Quién, y más con la reclusión forzosa
del ahora, brujuleando con el mando, harto de todo y de nada, no se topa con
una película basta hasta decir basta. No se trata de que haya que verlas a
propósito, no, pero cuando a una peli malorra asistamos, no debemos
encabronarnos mucho. Primero, que a menudo te ríes y de ellas te burlas –si
sólo disfrutas con ellas, si no te irritan un poco, malo- de lo pésimas que
son. (Decía Cervantes que hasta del peor de los libros algo bueno se saca).
Afinas el criterio, más allá de lo de los gustos y los colores, si tratas
además de fundamentarte su engendro. Y segundo y definitivo, sólo el ver malas
pelis, por contraste, nos permite calibrar el mérito y el valor de las buenas,
su enjundia y arte. Es más “natural”, como todo en la vida, hacer malas que
buenas películas, que son más difíciles, claro.
Y ya, si aprendemos a distinguir películas-que-parecen-buenas pero que
son malas, ni te cuento.
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