La ilustración cinematográfica que de
la escena del Libro llevan a cabo Anthony Hopkins y Emma Thomson,
dirigidos por James Ivory, me parece
del todo deslumbrante. Puede que el lector la hubiera imaginado con una
parecida intensidad, pero al verla con tal belleza representada –no otro, creo,
es el misterio de la interpretación- más aún nos cautiva y nos prende en pos de
la historia.
Cómo Emma va encimando al
mayordomo, con qué mezcla de determinación y de delicadeza a la vez, cómo le va
pisando los terrenos y ganándole las distancias hasta finalmente arrinconarle
contra la pared. Le mira entonces seria y, para quitarle el libro, físicamente
al fin le asalta. Hopkins se deja
hacer, todo lo más se lleva la mano a la sien, en íntimo ademán que suma al
pudor una precaria defensa. La tiene pegada a su cuerpo, puede oler su
cuerpo, su pelo frondoso, tiene al alcance sus labios, esos ojos que con
maravilla arrobada le están admirando.
Entonces, y es muy precioso el verlo, le superpone Emma la palma de su mano derecha extendida sobre el dorso de la del
mayordomo, que contiene el libro, muy simbólicamente aferrado junto al corazón,
mientras con la otra mano le va Emma -¡era otra Emma, Emma Bovary, la de Flaubert,
quién también se atiborraba de novelas románticas, como el mismo Don Quijote con las caballerescas, como
alimento espiritual para sus aventuras!- uno
a uno despegando del libro los dedos, mientras Stevens, desarbolado, desarmado, sin atreverse a mirarla aunque
viéndola más que nunca, parece como en místico abandono, como si hubiera dejado
también él su cuidado entre las azucenas olvidado. Suena una música incisiva y
tensa, penetrante, envolviendo el propio azoramiento de los protagonistas en
esos terrenos pantanosos para ambos, pues están los dos desnudando su más
íntimo latir.
En el clímax emocional de la escena, en un instante desbordado de
ternura, la mano derecha de Emma entrelaza
sus dedos a la palma de Hopkins, al
canto de la misma, aferrándose a ella, al tiempo que con la otra mano atrapa el
libro, que él se deja quitar, como si al paso le entregara el corazón.
Suspira entonces Emma
levemente y asistimos al debatirse interior de Hopkins entre intensísimos sentires opuestos, con el brazo
izquierdo en el aire, oscilante entre el abrazo y el rechazo, que es lo que al
fin se da. Recupera él con la otra mano el libro, la tristeza luego de Emma,
derrotada, que se retira. Se tambaleó, eso sí, la glacial existencia del
perfecto sirviente, la que durante un momento memorable, vimos en llamas. La del
mayordomo sorprendido en la oscuridad leyendo novelas de amor.
Post/post: gracias a Juante y a Zorrete Robert -caímos, sí- por dejarme su reflexión, por bloggear ayer a mi lado, GRACIAS.
oh my god!!!
ResponderEliminarjijijiji....
Saluditos.
Un verdadero placer leer tus textos cinéfilos. Creo que ya te lo he dicho más veces.
ResponderEliminarHas descrito ese instante con tanta intensidad, que lo he vuelto a vivír de una manera especial.
Gran pelicula, gran tema, y grandísimos actores.
Me encantan tus textos!
ResponderEliminarBesos
Me encantan los dos actores. Gracias por publicar. Cariños.
ResponderEliminarMagnífica película, genial momento y una entrada a la altura del mismo.
ResponderEliminarEnhorabuena.