El amor ha muerto, impera la pornografía. Desde Bill Cosby a Trump,
desde los dos jugadores ¡del Eibar! a los escandalazos
de la NBA, desde Olvido Hormigos al Gran Hermano, desde el “nosotros
decimos follar y no hacer el amor” de Pablo
Iglesias en La Tuerka, pasando
por los burundangueros de los
Sanfermines y Pozoblanco y cuantos cientos de numeritos similares cada semana observamos, de arriba abajo y de
norte a sur, entre ricos
y pobres, famosos y donnadies, un idéntico especimen también en lo sexual
triunfa por todo lo alto y por todo lo bajo en las redes y en las heces de las
sociedades postmodernas: el homo gañanis,
ese prototipo nacido, como sabemos tú y yo, lector-amigo, al hedor de la
regresión cultural que vivimos y de la glorificación de la Telebasura -que bebe de los morbosos registros de lo porno- como
discurso dominante y apabullante en los media, es decir, en los principales
escenarios de representación social.
Una misma espina dorsal recorre la cascada interminable de episodios sexuales
con profusión relatados en los media: la burundanga, entendida esta en sentido extenso, es decir, esa
mandanga informe de jadeos, sudor y semen propios de los registros del porno que colonizan ahora los gustos y
afanes bajunos de Celebrities y anónimos, de todo el mundo. Obsérvalo bien: en
la práctica totalidad de esa avalancha continua de casos lo que brilla es el Amor por su ausencia, lo que,
mejor dicho, por el sumidero desaparece y se extingue es la reivindicación de
los nobles afectos, del cariño, de la delicadeza y la ternura, la excelencia de
cualquier romántico sentimiento, machacados por el insólito prestigio de lo
soez y lo instintivo, de lo animalesco y más grotesco. Se registran socialmente,
en sentido amplio ya digo, muy similares efectos a los que provoca la burundanga: esa suerte de bobo
abotargamiento, de pérdida de la
conciencia, es decir, esa dimisión de las facultades humanas por excelencia,
del sentimiento amoroso entre ellas.
Con un clamoroso añadido posmoderno: si antes las prácticas
cosificadoras del Otro –pues van desprovistas de cualquier sentimiento elevado-
permanecían al menos recluidas en la estricta intimidad, perpetradas a
escondidas y con cierta vergüenza interiorizada por el practicante de las
mismas, ahora sin pudor sus partícipes, todo orgullosos, las
graban con sus móviles y las difunden aquí y allá, como si necesitaran esa
difusión con pelos y señales de sus
dudosas hazañas para más reivindicarlas y prolongarlas: homo gañanis summo narcisistus,
diríamos. Grabar la hazaña significa
asegurarse fehacientemente de que uno en efecto la realizó –esto es, dotarla de
hiperrealidad-, y poder para uno mismo y para los demás repetírsela a placer. Ergo,
el amor ha muerto, que viva la pornografía.
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Alma de cántaro, el mundo es como es y ni tu ni yo lo vamos a cambiar.y no me digas que a ti no te gusta fallar porque si, ah que tu haces el amor..., pues si a todos nos gustaría tener amor,, ese amor de película, que por supuesto es mentira.Ya... que tu si tienes amor, y por supuesto nunca has visto por no, ni te la has cascado....
ResponderEliminarAlma de cántaro, el mundo es como es y ni tu ni yo lo vamos a cambiar.y no me digas que a ti no te gusta fallar porque si, ah que tu haces el amor..., pues si a todos nos gustaría tener amor,, ese amor de película, que por supuesto es mentira.Ya... que tu si tienes amor, y por supuesto nunca has visto por no, ni te la has cascado....
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