martes, 17 de marzo de 2020

Viejos. Qué podemos




   ¿Somos capaces de imaginar la angustia sin tasa que en estos penosos días de la bicha mortal por fuerza ha de atravesar el cerebro y el cuerpo entero de las personas más mayores que nos rodean? ¿De verdad podemos calibrar su zozobra ante el invisible monstruo que principalmente a ellos busca, señala y sentencia para, sin remedio conocido, invadirlos y por la espalda atacarlos hasta asfixiarlos? ¿Podemos siquiera adivinar su íntimo desvalimiento, la marejada de horribles premoniciones y encontrados deseos que sin duda les asedian? Se esfuerzan por mantenerse enteros -por momentos taciturnos, agitados, ciclotímicos, resignados, bisbiseantes-, a menudo silenciosos, aislados muchas veces, mientras siguen de soslayo la información sobre la peste, con sus odiosos componentes estadísticos que sobre todo a ellos, por encima de clases, sexo y creencias, apuntilla. ¿Podemos adivinar, vapuleados ya de por sí por las mellas que la edad inflige a su salud, la desazón que ha de asaltarles tras cada súbita tos? Ellos, que en tantos casos, lo dieron todo por nosotros. Cómo no conmoverse entonces con su penar, con su temblor, con su dolor.     

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