Le doy un poco al pádel, ya tú sabes. Me guaseo con un puñado de compis
padeleros. Nos embromamos ahí: ¡Queremos saber! ¡que-re-mos-sa-ber! …cuándo podremos
nosotros volver a darle duro a nuestro vicio, sea éste perjuicio o beneficio. Digo
esto porque el pádel, su explosividad propia, acarrea no pocas lesiones. Y que
además, por más que seamos muchos simples paquetillos, ¡cómo nos gusta
chocarnos las palmas, y hasta los pechos en salto, cual cracks de la NBA, tras un
puntaco! Y es que nos puede, nos
puede, que es esto lo que los vicios tienen. Nos emboban las jugadas preciosas,
la fusión de esfuerzo y pericia que brilla con ellas. Ahora, con este obligado
parón, no lo decimos, pero, siendo tan necesaria para lo nuestro la práctica
regular, a todos nos asalta una parecida e íntima y duda, yo creo: ¿se nos
habrá olvidado lo poco que sabíamos? Hacerlo, me refiero, que en la cabeza sí
que de sobra la teoría la controlamos. Así todos casi con todo, más allá del
pádel, ya. Lo único que por el momento podemos hacer es, horror, jugarlo
mentalmente, un poco como el sexo tántrico ese. Y es que le tenemos apego al
pádel, qué leches.
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