Aquellos tíos, ceñudos, torvos,
como investidos de una gravedad mortífera no dejaban, cada uno en su turno, de
disparar. Retumbaban los escopetazos uno tras otro. Tanto, que los tiradores,
para protegerse del estruendo, ni por un instante se desprendían de los
auriculares. Ninguno de ellos miraba siquiera los disparos de los otros.
Ocupaba, cada uno con su pesada arma abierta al hombro, el puesto, la armaban, con un mínimo ritual
propio equilibraban e inmovilizaban al máximo el cuerpo alrededor del punto de
mira, murmuraban una orden y… PUM, a
lo lejos un polvo rosáceo anunciaba que el plato había quedado reducido… a eso,
a polvo perdigonado. Así uno tras otro, los tiradores, los disparos, los platos
convertidos en polvo malva. No fallaban ni uno.
Era la final olímpica de tiro al plato en este Londres del 2012 maya. Los seis mejores tiradores del mundo,
diríase. Un español entre ellos, Jesús
Serrano. Uno pensaba al verlos en muchas cosas a la vez: en si, a pesar del mérito
inobjetable, era eso un deporte, en la lástima por tanta vajilla hecha
fosfatina, que más de un millar de piezas ya llevaban kaputt, qué desperdicio, en la bárbara
puntería que tenían aquellos mamones, en la espectral serenidad sobre todo que
parecía dominarles a cada uno de ellos. Me lo chivateó luego la Wikiwiki: en este deporte gana el que
no piensa, el que no siente, el que no suma platos mentalmente, el que más
controla sus emociones. Utilizan psicólogos para eso, para no sobrepasar bajo
ningún concepto las treinta pulsaciones cardíacas al minuto en la misma final
olímpica. Como suele decirse, en nada les temblaba el pulso a aquellos destrozaplatos. Al menos no descuajaringaban pichones, como Garzón de farra hace.
Encuadraba la cámara aquellos seis rostros impasibles apuntando antes
del disparo al mismo espectador y te decías, joder, estos tíos parecen francotiradores.
Remitían, sin quererlo ellos, al desastre de las guerras. Vino a coincidir
además que dos de aquellos fulanos eran de nacionalidad croata. Se me
dispararon entonces a mí en tropel las connotaciones: los Balcanes, Sarajevo, los
puentes, Mostar, para qué rememorar
más crueldades. Y los seis, dale que te pego en su autómata procesión de
disparos, que no fallaban ni una. Los tímidos aplausos del congelado público en
la grada al final de cada serie en nada remendaban el fúnebre espectáculo. No sé,
daba un poco de repelús todo aquello.
Al cabo de despedazar sin tregua
aquel incontable carrousel de platos en lontananza, un poco como si lo tuvieran
entre ellos amañado y también quizás por no aburrir más a los espectadores con
tantísimo tino, se produjo al fin algún
error en los disparos -que tampoco por los fallos muestra de pena los tiradores
exhibieron- de resulta de los cuales uno de los seis venía a resultar el
ganador, el acreedor por tanto del Oro olímpico.
Y entonces, contra todo pronóstico, sobrevino una de las más memorables
–desarmantes, sería mejor decir- escenas de este Londres del 2012 maya. Aquel joven campeón, croata claro, Giovanni Cernogoraz, de rostro aguileño
y gélidos ojos hundidos al fondo de las fosas, de repente físicamente se
derrumbó. Rodó por los suelos, roto ahora en gruesas lágrimas de muy humana emoción.
Acudió entonces un tirador compatriota a abrazarlo, levantándolo antes, como si
fuera lo otro del todo impresentable para un tirador. Aún así le desbordaban
todavía las lágrimas a Cernogoraz.
Era desde luego de ver aquel robot deshecho en lágrimas, pues el bueno de Giovanni lloraba y lloraba como un niño… que en su vida hubiese
roto un plato, sí.
Post/post: gracias a hawai05, Mónica, a Sonja, a MAMUMA por celebrar Marte conmigo, por bloggear ayer a mi lado, GRACIAS.
Efectivamente rompe a llorar como si nunca hubiera roto un plato; tu exposición del momento genial, el contraste de la frialdad del tirador de élite, con la emoción del deportista que se sabe ganador del máximo galardón.
ResponderEliminarSalud
Los hombres también lloran....de emoción.Saludos
ResponderEliminarMe viene de perlas que hayas escrito la palabra “ francotirador", y así, al hilo del post , te digo que tú eres un “ sniper" perfecto. Más vale no caer en tu radio de acción. Implacable.
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