No, no podía ser. Pero lo era. Ya lo creo que
lo era. Ni una sola de las más de cincuenta personas que podía yo desde mi
posición avistar llevaba entre sus manos un libro. Ni siquiera los periódicos
gratuitos, que acaso por mor de la crisis hayan también desaparecido, se veían.
Alea
jacta est, sin venir a cuento, como si excretara una maldición, fue lo
que por dentro me brotó. En cuanto superé el apipón –yo, que iba a mercarle a
un amigo el mío libro- resolví fijarme un poco más.
El caso es que la inmensa mayoría de aquellas personas llevaban la
atención abismada en algo que entre las manos portaban. El que muchos llevaran
además en los oídos dispuestos unos pequeños auriculares, que los cables
vinculaban a lo que entre las manos manejaran, aún más a cada uno sobre sí mismo lo encapsulaba, como trágicos augures
que examinaran en su exclusiva burbuja los despojos de algo. Los de los libros
debían ser, claro.
Miraban sus dispositivos móviles,
debían ir leyéndolos, o escaneándolos con las miradas, mejor dicho, pues
pasaban y pasaban con los dedos pantallitas a buena velocidad, al tiempo que
debían ir escuchando sus músicas favoritas, ajenos del todo cada uno al que
llevaban al lado. Todo lo más un súbito fisgoteo a la pantallita vecina que en
ese mismo parpadeo concluía. Era algo bien extraño, desde luego, el ver en un
espacio público tan confinadas aquellas individualidades, diríase que cada una
en un particular limbo, que para nada era el del convoy que nos trasladaba.
Han desaparecido los libros, me dije, con pesadumbre
apocalíptica que resultaba a la vez allí un poco penosa. Dirán que leen, pero eso es otra
cosa. Que lo llamen como les de la gana, que para eso son mayoría, pero a mí no
me la dan. Me acordé, claro, de Farenheit
451, el libro de Bradbury que Truffaut pusiera en imágenes. Es que
yo, joder, iba precisamente esa noche a venderle mi libro a un amigo a quien no
veía desde hace cinco años.
Entonces, como en un rapto de locura genial, lamenté no tener allí mismo
una caja llena de ejemplares de mi Bobo
con ínfulas y repartirlos entre todas aquellas gentes y, como los músicos
del metro, sí, romper aquel silencio, inaugurar una más grande esfera que a
todos al momento englobara, y ponerme a declamar a voces las primeras páginas
del mismo (“Mi problema es que no tengo sentido del humor, eso es lo que me
pasa. El humor, ya se sabe, esa disposición superior del ánimo…”) que de
memoria yo me sé, igual que los hombres-libro de Farenheit 451, que huyeron a los bosques para preservar el sagrado
recuerdo de los libros, y aprendieron de memoria Uno entero cada uno de ellos,
para salvarlos así incluso si el Poder conseguía quemar todos los libros: Yo
soy Anna Karenina, Yo soy David Copperfield… yo soy el Bobo con
ínfulas, vale, y pasar luego allí la gorra y largarme después con viento
fresco, tras rendir tributo a las mejores reminiscencias de los libros/libros.
Ni los tenía allí, ni de haberlos tenido me hubiera atrevido a hacer
nada, pensé después, cuando me bajó aquella rara fiebre. Me falta valor para
hacer cosas así. Es lo más seguro además que la inmensa mayoría en aquel convoy
ni se hubiera inmutado con mi numerito librero. Andamos tan hartos todos de
todo. Bueno, que… que habían desaparecido allí los libros, al menos los libros
como objeto clásico, todos… menos el que yo llevaba dentro de la bolsa de
plástico rojo, el mismo que en un rato le iba a vender a mi amigo. Vae
victis, yes...
CONTINUARÁ MAÑANA
LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS
154 pgs, formato de 210x150 mm,
cubiertas a color brillo, con solapas. Precio del libro: 15 Euros. Gastos de envío por correo certificado incluidos en
España. Los interesados en adquirirlo escribidme por favor a josemp1961@yahoo.es
“No soy nada, no quiero ser nada,
pero conmigo van todas las ilusiones del mundo” (Pessoa)
Gracias a Norma, a Chela, a CLAVE, a aspirante, a Napo, a Helio, a BEGO, a MAMUMA, a Winnie0, a Mónica por dejarme aquí sus propios relatos y comentarios, que así redondean el texto, por bloggear a mi lado ayer, GRACIAS
ResponderEliminarQué pena
ResponderEliminaryo comparto contigo
la angustia vital por la ausencia
de lectores sumergidos
en el océano del libro real.
Navegamos en mares virtuales,
está bien aprovechar las técnicas
que la ciencia pone a nuestro alcance
pero
perder
olvidar
ningunear
¡los libros!
es un sacrilegio
la tristeza me impregna,
pero quedamos fieles lectores.
Un abrazo
Muy cierto, pero mira en el metro aún se entiende, lo alarmante es ver grupos de amigos sentados en la mesa de un bar haciendo justo eso que dices, a familias esperando en la consulta del médico haciendo exactamente eso, la gente ya ni siquiera se habla, y no es que una sea muy habladora que digamos pero ostras así como va una a poder escuchar conversaciones ajenas...qué pasa Galdós también lo hacía.
ResponderEliminarNo es cierto, yo veo libros en el metro, gente leyendo su book o llevando una bolsita para trasladar en exclusiva su libro gordo que no puede ponerse en el bolso.La gente de metro lee. El encuentro que presenció usted los pasados días fue casualidad.Mañana haré un porcentaje de la personas que van leyendo en el metro.Saludos
ResponderEliminarme gusta leer HORMIAS
ResponderEliminarEn este país siempre se ha leído poco aunque muchos compraran los libros por metros lineales para tapar una pared. El ebook es otra forma de libro pero no creo que haya aumentado el índice de lectura. El que si ha aumentado es el de lerdismo, qué se le va a hacer.
ResponderEliminarSalu2
Es verdad, qué triste.
ResponderEliminarComentario.
ResponderEliminar¡Que ingenua haber pensado que algunas personas irían leyendo en el metro! Al menos mis viejos recuerdos del metro de Madrid incluyen lectores, no solo de periódicos sino de novelas de bolsillo, principalmente en los horarios de tarde. Olvidé que en mis frecuentes trayectos de tren (de veinticinco minutos), entre Coruña y Santiago, lo que abunda entre los pasajeros son los mini ordenadores, los móviles, y la serie de los “I”: Ipad, Ipod, Itunes y ¡que se yo! ¡Pero ni un libro! ¿Y yo? Con una libretita me entretengo haciendo kaikus, jajaja…
Me hubiera encantado que vivieses, en un "arranque", la experiencia de repartir libros en el metro o en un autobús. Aún estas a tiempo para las Navidades. Sería como repartir abrazos, aunque más costoso para ti, y para los pasajeros, posiblemente una nota de ilusión para compensar la pesadumbre que nos invade.
Seguiré leyendo.Un cordial saludo.