Iba yo también ayer mañana a comprar
el pan. Umbral, hmmm, cuántos recuerdos lectores, cómo hubiera escrito él esta
peste. El cielo encapotado, grisáceo, lúgubre. La calle casi desierta, espectral,
sin vibración, a la que le faltara la sal y el aceite. Sólo algunos medio
zombies como yo, con mascarilla o no, -las mascarillas por la calle contagian al
barrio un aire apocalíptico, le asestan contornos de pesadilla, por más que
reine de momento, valga la expresión, una calma crispada- a comprar, supongo. A
ponernos a una cola silenciosa, mustia, en la que parecemos cada uno farolas sin
luz a tres metros una de otra… Pasmarotes… Postes de teléfono sin tendido entre
sí… Llega entonces una madre joven, con su infante de la mano, menos de dos
años, calculo. Repeinado por la mami, tan formalito en su abrigo azul marino de
grandes botones. Le explica las cosas, mira, Iván, mira la gente, tenemos que
esperar aquí, quietitos, hasta que nos toque. La cola no avanza. Debe ser que
el que está dentro está comprando mucho. El niño, de la mano de su madre, lo
mira todo muy serio. Aguanta un minuto, claro. Tira de su mami, no entiende,
empieza a llorar, a tirarle del brazo, a querer soltarse de su mano, no puede,
llora más, no comprende, se acalora, se le congestiona la cara, berrea,
imposible, claro, hacerle quedarse ahí quieto, quiere corretear a la tienda, a
casa, adonde sea, romper la distancia, escapar de ese lazo, es
un niño. La mami, con rubor ya por toda la cara, apurada, no puede soltarle
allí, lo coge en brazos, imposible también, sus palabras no le sirven,
forcejean, la pataleta in crescendo… Paralizados y sacudidos a un tiempo, nos
miramos un instante los pasmarotes… La llantina del infante nos hace sonreír,
extrañamente nos anima e infunde vida, de alguna manera nos entrelaza… Que
pasen, sin hablar acordamos que entren antes la mami y su infante repeinado… Gracias…
Cesa el lloriqueo… El abriguito azul marino y la mami, de la mano, una bolsa blanca
en la otra, desaparecen tras una bocacalle. Sonreímos… Suspiramos. Pude ya
luego comprar el pan, Umbral.
¡ Qué alivio !
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