lunes, 7 de diciembre de 2015

In the Antro



   
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“No soy nada, no quiero ser nada, pero conmigo van todas las ilusiones del mundo” (Pessoa)

IN THE ANTRO


      El viernes bajé un rato al Antro. Lo llamo así, pero es una discoteca conocida y céntrica. No van allí ni macarras ni yonkarras, entiéndeme. Acuden gentes del común, como tú y como yo. Iba a paladear el gintonic que de vez en cuando me prescribo yo mismo para mi mecanismo. A observar también a esa fauna, que, los escritores, de lechuzos voyeurs tenemos mucho. Lo que vi me inspiró un relato en el que ando ya embebido. Quiero dejar aquí ahora sólo una reflexión, por más que reflexión y relato tengan poco que ver, pues movilizan ambas regiones cerebrales opuestas. Los relatos son más divertidos. En fin, que toca hoy la reflexión, va:
   Constaté la noche del viernes, una vez más, cuánto vienen haciendo las discotecas (tanto al menos como la lavadora) por la llamada liberación de la mujer (o de algunas mujeres, quizás sea más preciso decir, y quizás de cierta liberación sea mejor precisar): en las discos, en esos especialísimos ambientes, saturados de penumbra, música envolvente, alcohol y garañones con irreprimibles ansias libidinosas, se produce a diario una especie de milagro de transubstanciación de las carnes, por el que mujeres de más que madura edad, sin necesariamente tener que contar con una apariencia resultona, pueden, si así lo desean, filetearse de lo lindo e intercambiar fluidos varios con muy bellos efebos, puede que algo toscos pero bien musculados, anhelantes por descargar el material que por dentro les revuelve como hormigoneras. Nada que juzgar en ello por supuesto, que allá cada cual y tal y tal. Tampoco por el hecho, muy frecuente y quizás novedoso ahora, acaso producto de la "granhermanización" ambiente, de que tales bellos efebos no sólo podrían ser los hijos de las susodichas señoras, pues incluso sus nietos podrían ser, palabrita de Bobo con ínfulas. Igual que a los más seductores ligones del Antro, -¡igualdad, al fin igualdad!- puedes ver a esas señoras con más de uno de esos efebos "triunfar" a lo largo de la noche, que digo noche, de las tres horitas que pasaría yo allí. Nada que censurar, como digo. 

   Ves entonces, lo único, a grupitos de cincuentones como almas en pena allí, amargos y friolentos, incapaces de disimular siquiera su condición de patéticas víctimas, jejejé, del estado de la cuestión. Y eso, que como me brotó inspiración para un relato divertido, el gin tonic me supo a gloria. Fin de la reflexión.

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