Por, para, hacia lo Naranja

   

   “Yo no he visto nunca un árbol”, le dice una mujer real, una prostituta de la calle, al replicante angustiado de Blade Runner 2049 que le muestra una foto de uno. “Es que vosotros no creéis en un milagro”, le espeta otro antes de dejarse matar. Vale, replicante: observa tú un naranjo por estas fechas. En el principio de su sazón las naranjas son bolas verdes, tan verdeoscuras como las hojas mismas del árbol, que parecen emboscadas en ellas. Entonces, día por día, como en un milagro que adelantara los venideros, a contracorriente de la invasión del áspero invierno, esas bolas verdes van por dentro llenándose de luz, del sol que ya no comparece, de un fuego interior que las convirtiese en llamas vivas, del verde al amarillo en lenguas de lumbre ardiente que no amainan. Todo en ellas por, para y hacia lo naranja. Hasta que el mismo color les estalla y devora el propio nombre de la fruta: lo naranja es… la naranja, voilá. El naranjo parece al cabo tras la ventana, sí,  un árbol engalanado ya en noviembre con las vivas bolas de la Navidad.

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