Vale, María Sharapova,
perdiste el oro ante Serenota Williams.
No te aflijas por ello. Llegaste a la final de las Olimpiadas, tantos años
después de tu cénit. Es eso lo de verdad decisivo. Tuviste el cuajo, tan
precioso, dados el físico y el éxito privilegiados con que Natura y tu esfuerzo
pronto en lo más alto te colocaron, de rehacerte, y de recobrar la ilusión
necesaria para recuperar esa primera línea de la competición. Ese ha de ser tu
verdadero grito de júbilo.
Nos queda también, para los poetastros con ínfulas, el reverbero de tus
gritos removiendo las canchas, que tantas resonancias levantaban, para con
ellos elevar siempre dudosos himnos a tu superior figura. Oh, María Sharapova, cuántas semisiestas de
sobremesa se poblaron –de mil maneras distintas, confusas y turbias a veces,
bien nítidas y apremiantes otras- del
eco singular de tus cuerdas vocales en vibración al golpear la bola.
Según llegaras tú al golpe, según el marcador navegara, según tu ánimo
así lo marcara, podía ser tu grito guerrero rugido, podía ser esforzado
lamento, podía ser también sensual acompañamiento a tu cuerpo principesco, como
una oscura melodía que al oído elemental del primate sonara a melodía de
seducción, la misma música que soñara él arrancar a la amada ideal en la danza
misma del Amor.
Al fondo del duermevela de aquellas convulsas semisiestas, esas en las
que, tendido sobre el sofá, se abandonaba uno por un instante al sueño,
entreabría un momento más tarde los ojos, contemplaba, sin saber del todo bien
lo que veía, la pantalla… para volver a ensoñarse, en las que acababan
fatalmente entretejiendose las oníricas quimeras con los resplandores del
televisor y se llenaba la mente y la sala como de presencias invisibles, estabas
siempre tú, María Sharapova, tus
restos brillantes, la línea rubia y ágil de tu presencia, tu rostro de
rubicunda zarina adolescente, que apenas nunca se descomponía pese a lo extremo
que resultara el esfuerzo. Estaba sobre todo, ya digo, la banda sonora de lo
que a veces parecía el himeneo de unas nupcias soñadas, que se extendían a
veces hasta los confines de la tarde.
Por eso nos gustó mucho verte ayer, María
Sharapova, beneficiaria de la plata en las Olimpiadas. Queda ya para
nosotros, el coro anónimo de tus planetarios admiradores, a quienes ahora este
modesto bloguero representa, el oro sonoro y proustiano de tus grititos
inconfundibles. Je vos salue, Marie.
Post/post: gracias a BEGO, a Mari Paz Burgos, a Mónica, a Zorrete Robert, a Sonja, por las para mí muy especiales palabras que tuvisteis a bien dejarme ayer, por bloggear a mi lado, GRACIAS.
Quien fuera María Sharapova. No tengo ni idea de tenis, sólo se que se juega con una raqueta y una pelota. Saludos domingueros.
ResponderEliminarQuien fuera María Sharapova. No tengo ni idea de tenis, sólo se que se juega con una raqueta y una pelota. Saludos domingueros.
ResponderEliminarEl motivo es que lleva unas zapatillas de dos números menos,y le aprietan los juanetes.
ResponderEliminarSharapova da igual que juegue bien o mal, gane o pierda, simplemente hay que verla.
ResponderEliminarSaludos
suscribo lo dicho por Risueño
ResponderEliminarAsí que... al alma. ¡ Venga!
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