miércoles, 3 de octubre de 2012

Mujer de espaldas


    
   La radiante mañana otoñal, bañada entera en una luminosidad impropia, parecía incluso recrearse en sí misma, como si prolongara con visos de realidad la ilusión del reciente estío. Sólo una tibia brisa con aromas de enebro en sus vueltas le bajaba por momentos los humos a tanta vanidad, aunque a la vez, con su fresca caricia hacía aún más hermosa y colonial la mañana. Daba mucho gusto el conducir el coche muy despacio, con la ventanilla del todo bajada, al pairo de los compases primeros del Otoño.  Así de ecuménico arribé al semáforo en rojo, como si por milagro del Otoño más que un infeliz bloguero suburbial fuera yo el mismo Vivaldi primordial. ¿Qué más podía pedírsele entonces a la mañana?
   
   La figura de una mujer, claro. Y como si fuera todo el desenvolverse de una partitura que a mi capricho al momento estuviérase escribiendo, ahora que me fijé, bajo la marquesina roja del autobús, le voilá, allí que apareció una. Debía ya llevar allí un rato, claro. No importaba el que apareciera dándome del todo la espalda, pues era por fortuna aquella línea trasera suya muy estilizada, en armonía plena con la luciente mañana otoñal. Llevaba un fino vestido rosa palo, vaporoso, con la falda entallándosele en tablas hasta más abajo de las rodillas.
   
   Arreció justo entonces de golpe la fuerza de la brisa reinante. Abrió ella apenas un palmo el compás de sus piernas, sin moverse más. El viento, como un amante invisible, le revolvía los cabellos, hacía flamear su vestido, le ahuecaba primero y le remarcaba después, yendo y viniendo, las distintas anfractuosidades de su cuerpo, que sólo podía ver yo de espaldas. Ese viento era un elixir mágico esparciéndosele sobre todo el cuerpo. No sé por qué, pues no podía verlo, pero hubiera jurado entonces yo que debía haber ella cerrado los ojos  ante aquel embriagador soplo.
   
   Se puso luego el semáforo en verde. Tenía que desfilar mi coche delante de ella. Avancé. No quise, sin embargo, a su paso  desviar la vista y descubrirle el rostro. ¿Para qué? Ya estaba cuajada de belleza bastante la escena matinal para jugarme entonces el desmerecerla o el saturarla del todo a esa sola carta. Allí quedó aquella mujer de espaldas, entre las primicias del Otoño. Aquí te la pongo ahora, lector. 



Post/post: gracias a CCGlobal, a Jaime, a Javir, a Winnie0, a Javier, a Fernando, a Mónica, a MAYTE, a Maribeluca, a Javier, a CLAVE, a Cesar, a BEGO por acompañarme en la celebración de este Otoño, incluso aunque a algunos no les guste, por bloggear ayer a mi lago, GRACIAS. 

6 comentarios:

  1. Este texto es una maravilla para definir el otoño Un beso Jose Antonio

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  2. A mi me encanta el otoño, salvo cuando viene el "tiempo de tierra", como decimos aquí, que es cuando reniego de él por el calor bochornoso que trae.
    Saludos.

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  3. Me encanto el articulo.
    Lo mejor la parte en que el no se gira para verle el rostro, esta vez tengo que darte mi enhorabuena, porque te repito encanto...saludos...

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  4. La curiosidad mató al gato...
    Hiciste bien....mejor quedarse con la belleza de ese momento...
    Besos otoñales...

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  5. Una escena de gran belleza y más como se describe. Ni Vivaldi le hubiera puesto mejor notas que las de tu escritura. Magnífico.Sublime. Saludos

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  6. Y yo que pensaba que el otoño era incapaz de vibrar!! Pero amigo, he encontrado el minuto brillante del otoño.

    Un abrazo

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