sábado, 11 de agosto de 2012

España en las Olimpiadas: una reflexión indiscutible


   
  Es frecuente considerar las Olimpiadas como una sublimación de las históricas rivalidades guerreras entre las naciones. Nunca está de más, por cierto, recordar, ahora que se consideran estos tiempos que vivimos como el culmen del Horror jamás visto por los hombres, que fueron casi siempre las guerras la condición habitual en la vida de los pueblos. Puede que sí resulten en todo caso las Olimpiadas, en esta sociedad del espectáculo, un relumbrante escenario sobre el que manifestar en cierta manera el particular poderío de cada una de ellas. Están los himnos, seguidos con intensa emoción, las banderas, a las que los deportistas victoriosos se abrazan y con las que se envuelven, está en fin el medallero, ese espejo cóncavo o convexo en el que todas las naciones, con angustia digna de madrastras de Blancanieves, anhelan encontrarse las mejores de todas.
   
    Se agitan por eso mismo quizás el enjambre de las Opiniones Públicas y de las redes sociales alrededor, no sólo ya de los magros o soberbios trofeos conseguidos, y de sus causas y concausas, sino incluso de la estética de los mismos ropajes con que acuden los gladiadores a la batalla de las medallas. Late en el fondo de ese clamor popular, claro, el extraordinario poder simplificador que el Deporte aporta –ganar o perder, esa es la dicotómica disyuntiva- y los enormes efectos multiplicadores integradores o desintegradores que a escala grupal como elemento aglutinador y afirmador de la identidad “social” ese poder acarrea. 
   
    A estos efectos, pocos ejemplos y ocasiones más palmarias e ilustrativas que las Olimpiadas podrán encontrarse para con mayor certidumbre y razón aventurar y asegurar que, en el concierto internacional y a todos los efectos, permaneciendo España como una nación unida en su diversidad algo siempre será, con las ventajas materiales e inmateriales que ello conlleva, y que despanzurrada en cinco o seis estados, como los nacionalistas pretenden, será sólo la más absoluta de las nadas… a la izquierda, además. Permiten las Olimpiadas a todos contemplar esa verdad con una transparencia que es de agradecer, excepto a quienes se complacen en ofuscarse la mirada y la razón.



Post/post: gracias a Alp, a Jaime, a Mónica, a Winnie0 por recalar  y dejarme la ofrenda de sus palabras, por bloggear ayer conmigo, GRACIAS.


6 comentarios:

  1. que ridiculo cuando aparecen las banderas de los reinos de taifas El otro dia confundì la de La Rioja con Etiopìa saludo y gracias por tu blog

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  2. Es muy cierto, maestro,
    Que Unión hace la Fuerza,
    Y que España recuenta
    Más que medallas pueblos

    Mas no hay que confundir
    Lo que ahora tenemos
    Ni Olimpiadas decir:
    Son Olímpicos Juegos.

    FugisaludoS

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  3. Y a mi que....¡me gusta nuestra bandera José Antonio!!! Un beso ya sabes que es un gusto recalar en tu playa

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  4. Pos ¿sabes qué, mi querido amigo bloguero? Pues que, gracias al deporte, una vez más nos vamos a salvar de chiripa los apañoles. En el fondo tenemos más suerte que Mr. Magoo al borde del precipicio. De no ser por la que los rojos llaman "la roja" y por estos éxitos intempestivos de españolitas voluntariosas y corajudas, solo tendríamos lo que tenemos: sediciosos arrogantes y catetos por el norte más bandoleros como el Sancho Gracia por el Sú, pero con la gracia de Sánchez. Y los politicuchos de la piel de toro, de ectoplasmas, como corresponde en su permanente agosto intersesión.

    Un caluroso abrazo.

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  5. Mi única bandera(como dice un buen amigo mio)....es la ropa tendida en mi casa....Cuanto daño hacen los nacionalismos(mira de donde soy....)
    El deporte es eso deporte,y como tal me gusta...
    La banderA me da igual pero por Dios los trajes....ufff que mal gusto.
    BESOS!!!

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  6. Cada nacionalismo arrima el ascua a su sardina, cuando Mireia Belmonte ganó su primera medalla, el titular de la prensa pasado el Ebro fué: una plata catalana.
    La pobreza de espíritu se expande.
    Un abrazo

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