Ayer, cuando nos anunciaba el Presidente la farragosa desescalada, me
acordé de Jose Antonio Ortega Lara.
Llevamos 47 días en nuestros pisos a
la fuerza recluidos. Nos sentimos mal, encarcelados, como atrapados en un Día
de la Marmota Idiota que aciagamente se nos repitiera cada mañana, entre
angustiados y hastiados, pasando por mil estados de ánimo, con las cabezas más
para allá que para acá, en una suerte de neurosis colectiva obligada,
extrañamente agitados, insomnes, deprimidos, desorientados del tiempo y de los
días, temerosos o bobamente risueños, ciclotímicos, hartos de todo y de nada
por no poder salir a la calle en paz y ver y abrazar a nuestros amigos, y eso
que estamos informados y que nos dejan ir a por el pan. Pues Jose Antonio Ortega Lara, hace ahora 23
años –madre mía-, permaneció confinado y secuestrado por los psicópatas
compinches de la banda de Otegui durante 532
días, año y medio sepultado en un mínimo agujero bajo tierra y sobre una
grúa hidráulica, imaginemos si podemos el calvario que allí debió él atravesar,
que pasó enfermedades varias, que intentó ahorcarse con los calcetines, que en
una piltrafa como las de Auschwitz los etarrones lo convirtieron, que cuando la
Guardia Civil lo liberó, en los primeros momentos, conejillo de etarras
aterrado, no quería ni salir del zulo, tan grande era el terror que le habían
inoculado… Que por puro azar, hace medio año, de camino a una tertulia con
amigos a la que asisto –imposible ahora-, este que aquí lees se lo encontró en
compañía de los suyos tomando el sol en una terraza madrileña y de lejos junté
las manos mirándole y enviándole así mi reconocimiento y mis ánimos, y que,
siendo yo nadie y sin conocerme de nada, me vio también él y me devolvió el
gesto cómplice, y que parecía milagrosamente recuperado, aunque vete a saber
qué procesión terrible y llena de ruidos y de miedos no arrastrará por dentro…
y eso, que hoy que nos anunciaban la desescalada, me acordé yo de Jose Antonio Ortega Lara.
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