lunes, 1 de octubre de 2012

Sólo me las vio la Luna


   
    Esa oscura noche del día en que la Señora llegó, y con ella el terremoto que asoló mi blog, tenía yo que jugar, al lado de Javier, mi compi del padeleo, el partido inaugural de la temporada en nuestro club suburbial. Teníamos que empezar, pues, a defender la medalla de la alta dignidad que a lo largo de tres años habíamos alcanzado: nuestro 107 puesto en el ránking. (ver blog 3-9-12) Te confieso, lector, que tras atravesar el caudal de la terrible tarde zarandeado de un extremo a otro por los más opuestos sentimientos hacia mí mismo –qué hacer, que diría Lenin, yo sabía lo que sabía, y qué- a esas horas me encontraba del todo abatido. Sin arrestos siquiera para tratar de disimular ante Javier.
   -He tenido un pésimo día, tío… estoy cansado… Como si se me hubiese venido encima una apisonadora… lo último que me apetece ahora mismo es jugar.
    -Va, José, venga, tío, ya verás cómo no, ya sabes cómo es esto… cuando empiezas a correr y a sudar, todo el mal rollo del día se olvida y te desfogas en la pista a tope, va, tío, que vamos a ganar, ya verás.
    Calentaba luego Javier con su acostumbrada energía, mientras apenas ponía yo sobre la cancha, con negra camiseta encima, un trote lastimero. Nos enfrentábamos a dos morlacos de cuidado: el Higuaín, malevo en el juego como solo él, y Rubennigge, coriáceo como una nécora. Empecé de pura pena, claro. Reaccionaba tarde a las jugadas y, falto de concentración, le pegaba fuera de sitio a la bola. El ímpetu y la casta ganadora de Javier no eran suficientes armas ante la machacona contundencia de los adversarios. Palmamos la primera manga, 6-3.
   En el cruce de campos, al ir a empezar la segunda, un gesto despectivo del Higuaín –acaso en otro contexto una simple broma- ,el típico pulgar hacia abajo, me llenó desde la cabeza a los pies de una rabia insólita. Como en un relato plano, achiné los ojos para mirar enfurecido al Higuaín, queriendo lanzarle a la cara dardos, culebras y bromuro a la vez. Ni se inmutó él, claro. No tiene escuela ni nada, aquí, el Higuaín. Creo que patronea un taller de mala muerte, y que se las tiene tiesas con operarios y con clientes al mismo tiempo. Como para asustarle las miraditas de un bloguero con ínfulas. Para más inri empezó entonces a jugar fatal mi compi. Parecía acusar falta de reflejos, un extraño cansancio, o quizás sólo fuera el contagio de mi propia angustia. Éramos pan carcomido.
   
   Bueno, pues como en un cuento edificante, cuando menos me lo esperaba yo, -no sé Javier- noté como volvieron a mí de golpe y recrecidas  las fuerzas y mi sapiencia padelera. Me agarré a la pista como el mismo Tigre de Mompracem, imprimí a mis piernas una velocidad quinta y a mis golpes una seguridad nueva, y para sorpresa de nadie –pues nadie nos estaba viendo- igualamos primero y nos llevamos después la definitiva manga. 4-6 y 6-3. Era yo el más viejo allí, y aunque quede feo el decirlo –la verdad es la verdad, la diga Punset o un despreciable bloguero- quien acabó pletórico y reluciente sobre la cancha no fue otro que el menda lerenda a quien ahora lees, lector mío.
   
   Me quedé con ganas de devolverle al demudado Higuaín lo del pulgarcito hacia abajo, y hasta de añadirle al ademán el rapto de una risotada faltona, pero, qué quieres, me falta físico para esos desplantes toreros. Les chocamos las palmas sobre la red, as usual. Rubbenigge estaba más pálido que la luna menguante que desde arriba nos contemplaba. Pareciera que esa luz condensada de la luna sólo me alumbrara a mí, tal era entonces el brillo de mis ralos alamares.
   
   Era tarde en la noche ya, las doce pasadas, y al día siguiente había que madrugar. Estábamos, como siempre, Javier y yo, a solas dentro del coche, en medio del nocturno y ya despoblado polígono suburbial, únicos habitantes de un planeta sideral,  comentando eufóricos algún lance del juego. Cuando ganas, esos minutos son con nada de este mundo pagables, así de dicotómica es a veces la vida. ¿Quién se acordaba ahora de la irrupción conminatoria de la Señora, de la tarde horribilis, de mi penosa zozobra? Yo, naturalmente.
  
   -Joder, y eso que no tenías ganas de jugar… Jose, tío, cómo has acabado, hoy te les has ganado tú solito, un puto crack es lo que eres.
     
   Volví entonces la cara hacia el otro lado. No quería yo que viera Javier las lágrimas que me resbalaban mentón abajo. Sólo me las vio la luna.


Post/post: muchas  gracias a Campurriana, a CLAVE, a Mónica, a BEGO, a Zorrete Robert por vivir a mi lado mi partido y mi infortunio, por bloggear ayer a mi lado, GRACIAS.

8 comentarios:

  1. yo estoy con él...eres un crack. Un besote

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  2. Por dios, ya era hora de que dieras una a derechas!
    Nos tenías convencidos de tu incapacidad innata para sacudirle a la pelota y resulta que era falsa humildad! Ya sabes que la humildad es no se qué del último reducto de la soberbia.
    Venga, a por ese puesto 100, que a buen seguro lo merecéis.

    (P.D. No te van a valer de nada tus ardides lacrimógenos para ligar chavalas, se las saben todas.)

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  3. ENHORABUENA...Por fín eres el heroe...Creí que eras torpe y que lo tuyo no era esto,pero...el que sigue lo consigue...Y lo mismo con las mujeres ehhh
    BESOS!!!

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  4. Vamos y yo convencida de que morirías en el intento.
    Eso me pasa por crédula que soy jajajaaa otra vez no me la das, hoy ....saludinis nada mas...

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  5. Nunca dudé de tu triunfo. Saludos

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  6. Nunca dudé de tu triunfo. Saludos

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