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A menudo las redes sociales,
al amasar y compactar a iguales con iguales en una interminable repetición de mantras básicos, blindan al individuo en sus prejuicios, constituyéndose así las redes en formidables máquinas de educación para el fanatismo.
Incluso hay por ahí que yo sepa al menos una GRAN publicidad de coches
que explícitamente lo jalea como argumento de venta: ¡ERES FANÁTICO! El homo
gañanis imperante hoy –prototipo nacido, una vez más repitámoslo, al
hedor de la regresión cultural que vivimos, fruto a su vez ésta de los efectos
conjuntos de la Telebasura y de la llamada a los bajos instintos que el
anonimato y la instantaneidad de las redes asociales procuran-, si bien no siempre llega a la abyección
suma del homo odiator –extremosa subespecie propia-, muy a menudo es muy
fanático… de lo que sea. ¿No es el ubicuo frikismo
una suerte de racionalización amable de un fanatismo en apariencia inocuo?
Es como si el espíritu estrepitoso de estos tiempos, alejados de la
mesura y de la deliberación madura y silenciosa, nos empujara a todos hacia la
vorágine gritona y furiosa del fanatismo. ¡Cuánto en sus carnes lo sufren los
creadores, y quienes no piensan a piñón fijo, esto es, a consigna de Líder,
todos los que poseen un criterio –no un capricho- propio!
Buena parte de las características de la tecnología en torno a la que
giran hoy las sociedades conspiran para ello: si en las redes a cualquiera que
no piensa como nosotros, sólo porque su opinión nos incordia, por educado e
inteligente que pueda ser, por mucho que pueda ampliar y enriquecer nuestra
visión, ¡zas!, de un simple tic lo
borramos y eliminamos por completo de nuestra burbuja autosatisfecha y
atiborrada de miles de espejos replicantes que nos devuelven una y otra vez
nuestros mantras básicos, no digamos lo que a los escritores ocurre –ni
hablemos ya de los escritores sin Nombre-,
que es que casi sentimos al otro lado de la pantalla el desdén con el que
muchos, cada vez que expresamos algo que a esa grey no le gusta leer, cual
moscas contra el cristal nos aplastan, a la vez que casi podemos oírles, te lo iba a encargar, pero después de esto,
te va a pedir el libro tu padre, soplagaitas, y, ¡ZAS!, por cuenta sólo de un puntual desacuerdo, liquidado uno como
escritor queda, pues, ay, es este que
vivimos un tiempo de monolíticos fanáticos.
Buenas noches escritor.
ResponderEliminarTe traigo a dos personajes que vienen muy a cuento de lo que escribes en una entrada llena de sustancia, colosal.
El primero es John Milton quien, ya en el siglo XVII reivindicaba la libertad de expresión del individuo frente a la censura del Estado, reivindicaba el derecho a ser publicado y leído como creador frente a las presiones de la corrección política. Aquel Estado de entonces, diluido ahora en el Gran Hermano de las empresas de la comunicación, los verdaderos gobernantes, quienes llevan el timón y marcan el rumbo, amordaza y aprisiona al disidente y le hace desaparecer e incluso morir para los demás. El fanatismo del que muy acertadamente hablas es el mayor triunfo del monstruo dominador: cuanto más fanáticos los seguidores, menos disidentes. Escucha esto:
“El paso de los siglos, que no nos devuelve una verdad que ha sido extraviada, sí hace, a veces, que la falta de esa verdad haya conducido a naciones enteras a un destino desgraciado. Debemos, por tanto, ir con mucho tiento a la hora de desatar persecuciones contra los trabajos aún vivos de los hombres públicos, así como contra aquellas actividades propias de una vida sustanciosa, que se guardan y almacenan en los libros, si vemos, como así es, que puede haber en ello una suerte de asesinato, incluso a veces de martirio, y (…) la ejecución no se ciñe a la muerte de una vida elemental, sino que hiere el corazón de la quintaesencia espiritual, el aliento mismo de la razón; es decir, que es una agresión que hiere más la inmortalidad misma que una vida"
(John Milton, Aeropagítica).
El segundo es el filósofo Soren Kierkegaard, un creador y pensador que se opuso frontalmente a la filosofía predominante y que fue silenciado durante largo tiempo. Estoy segura de que estás familiarizado con él por la influencia que más tarde tuvo en la filosofía del siglo XX. Parece que se encuentra ahora entre nosotros; escucha esto:
“Lo desconsolador de la Antigüedad era que el hombre de excelencia era aquello que los demás no podían ser. Ahora lo alentador será que aquel que religiosamente se gane a sí mismo, logrará ser lo que todos pueden ser. (…) El público lo es todo y nada, el más peligroso de todos los poderes y el más desprovisto de sentido. Se puede hablar a toda una nación en nombre del público y, sin embargo, el público vale menos que una sola persona real”.
(Soren Kierkegaard , La Época Presente, 1846)
Es posible que sólo sean relaciones mentales que establezco con poco fundamento, pero leo tu entrada y luego leo otras cosas, otras ideas y lo enlazo todo. Porque el fanático sigue al Gran Hermano, el público del que habla Kierkegaard se asemeja al rebaño que se alimenta de mantras. Creo que me voy por las ramas.
Sobre la entrada de hoy. A la señorita Levy le recomiendo que vea “La noche del cazador " y que aprenda que con la maldad pura es trabajo inútil el progre-colegueo.
También te digo que lo del rufián repeinao es circunstancial, como las pruebas desestimadas para un juicio. Espera y verás.
A La familia y amigos de Doña Rita Barberá envío desde tu blog mis condolencias y quedo a la espera de que un Atticus Finch la defienda en lo que valía. Las flores, las velas y las banderas a la puerta de su casa ya no sirven de nada. Demasiado tarde.
Buena noche
E
Hola, E: gracias por estos Milton, Kierkegaard y Laughton, ( también Harper Lee) tan pertinentes como bien entrelazados por tí. Bueno, mejoras con creces este blog. Gracias. Buena noche
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