Corolario obligado del decíamos ayer: Hay también que leer -y
pensarlas- de tanto en tanto ideas malas, que al menos así las juzgas tú.
Ejercitas la razón, tus pensares, rompes tu narcisista unanimidad, contrastas y
oxigenas tus ideas, aunque sea para reafirmarlas, vaya. Lo de Cervantes de
nuevo aquí, please. Lo que añadíamos también allí. Muy especial importancia
tiene, a mi juicio, en el capítulo de las ideas – esas que aspiran a
materializarse en la vida de todos-, el aprender a distinguir
ideas-que-parecen-buenas… pero que son pésimas. Decía André Gide que sólo con
buenas intenciones salen novelas malas. Diría el muá que sólo con buenas
intenciones (en apariencia tan humanistas y filantrópicas, tan seductoras y
utópicas, que nadie bueno podría en principio oponerse a ellas) salen
realidades políticas horribles. Al Mal encantadoramente disfrazado de Bien es
mucho más difícil oponerse, hay que pensarlo mucho más, claro.
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