Afuera, la noche, atravesada de un viento huraño y helador, era ya intratable.
Por suerte cuando llegué al lugar de encuentro convenido, mi amigo estaba allí,
esperándome. Ah, como celebré sólo ya esa suprema cortesía del espíritu que es
la puntualidad. Hombre, qué alegría… y simplemente nos chocamos entonces las
manos, que en estos trances somos los chicos algo sosotes, aunque, quizás también
por efectos del airón, que todo lo pulía a su paso, observé que a ambos nos brillaban en un punto más alto de lo
habitual las pupilas. Un apretón de manos, después de tanta burbuja de
pantallas abajo, no es poca cosa, anoté para mis adentros.
Tal como imponía el incordio áspero de la noche, enseguida nos
replegamos hacia la acera en busca de un café. Rápido nos metimos en uno, que
estaba semivacío. Bueno, cinco años. Chico,
estás igual. Tú también, tío. No
era verdad, a ciertas alturas el Tiempo indefectiblemente estropicia la carcasa
sobre la que vamos pasando. Tampoco importa tanto. Estábamos allí, y como
compartíamos recuerdos comunes y afectuosos, la hoguera de la amistad se avivó
enseguida entre nosotros. Pareciera que calentáramos nuestras manos alrededor
de ese rescoldo vivo que habíamos dispuesto sobre la mesa.
¿Por qué dejamos de tratarnos? Lo de siempre: los trabajos, los
horarios, la familia, las nuevas ocupaciones… el propio curso de la vida que a veces
casi sin darnos cuenta nos aleja. Recordamos, es decir, reactualizamos mucho de
cuanto antes nos había unido, nos reímos con ganas, como si quisiéramos
fabricarnos así la ilusión de poder salvar la distancia del Tiempo. Nos supo,
claro está, a teta ese simple café.
Me dijo entonces mi amigo que, aunque le iban en general las cosas bien,
andaba ahora preocupado por ciertos arrechuchos “en la salud de quien es mi pareja”. Eso me dijo. Aquello nos
ensombreció por un instante a los dos, y a mí siempre me faltan en esos
momentos reflejos para saber manejar bien esos imprevistos, esa especie de vida
en directo dentro de la película propia de la vida. Permanecí en silencio. ¿Por
qué decía él “mi pareja”, y no mi mujer? Puede que fuese simplemente el propio
desenvolverse caprichoso de las palabras y que nada que yo no hubiera sospechado antes significase.
¿Qué sabía yo en realidad de mi amigo? Bien poca cosa. Habíamos coincidido en
un taller literario durante un curso, habíamos en consecuencia tomado algunas
cañas juntos, punto pelota.
Iba yo al fin a inquirirle algo al respecto cuando él mismo, en un
oportunísimo golpe de limpiaparabrisas sobre el cristal de la conversación,
retomó lo que allí nos reunía. “Pero, a
ver, enséñame ya ese libro, que estoy deseando verlo, José Antonio”. Lo
extraje de la bolsa de plástico rojo en que lo había traído y se lo mostré. Lo
recogió él con esmerada delicadeza entre las manos, como el recién nacido que
era, lo contempló despacio acercándoselo a los ojos, que de golpe allí mismo se
le agrandaron, le pasó muy lentamente la yema de los dedos sobre la portada
brillante, sobre el envés luego, y al cabo tan solo murmuró “es… es precioso”. Lo abrió luego y lo ojeó aquí y allá. “Cuánto me alegro, joder”.
Hubiera besoteado los carrillos de mi amigo en aquel café en ese
instante. “Sales tú en él”, fue lo
que dije. Levantó los ojos hacia los míos y se sonrió. “Me encantaba siempre ese estilo tuyo para burlarte el primero de ti
mismo… me lo voy a pasar pipa, lo sé”. Me remató entonces: “…y ni se te ocurra rechazarme los quince
pavos, eh, para qué entonces están los amigos… sólo si amortizas tu inversión
te recordaré el fiestorro prometido, que leo yo tu blog, chaval”. Nos reímos
a placer, entonces, casi como jovenzuelos en parranda descarriados.
