En medio de la hecatombe, por si fuera esta poco amarga, un diluvio
incesante de espinas sin rosas, en el curso aciago de este tristísimo abril de
muertos mil, murió también ayer Luis Eduardo Aute, uno de los cantantes que más
nuestro y presente sentíamos, acaso por haberle mil y una veces tarareado en
nuestra indocumentada juventud, cuando precisamente nos creíamos inmortales, y
de mayorzotes luego ya siempre, pues sus canciones de amor, sus intimistas e
inspiradas melodías se nos grabaron a fuego en el cerebro, y en algún sitio más
recóndito y delicado aún se nos quedaron alojadas, porque cada poco, azules
golondrinas, nos volvían a la punta de los labios sólo para recordarnos lo
enamoradizos que somos, esto es, la juventud que aún se inventa infinita en
nosotros, algo carrozas ya, la verdad. Le escribió y le cantó Aute como pocos a
la magia del cine en pareja compartido, al dolor lacerante por la ausencia del
amado/a, a la terrible prueba que es superar su olvido, a las noches más
largas, a la penosa e ilusionada búsqueda de cada uno de nosotros en pos de la
libertad y la belleza, esto es, a lo arduo de encontrar las rosas en el mar. Nos
quedan al menos sus letras, sus cantares, nos quedan sus rosas. Siempre
escucharemos esas rosas. Mientras vivamos, de ninguna manera podremos
olvidarte, Luis Eduardo Aute.
Qué belleza.
ResponderEliminarYo también le he dedicado una entrada del saloncito, José Antonio.
Un abrazo, en esta época difícil.
La de veces que mi Eva cantarina ha cantado " Al alba" con la guitarra...
ResponderEliminarUn beso cantarín.
Y descanse en paz.
Hola, Campu! Tu entrada es preciosa. Otro enorme para ti, my friend .
ResponderEliminarA la guitarra! Qué bonito! Gracias, Eva. Otro for you
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