también ya la decadencia física, juguete rotísimo, pues, y por eso mismo
conmovedoramente humano, del todo perdida -acaba como empieza, hablando sola, enajenada- en el laberinto de sus prejuicios y
de su hipocresía.
Ha de en su vía crucis recurrir la gran Dama a su hermana, en sordina el otro gran
personaje de la peli, a la que siempre despreció como una boba y vulgar
perdedora. Es fantástico el dramático contraste entre una y otra, es decir,
entre uno y otro mundo, el sofisticado y el mediopensionista, y el artístico
pulso con el que Allen, mezclando
como sólo él sabe las situaciones divertidísimas y las más amargas, las observa
y expone, sin idealizar a ninguna, sin despreciarlas tampoco, mostrándolas en
sus respectivas grandezas y miserias. Consigue así, claro, sobre un trasfondo
muy pesimista sobre la condición humana, que con hondura nos resulten creíbles,
cercanas, de carne y hueso. Qué decir de los diálogos de Allen, certeros y a la vez ingeniosos, inspiradísimos, al servicio
de la acción, de una brillantez y enjundia al tiempo, insuperables.
Y en fin, la peli no resultaría tan preciosa sin el recital
interpretativo que del personaje principal Cate
Blanchett nos borda: esa composición suya como de animal de caza mayor
atrapado y abatido, que se revuelve contra la red de la trampa que ella misma
se tendió, de leoparda extraviada y a la deriva, vulnerable y temible un
segundo después, y al revés, esas violentas transiciones en sus gestos y en su
rostro sin solución de continuidad, alcanzan una pericia difícil de olvidar. Por todo ello, con la Blanchett decimos nosotros: Merci Beaucoup, Mr Allen.
Lo de que este casado con su hija, que opinion te merece?
ResponderEliminarAllen logra un film interesante que gira alrededor de una majestuosa interpretación de Cate Blanchett que es capaz de pasar del humor al drama sin cambiar de plano, con un simple (no es simple, claro) cambio de rictus en su cara.
ResponderEliminarRaro, raro, raro
ResponderEliminarMe encantó esta película. Suscribo todo lo que dices en el post. Es uno de mis directores favoritos. El reparto es de lo mejor.
ResponderEliminarPero sigo manteniendo que “ Hannah y sus hermanas " es la que más me gusta. Es una delicia.
Sí, Hanna y sus hermanas es extraordinaria
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