En la despedida estreché con
fuerza los hombros a mi amigo. Le deseé, con estas mismas escuetas palabras,
que lo de su pareja quedara en nada. Más tarde pensé: en un relato canónico ese
discreto misterio jamás podría quedar así de azaroso y de episódico, sin de él
saberse más, o sin extraerle más jugo,
pero en la vida, que es sólo un relato mal acabado, o en el blog, que
sólo es el desigual vuelo de ilusión que a veces alcanza la misma vida, así de
mal rematadas quedan a veces las cosas, precisamente por ser reales.
De vuelta a casa, rememorando el momento completo que acababa de
disfrutar, no sé, me sentía a gusto conmigo mismo. Tanto que no tuve la más
mínima tentación de auscultar el título de los best-sellers que a buen seguro
iban zampándose algunos en el convoy que de vuelta a todos nos traía. Vini,
vidi, vinci, oui. Gracias, amigo mío.
LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS
154 pgs, formato de 210x150 mm,
cubiertas a color brillo, con solapas. Precio del libro: 15 Euros. Gastos de envío por correo certificado incluidos en
España. Los interesados en adquirirlo escribidme por favor a josemp1961@yahoo.es
“No soy nada, no quiero ser nada,
pero conmigo van todas las ilusiones del mundo” (Pessoa)
Magnífico relato, genial, de escritura firme y brillante. Por no hablar de la lección filosófica del final.
ResponderEliminarYo, quizás, que -vuelvo a dar la matraca- soy más de Imagen y Sonido y valoro antes un Picasso que cualquier texto por sublime que sea, siempre ando buscando el parangón de los horribles trompicones de la vida con el Cine de un Pialat o de un Guédiguian, pongamos por caso (creo que los franceses, en eso, llevan la delantera al cine circense yanqui). Porque también necesito explicaciones a tanto despropósito fortuito como inasible.
Pero lo cierto, vil y cruel en grado superlativo es que, actualmente, preferimos un ipad a una persona, sea nuestro hermano, amigo, conocido, compi de curre o supuesta novia incluso, a la vista de que ellas aún parecen estar más pilladas por las pantallas (permíteme que el estado de la mujer de tu amigo lo tome como metonimia de un amplísimo abanico de patologías). Es lamentable, es terriblemente desalentador que nos hayamos arrastrado hacia este "vacío ético" (la expresión es de un juez inglés, definiendo al internete frente a la prensa convencional) sin solución de continuidad. Quiero pensar que fueron los Maya los que vaticinaron esta catástrofe.
Saludos
Increiblemente hermoso tu relato, el encuentro con un viejo amigo tiene eso, que es entrar allí donde el quiere y a pesar de eso puede ser muy gratificante.
ResponderEliminarVuelve a quedar con el que merece la pena...saludos...
Me encantó, qué bien escribes. El relato te lleva a fantasear. Besos
ResponderEliminarestupendo relato y magnifico final MATEO saludos JOSE
ResponderEliminarMuy bien escrito Jose, como siempre.
ResponderEliminarMe tiene a mi el anonimo ligeramente despistado. No se si se llama Jose y saluda a Mateo o a la inversa. No sera el amigo del relato?
ResponderEliminarDe cualquier modo queda nitidamente demostrada la amistad y la ausencia de envidia.
Lo intuí desde el primer día que visite tu blog, pero cuanto más te leo más me gustan tus escritos, por su estilo y contenido. Escribes estupendamente.
ResponderEliminarTu post de hoy me entusiasma por todo: estilo y contenido. Es totalmente vivencial en cada detalle que describes, unas veces con fino humor, otras con reflexiones y máximas, emanadas de la introspección y análisis de tu propia vida y la realidad en que se desenvuelve. Es una frase brillante el símil de considerar los imprevistos, la sorpresa, lo incontrolable, como “esa especie de vida en directo dentro de la película propia de la vida”, y considerar ésta como “un relato mal acabado”.
Deseo que esa amistad, después del reencuentro, continúe de manera satisfactoriamente para ambos.
Un afectuoso saludo.
Me ha gustado muchiiiiismo..adoro cuando un relato te envuelve y te llena..gran trabajo!!
ResponderEliminarMe gustó mucho!..es la vida la que nos llena y nos da motivos de encontrarnos..gran post!
ResponderEliminar"jovenzuelos en parranda descarriados".
ResponderEliminarTu rebuscadísima forma de escribir constituye un excelente ejemplo de humorismo involuntario.
Sigue divirtiéndonos a todos (aunque sea sin querer).