Es frecuente considerar las Olimpiadas
como una sublimación de las históricas rivalidades guerreras entre las
naciones. Nunca está de más, por cierto, recordar, ahora que se consideran
estos tiempos que vivimos como el culmen del Horror jamás visto por los
hombres, que fueron casi siempre las guerras la condición habitual en la vida
de los pueblos. Puede que sí resulten en todo caso las Olimpiadas, en esta sociedad del espectáculo, un relumbrante
escenario sobre el que manifestar en cierta manera el particular poderío de
cada una de ellas. Están los himnos,
seguidos con intensa emoción, las banderas,
a las que los deportistas victoriosos se abrazan y con las que se envuelven,
está en fin el medallero, ese espejo
cóncavo o convexo en el que todas las naciones, con angustia digna de
madrastras de Blancanieves, anhelan
encontrarse las mejores de todas.
Se agitan por eso mismo quizás el enjambre de las Opiniones Públicas y de las redes sociales alrededor, no sólo ya de
los magros o soberbios trofeos conseguidos, y de sus causas y concausas, sino incluso
de la estética de los mismos ropajes con que acuden los gladiadores a la
batalla de las medallas. Late en el fondo de ese clamor popular, claro, el
extraordinario poder simplificador que el Deporte
aporta –ganar o perder, esa es la dicotómica disyuntiva- y los enormes efectos
multiplicadores integradores o desintegradores que a escala grupal como
elemento aglutinador y afirmador de la identidad “social” ese poder
acarrea.
A estos efectos, pocos ejemplos y ocasiones más palmarias e ilustrativas
que las Olimpiadas podrán
encontrarse para con mayor certidumbre y razón aventurar y asegurar que, en el
concierto internacional y a todos los efectos, permaneciendo España como una nación unida en su diversidad algo
siempre será, con las ventajas materiales e inmateriales que ello conlleva, y
que despanzurrada en cinco o seis estados, como los nacionalistas pretenden,
será sólo la más absoluta de las nadas… a la izquierda, además. Permiten las Olimpiadas a todos contemplar esa
verdad con una transparencia que es de agradecer, excepto a quienes se
complacen en ofuscarse la mirada y la razón.
Post/post: gracias a Alp, a Jaime, a Mónica, a Winnie0 por recalar y dejarme la ofrenda de sus palabras, por bloggear ayer conmigo, GRACIAS.
que ridiculo cuando aparecen las banderas de los reinos de taifas El otro dia confundì la de La Rioja con Etiopìa saludo y gracias por tu blog
ResponderEliminarEs muy cierto, maestro,
ResponderEliminarQue Unión hace la Fuerza,
Y que España recuenta
Más que medallas pueblos
Mas no hay que confundir
Lo que ahora tenemos
Ni Olimpiadas decir:
Son Olímpicos Juegos.
FugisaludoS
Y a mi que....¡me gusta nuestra bandera José Antonio!!! Un beso ya sabes que es un gusto recalar en tu playa
ResponderEliminarPos ¿sabes qué, mi querido amigo bloguero? Pues que, gracias al deporte, una vez más nos vamos a salvar de chiripa los apañoles. En el fondo tenemos más suerte que Mr. Magoo al borde del precipicio. De no ser por la que los rojos llaman "la roja" y por estos éxitos intempestivos de españolitas voluntariosas y corajudas, solo tendríamos lo que tenemos: sediciosos arrogantes y catetos por el norte más bandoleros como el Sancho Gracia por el Sú, pero con la gracia de Sánchez. Y los politicuchos de la piel de toro, de ectoplasmas, como corresponde en su permanente agosto intersesión.
ResponderEliminarUn caluroso abrazo.
Mi única bandera(como dice un buen amigo mio)....es la ropa tendida en mi casa....Cuanto daño hacen los nacionalismos(mira de donde soy....)
ResponderEliminarEl deporte es eso deporte,y como tal me gusta...
La banderA me da igual pero por Dios los trajes....ufff que mal gusto.
BESOS!!!
Cada nacionalismo arrima el ascua a su sardina, cuando Mireia Belmonte ganó su primera medalla, el titular de la prensa pasado el Ebro fué: una plata catalana.
ResponderEliminarLa pobreza de espíritu se expande.
Un abrazo